De camino al hotel, Dafne mirada de reojo a su marido el cual estaba sumido en su llamada en árabe. No pudo evitar compararlo con su amor platónico. Wilson era rubio, de estatura media y cuerpo poco trabajado; lo contrario a Keren, un hombre que fácilmente podía medir un metro ochenta de estatura, cabello negro y cuerpo trabajado, dejando que su traje negro se adhiera a su cuerpo, entonces ¿Por qué no lo veía atractivo? O algo de dentro de ella hiciera algún efecto que la hiciera sentir atraída por su marido, ¡No! lo único que podía sentir en ese momento era desprecio y rencor hacia su primer marido.
—¿En qué piensas? No has dejado de mirarme por un buen rato –exclamo Keren, aunque Dafne intentara hacerse la idea de acostumbrarse a la voz ronca y demandante de su esposo, eso solo ocasionaba que sintiera irritación al escucharlo.
—En nada –le respondió, apartando la vista de él, y fijándola en las calles de la ciudad.
—Yo creo que piensas en tu estadía en Arabia.
—Pienso en lo desafortunada que fui al casarme contigo. –Dafne hizo una pausa —. Ninguna mujer en su cociente intelectual se casaría con un hombre como tu; demandante, rudo, y egoísta.
Keren lanzo una carcajada, divertido: —Habibi (Mi amor) ¿De verdad soy rudo? –Preguntó con burla —Tú eres la mujer con poco cociente intelectual, ya que me nombras por egoísta, algo que tú no sabes. Si fuera tan egoísta como dices; no estaría aquí sentado al lado de una chiquilla mimada que me llama demandante, rudo y egoísta.
—¡No me trates como una niña!
—Entonces deja de comportarte como tal. Solo ocasionas dolor de cabeza con tu voz chillona. Deberías estar devotando de la alegría por haber pescado a un pez gordo que te dará todo lo que pidas. –delato, Keren la miró por última vez y se volvió a su móvil.
Dafne conto hasta diez con los ojos cerrados, debía tranquilizarse si quería llegar a un acuerdo mutuo con su esposo, lo mejor y único que pensaba, era en el divorcio. La mujer volvió abrir los ojos y lo miró con determinamiento.
—Keren, ambos no nos conocemos. Somos presos de un mal negocio, pero ambos somos mayores como para tomar nuestras propias decisiones, no seremos felices nunca. Por favor, firmemos el divorcio. –pidió, Dafne, manteniéndose serena.
—¿Por qué te empeñas en algo que no puede ser, Dafne? Sabes perfectamente que eso no sucederá, es mejor que te acostumbres a estar casada.
—Pasamos diez puntos, Keren –le recordó —. Nunca nos vimos, tu padre solo hizo un negocio que fracaso con el mío, pero ¿Por qué aceptaste casarte? Podrías tener a la mujer que quisieras, incluso mucho mejor de lo que yo te puedo ofrecer. Hay miles de mujeres en el mundo que estarían más que complacidas en servirte a cambio de una buena vida. ¿Por qué lo haces?
—¿Por qué insistes? –respondió con otra pregunta. Dafne mordió su lengua para no decir una grosería —. Podrán haber millones de mujeres como tú dices, incluso darme cinco hijos si lo quisiera, pero hay algo que debes saber, Habibi. No importa cuánto dinero haya de por medio, la vida continuara para todos igual, el dinero no siempre es la felicidad ni mucho menos remplazara lo que una persona siente, tu dime, ¿Qué es un buen negocio para ti? ¿Estas casado es un negocio? Para mí si lo es.
Dafne pensaba si valía la pena seguir obstinándose en seguir peleando, sus esperanzas se fueron y ¿Qué era una mujer sin esperanza? No importaba cual optimista fuera, aquella frase donde decía; la esperanza es lo último que se pierde, había fracasado. No entendía porque seguía pensando en que el divorcio era una opción, ¿Y si había algo más en su matrimonio?
Todo lo malo que sucedía en la vida de las personas era para mejorar, fueron las palabras de su madre. ¿Y si eso era lo malo? Tenía un marido millonario, pronto una vida llena de lujos pero con su corazón partido. El corazón no era como un florero que se rompía y se podía reparar, el corazón dejaba heridas que la marcarían por el resto de su vida.
—Lo aceptare –susurró, jugando con su anillo de matrimonio. Keren aparto la vista de su celular y la miró en silencio —. Aceptare ser tu esposa y comportarme como tal, pero primero necesito saber algo.
—Dime –demando Keren.
—¿Tu ya me conocías? ¿Por qué decidiste casarte con alguien que no te daría una buena posición alta en la sociedad?
Keren pensó en las respuestas a ambas preguntas, para alguien como él, la respuesta estaba de sobra. Un bohemio podía tener sentimientos.
—Sí, ya te conocía –admitió sin enredos. —Cuando tu padre viajo a Estados Unidos, él dijo que tenía cuatro hijas, siempre había deseado tener un heredero varón y sus intentos fueron nulos. El hablo mucho de ti, tanto así que mi padre estaba convencido que podías ser una buena candidata para ser mi esposa.
—¿Y cuándo me conociste? –pregunto ansiosa ante la respuesta.
—Viaje hasta aquí. Debía encargarme de la firma de mi padre para la empresa de tu padre, tú estabas allí. Tal vez no me recuerdes porque estaban ocupada con tu amigo –dijo con acidez al recordarlos juntos. —¿Y quieres saber qué fue lo más gracioso de todo? –pregunto, soltando una pequeña risa sin gracia. —Tú eras la garantía, tu padre sabía que no tenía nada más valioso que entregar tu virginidad.
—Eso no es cierto, solo buscas confundirme –negó, Dafne. Su único pensamiento era que su padre sería incapaz de venderla como un trofeo que se podía pasar en manos de uno y otro.
—Puedes preguntarle cuando quieras. A mi padre le resulto absurdo que un padre venda a su hija por dinero, pero ya vez. Tu padre es alguien sin escrúpulos que vio más allá de su hija.
—¿Y por eso decidiste casarte conmigo? –Pregunto al borde de las lágrimas —. ¡Podría haber sido su sirvienta, o no sé! Pero ¿Por qué tu esposa? Arruinaron mi vida con sus decisiones absurdas y…
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Editado: 15.02.2022