Es Difícil creer en Dios cuándo la vida se ha portado como una hija de puta con tu persona. Cuando todo se ha tenido que ganar a pulso, cuándo se ha conocido los dolores incesantes del hambre y pasar días con el estómago vacío. Cuando se ha tenido que acostumbrar de manera obligatoria, las fosas nasales a olores acre y putrefactos.
Cuando el llamado “hogar” es una casucha llena de ratas, que se inundaba por todos lados cuando la lluvia caía a cántaros por el maltrecho techo. La cama donde se reposaba el cuerpo no era más que cartones de grandes cajas conseguidas en el basurero del algún almacén, las sábanas eran sacos de esos qué los dependientes tiraban cuándo se terminaba el arroz.
Cómo son capaces los demás de opinar, cuando la inocencia de una niña indefensa y la preciada virginidad le fue arrebatada de forma brutal a temprana edad. Cuando las personas que debían protegerte fueron las mismas que dieron mil veces las espaldas, abandonándola a su suerte.
Como se puede pensar que allá arriba existe un ser omnipotente sentado mirando hacia abajo, mientras todo tipo de injusticia abofetea la cara fuerte de personas que no han hecho mal.
Es difícil mantener la fe y el amor hacia lo demás cuándo la “Bendiciones” no han sido generosas.
Sin embargo; Euny, era la imagen viviente, qué, aunque la vida se esté cayendo a pedazos y fallando de mil maneras inexplicables, se puede mantener la fe infinita que existe “un mañana mejor”.
Ella, había pasado, por tanto, con su vida, se podría narrar un suceso largo y tendido de esos que pasan en Discovery Channel. Su corazón tenía más agujero que una mata de palmera dónde se entretenían los pájaros carpinteros. Su cuerpo era una imitación de mala clase de Olivia, la flaca novia de Popeye el marino. No era necesario tocarla para contar sus sobresalientes costillas.
Su mirada era una mezcla de melancolía crónica y voluntaria esperanza.
Pero, a pesar de todo, con arduo esfuerzo, había logrado mantenerse con vida y salir adelante. Actualmente, tenía un buen trabajo. Un jefe adorable y compañeros con la cual tenía buena química. Vivía en un modesto, pero confortable y acogedor apartamento, el cual le encantaba a pesar de estar en el último piso del edificio, y en el cual el privilegio de usar el ascensor era cómo sacarse la lotería en tiempo de necesidad, ya que dicho artefacto paraba más averiado, que en funcionamiento. Pero ella no se quejaba, utilizar la escalera la ayudaba a ejercitarse, además la vista era divina. De noche, desde su habitación podía ver la luna y las hermosas estrellas que adornaban el cielo. Era, sin duda, un panorama acogedor.
Era una chica cariñosa y sociable, a pesar de vivir sola, de tener un círculo limitado de amistades, se sentía dichosa y agradecida de la vida que tenía. Todas las mañanas, se levantaba tarareando una canción, mientras llenaban el tazón de su preciado gato de comida. Luffy, un gato siamés con un humor muy parecido al gato de la madrastra de cenicienta.
Ese día, se mudaría en el departamento del lado un nuevo inquilino. Doña Carmela, la responsable del lugar, le había dejado las llaves para que hiciera entrega. Esperaba que dicho sujeto no se demorará, ya que después del mediodía, debía marcharse a trabajar. Chateo un rato con su mejor amiga. Miley. No se veían, muy a menudo, cuestión de distancia, pero aun así mantenían largas y divertidas conversaciones por las redes sociales. Mientras bromeaba con su querida amiga, tocaron su puerta, imagino que sería el chico, por voice le comunicó a su amiga que retomaba la conversión en breve, debía atender a quién tocaba su puerta.
Despreocupada por su aspecto despeinado y en pijama, abrió la puerta.
—¡Hola! Buenos días. Soy Roswell, me ha dicho la señora que me ha dejado las llaves del apartamento con usted. La saludó un chico simpáticamente.
—Hola! Sí, ya se las doy. Permítame un momento. Le contesto apenada. Se acercó al comedor y del cesto artificial de frutas colocado en el centro, tomo las llaves.
—Aquí están. ¡Bienvenido! Espero que el lugar sea de su agrado.
—Muchas gracias. Espero que seamos buenos vecinos. ¿Su nombre es?
—Eunice. Pero me llaman Euny.
—Okey. Es un placer. Le dijo tendiéndole la mano. La cual procedió apretar poco nerviosa.
—Hasta luego. Debo ir a hacerme cargo de la mudanza.
—Okey. Al cerrar la puerta, escucho el celular sonar. En la pantalla salía la foto de su mejor amiga.
— ¡Hey bruja! Contestó con Alegría.
—Dime bonita, ¿Qué tal el nuevo inquilino?
—Es Simpático.
—¡Qué gran novedad! Todo ser humano es simpático, cuando se trata de tu opinión.
— Ja, ja, ¡ja! Creo que podemos llegar a ser buenos vecinos.
—¡Eso suena interesante! Le contesto su amiga con cierta picardía.
—Lo digo en buen sentido. No empieces a imaginar cosas.
—Okey! Odiosa. Hablamos luego, debo trabajar. Te quiero bruja.
—Vale loca. Yo también.
De verdad esperaba llevarse bien con su nuevo vecino. No solo por qué se llevaba bien con todos los inquilinos del lugar, sino porque al mirarlo a los ojos, sintió que ese chico se convertiría para ella en alguien muy especial.
¡Aunque, Jamás imaginó que tan importante sería!