El coche negro me conduce colina arriba y no sé bien si lo que pretenden es ejecutarme de manera limpia en mitad de la nada, pero no descarto las posibilidades. Aún me dura el cabello ondulado al igual que como me lo dejó el equipo de estilistas que tomó a su cargo ponerme linda hoy, lo cual no tiene sentido alguno en medio del caos que se ha generado, como si la gente fuese a reparar en mi estilo cuando el show que tenían frente a sus ojos parecía más entretenido que la final del último mundial de fútbol o mejor aún que un concierto de una superbanda pop.
Se lo tragaron todo, excepto aquellos que me dieron su desaprobación explícita a través de las redes sociales, pero no quieren los del equipo de Cruz, que me preocupe en lo que está sucediendo en las redes o en las calles. Como si fuese exactamente lo que debe ocupar a los que forman parte del equipo íntimo para el cual el mismísimo presidente de este país les paga: para que lo mantengan aislado de lo que aquellos para los cuales se supone que gobierna, realmente piensan, padecen o reclaman en nombre de saber exactamente bien lo que se supone que es bueno para ellos mismos.
Permanezco en la parte de atrás de una de las movilidades del presidente y él, desde mi lado, posiciona la palma de su mano derecha sobre mi rodilla y me tomo la atribución de incorporar mi mano encima de la de él lo cual parece sorprenderle de manera grata, lo cual se desvanece en cuanto nota que le quito la mano de mi pierna y se la dejo nuevamente en su lugar.
Que no se atreva a tocarme y hacer de cuenta que no sucede nada, los intentos de acercarse que tuvo en el pasado fueron con un efecto positivo porque yo no sabía de la clase de persona que este hombre es. No volvería a ser ni hacer lo que él pretende que sea, ue se olvide en caso de pretender algo más de mí.
Ya el hecho de haber cerrado el espectáculo de hoy fue demasiado vergonzoso, hirió mi orgullo, pero sobre todas las cosas lo sentí un vil destello de optimismo sin tener nociones de que en verdad era una persona horrible.
—Por favor, tienes que componer esa actitud, cielo.
—¿”Cielo”?
—Doctora Mercy es demasiado formal de ahora en más que todo el mundo sabe que tenemos cierta cercanía para trabajar.
Me vuelvo a él, indignada.
—¿Es ese el plan, acaso? ¿Eso quieres? Por un lado decretar que estoy loca y hacerle creer a todo el mundo que no soy una persona apta para tus investigaciones, mientras que ahora el plan es formar una pareja conmigo que nada tiene que ver en absoluto con lo que somos.
Me arrepiento de inmediato tras decir eso último, a lo cual él se aferra para preguntarme:
—¿Existe un “somos”?
—No, definitivamente no, ahora que no estoy a cargo del proyecto de investigación que se encargaba de velar por la verdad de esas figuras.
—En serio, no tiene ningún sentido que te sigas oponiendo, sabes por qué hacemos lo que hacemos y tú estuviste de acuerdo.
—Claro que sí, bajo la condición de que tarde o temprano se revelaría todo a la población porque merecen saberlo.
—Sabrá todo tarde o temprano.
—Sí, por supuesto, cuando les explote la bomba en las manos.
—Tenemos un equipo de expertos de primera línea trabajando en ello.
—Con lo que yo encontré que luego se encargó de profundizar mi equipo.
—Los trabajos que son del gobierno le pertenecen a toda la población, siendo los agentes a cargo quienes determinan el uso que se le dará. Ya sabes que los datos precisos en las manos imprecisas podrían significar una pérdida de dinero, recursos en todo el sentido amplio de la palabra, también implica un asiduo riesgo de que pueda ser utilizado a modo de amenaza.
—¿En verdad te crees todo lo que estás diciendo o es que lo has repetido tantas veces que ya lo empiezas a asumir como cierto?
—Podría ser un vil delito que acuses de esa manera a un funcionario de tal calibre como es mi caso… De mentiroso nada menos.
—Cruz, no sucede solo contigo, ese truco es viejo y la gente ya está harta, todos se han dado cuenta de cómo son los arreglos que tienen ustedes en los gobiernos.
Mi corazón se acelera y me siento hostil porque le estoy cantando las cuarenta y es probable que la mayoría de las personas que hayan dicho estas cosas en la cara a los “grandes poderosos” le hayan quedado las horas contadas sin mucha oportunidad de seguir adelante con los motivos de vida que les llevaron a confrontar a estos sujetos de cierto poder.
Detesto que así sea.
—Vamos—me anima Cruz al notar que acabo de poner mi boca como una fina línea que no puede emitir palabras seguidas—. Sigue con lo que estabas, sigue hablando, me parecía interesante tu tesis.
Inspiro profundo y le suelto mi teoría número uno:
—Van a matarme ahora, ¿verdad?
—¿Qué? No. ¿Por qué haría eso?
—Quieres que termine de hablar para encontrar un motivo para matarme.
—Nadie va a matarte, Alba, por Dios.
—Mmm.
—Termina tu tesis.
—Las divisiones políticas no existen.
—Ajá ¿y qué más?
—Es todo el mismo show de la política, mejor dicho, es La Mentira de la Democracia, un espectáculo que pone a todos atentos al bendito disfraz de que la gente tiene el poder. Qué rayos, nunca lo tuvo ni lo tendrán, tampoco los que están con sus caras impresas en las boletas electrónicas electorales. Los verdaderos poderosos de los que me hablaste antes son quienes sostienen los hilos y seguirá siendo así. Porque esos hijos de perra ya lo saben. Ya saben lo que está sucediendo y no cederá ninguna información a la gente que les permita compartir poder alguno. Ellos lo tienen todo y así seguirá siendo a perpetuidad.
Me manos a callar de golpe, cerrando la boca, sabiendo que ahora pueden meterme un tiro en la sien y dejarme descansando al costado de la carretera.
Espero.
Espero.
Y espero.