Asher Collins
Sábado 29 de diciembre de 2018.
—¿Cuándo entenderás que no puedes salir con un imbécil tan grande? —le pregunté desesperado a Nell luego de haber dejado a un lado al estúpido que estaba con ella.
—Asher, deja de exagerar absolutamente todo lo que me sucede. Tyler tiene dieciocho, sólo es dos años más grande que yo —me respondió, creyendo que esa iba a ser una buena respuesta—. A ver si algún día te enteras de que tu pequeña hermana ya no es tan pequeña.
Discusiones de este tipo solemos tener todos los días de la semana. Muy pocas cosas me importan en este mundo y, casualmente, cuando se trata de mi hermana todo se va a la mierda en milésimas de segundos. Nell tiene dieciséis años y yo veinte. Ya tendría que acostumbrarse a que un hermano mayor haga cosas de este tipo por ella. De todos modos, a veces pienso que le gustan mis actitudes porque se siente protegida de alguna manera.
Yo mismo la ayudé a convencer a mis papás para que pueda asistir a la fiesta. Sus únicas dos amigas iban a ir y no quería que se la pierda. Me parece injusto que a mí mis padres no me hayan prohibido nada cuando tenía su edad, aunque también me preocupa que vaya a lugares como Guys sabiendo la cantidad de tarados que pueden estar dando vueltas como, por ejemplo, el idiota de Tyler Gibbs. Hace dos meses me enteré que estaba, básicamente, acostándose con mi hermana. Pero, ¿qué podía hacer? Absolutamente nada. Nell no me entiende cuando insisto en que no me gusta que salga con un chico dos años mayor, pero tampoco voy a obligarla a que no se divierta con quien ella quiera. Si a mí me hubiese reclamado la mitad de las cosas que yo le digo, ya la hubiese mandado a la mierda. En su lugar, cada vez que me enojo, ella siempre intenta tranquilizarme.
Luego de esa horrible situación en la que tuve que pegarle a un idiota vestido de policía, el cual era conocido de Tyler Gibbs, me fui hacia la barra. Jeff, mi jefe, me dijo que mi reemplazo de esta noche serían mis compañeras de trabajo. Pobres los que vayan a pedirles un trago. No son muy buenas en ello, pero al menos se las arreglan para llamar la atención de los hombres. Las veces que tuvieron que reemplazarme fueron pésimas, apenas podían servir un par de shots.
Cuando llegué, pude ver el lío que se había formado. Sabía que algo así iba a suceder.
—¡Collins! —gritaron. Mi vista se dirigió inmediatamente a la parte de atrás de la barra donde se encontraba mi compañera de trabajo, Lucy—. Por favor, sé que hoy no trabajas, pero ¿nos puedes ayudar? Estamos colapsadas de gente.
—Siempre quise escucharte decir eso —fui hacia donde se hacían los tragos y comencé a preparar todos los que Lucy me gritaba desde la caja. Era sabido que las chicas no iban a poder con toda la discoteca. Saben preparar algunos tragos, pero los hacen lentos y justamente hoy no es el día indicado para hacer esperar a los clientes. Guys estaba organizando la fiesta de todos los años, en esta ocasión de disfraces, a la que todos los jóvenes de Nueva York asisten.
Agité la coctelera muchísimas veces más hasta que todo, poco a poco, se fue calmando. Las chicas se encargaron de servir los shots de tequila mientras todos los otros tragos me los delegaron a mí. Espero que a Jeff no se le ocurra pasar por aquí esta noche. Odia que trabaje los días que me da como libres. Siempre se los agradezco, pero trabajar no es una molestia para mí, verdaderamente. Me gusta mi trabajo y por suerte mis compañeras me caen bien como para sobrevivir más de seis horas detrás de esta barra junto a ellas.
Terminando de preparar una margarita para una chica a mi izquierda sentí que me llamaron nuevamente. Por un momento, pensé que era Lucy que necesitaba más ayuda pero cuando giré a verla no estaba. Tal vez me confundí con la música.
—¡Hermano! ¡Te estoy hablando! —volví a escuchar y esta vez con mucha más claridad que antes. Presté más atención a la chica que estaba esperando su margarita y justo detrás de ella se encontraba el dueño de esa voz: Connor Sallow.
—Esto es tuyo —terminé el trago y se lo entregué a la rubia con una sonrisa.
Muchas veces las chicas me daban algún papel al momento que yo les entregaba su pedido. Allí solía haber números de teléfono o invitaciones a algún lugar. Creo que nunca llamé o me vi con alguna. Jeff me mataría si se enterara. Desde que le ofreció este trabajo a mi padre para mí hace dos años siento que estoy en deuda con él. En ese momento no tenía muy definido qué hacer con mi vida y no sabía qué estudiar. Por suerte, unos meses después me decidí por leyes en la Universidad de Columbia. La paga aquí en Guys es realmente buena y sólo trabajo los fines de semanas (lo que me da tiempo para estudiar).
Recuerdo que también le ofreció un pequeño puesto a mi hermana, pero mi padre se negó rotundamente gracias a la escuela y a los estudios. Sigo sosteniendo que eso fue sólo una excusa para no dejarla trabajar en un lugar con un millón de tipos a su alrededor.
—¿Qué haces aquí, Ash? Me dijo Lucy que hoy no te tocaba trabajar —me preguntó Connor, uno de mis amigos, llegando a mi lado. Odio que me diga Ash. No me gustan los sobrenombres y menos ese.
—Basta de decirme Ash y, técnicamente, no. Hoy no tenía que venir, pero estas chicas no pueden hacer todo solas. Necesitan ayuda —le respondí y tomé el siguiente papel que Lucy había dejado a mi lado con el siguiente pedido. Busqué el zumo de arándanos y comencé a mezclarlo con un poco de vodka. Cada vez hay más gente que pide el Cosmopolitan.
—¿Por qué Lucy no me lo dijo? La pude haber ayudado —se quejó.
—¿Para qué sigas babeando por ella? No lo creo —me reí y volqué el líquido en un vaso para poder entregarlo, no sin antes agregarle el zumo de limón— La hubieses conquistado con este excelente disfraz de guardavidas.