Era de noche, una joven de pelo negro corre desesperadamente, huyendo de los mercaderes a los cuales acaba de asaltar...
—Detente ahí, ratera —gritan los hombres que van tras ella con palos y antorchas.
—Ni loca —dice ella mientras sigue corriendo por el espeso Bosque Zerehmet.
Su objetivo es adentrarse rápido en un pantano para así escapar de su posible dolor y tormento.
Arya, como se llama la joven, mientras corre, saca un paño de tela para envolver la comida que ha podido robar, para llevar a su madre.
Ellas son de escasos recursos, viven en una solitaria y vieja cabaña, al extremo sur del Bosque Zerehmet.
Rápidamente, al llegar al pantano, se zambulle aguantando la respiración bajo el agua pantanosa del estanque.
—Jefe, se nos escapó -dice uno de los ayudantes del mercader víctima.
—Busquen bien, no debe estar lejos esa sabandija —ordena mientras observa a su alrededor-. Alguien debe quitarle esa mala maña.
Dentro de sí, Arya se burla "sí es que logras atraparme", y decide sumergirse más y nadar por una especie de pasadizo para llegar al otro lado, y así salir a un lago que da por detrás de su cabaña. Al salir, la joven siente como cala el frio en su piel y huesos, erizándose por completo.
Se sacude un poco y camina rápidamente hasta dar con el frente de su casa.
—Hijita mía...
La joven salta al escuchar la voz de su madre, por un momento se asustó colocándose la mano derecha en su pecho.
—¿Hasta cuándo harás esto? —dice entristecida su madre Ceria.
—¡Ay madre! Que susto me has dado... —Arya se da la media vuelta para así quedar de frente a su madre-. Mamá, si no lo hago, moriremos de hambre.
—Hijita, por favor. —Le implora su madre con manos en forma de plegaria-, deja ya de hacerlo...
La toca y se sobre salta.
—Hija, ¡estás helada!
—Madre, no te preocu... —Es interrumpida por un sonido proveniente de los arbusto de enfrente de su cabaña.
—Madre. —Abre la puerta y toma sutilmente de la mano a su madre Ceria. —Por favor, entra y espérame dentro.
—Arya, cariño, no... Espera —implora con miedo de que le hagan daño a su única y preciada hija.
—No sucederá nada, ya verás... —dice mientras cierra la puerta y la atora rápidamente con un palo.
Se escuchan pasos entre los arbustos, saliendo uno de los hombres que acompañaba al mercader.
—Te encontré, ratera... —dice mientras empuña un mazo con púas.
Arya ve hacia todos lados, en búsqueda de algún objeto, piedra o palo para poder defenderse, mientras observa y camina hacia atrás.
—Te haré pagar por todo —observa de arriba a abajo, mientras se saborea de forma repulsiva -. Me darían mucho oro por venderte...
—No te me acerques —amenaza la joven pelinegra, mientras choca de espalda contra la pared de su cabaña.
—Ja, ja, ja... O si no, ¿qué me harás? —responde burlonamente, a su vez que toma una carrerilla para así golpearla con el mazo.
Instantáneamente, la joven cierra sus ojos esperando el golpe fatal de aquella arma. Extrañada, al no recibir el golpe, abre los ojos, topándose con un sujeto desconocido, con cabello hasta los hombros, sujetando el brazo del hombre que intentaba atacarla.
Aquel hombre, al ver el extraño sujeto, salió despavorido del lugar como si de un espectro se tratase.
Arya, observaba al mercader correr y volteando hacia el extraño, se da cuenta que éste se había marchado, no dejando ningún rastro, dejándola consternada.
Rápidamente, entra en casa y del mismo modo cierra la puerta, atorándola con un bloque de madera y otros palos en forma de cerrojo.
—Arya, ¿estás bien? —pregunta su madre muy asustada.
—Sí madre, te dije que lo estaría. Ahora, toma —saca de entre su ropaje, la comida que había envuelto en capas de tela, colocándola en manos de su madre—. Puedes comer hasta saciarte.
La señora Ceria ve con tristeza e impotencia, al ver lo que su hija hace solo por comida.
—Hija mía, quisiera que ya no hicieras esto —menciona con voz entrecortada.
—Vea madre —Arya toma una manzana roja y la limpia con su ropa-. Coma esta manzana, yo comí una antes de llegar y está muy jugosa y dulce.
Su madre recibe la manzana y le da un mordisco, saboreándola.
—Es verdad hija, está muy rica —deja la manzana encima de la demás comida—. Pero, por favor Arya, deja ya de robar. Es peligroso, no quiero que te lastimen.
—Madre...
Ceria se levanta y deja la comida encima de una especie de cama, hecha con paja seca y cubierta de sabana hecha de sacos de papas.
—Hija mía —toma con sutileza, la carita llena de heridas de su hija, quitando la capucha y revelando los ojos de la joven. Impactando con sus ojos completamente distinto, el izquierdo de color gris y el derecho de un tono mas azulado.
—Por favor, intentemos cazar, pescar, sembrar... Tengo mucho miedo.
—No pasará, ven siéntate. —Toma a su madre y la hace sentar en la cama, sentándose ella también a su lado y tomando las manos de su madre, entre sus manos casi heladas-. Pienso ir mañana al pueblo de Zereh. Escuche que reclutaran gente para la mina...
—Hija, no... ¡Te atraparán! —dice asustada la pobre madre.
—No lo harán, ellos no conocen mi rostro. Así que madre —toma uno de los panecillos y se lo ofrece a su mamá—. Coma y sacie su hambre que pronto podre ofrecerle algo mucho mejor. Incluso, arreglar nuestra cabaña.
Su madre come el pan que le ofreció su hija, mientras la observa en silencio.
Se levanta de la cama, tomando el resto de la poca comida que pudo hurtar, envolviéndola en las mismas telas y guardándola dentro de una cesta.
La cabaña está alumbrada por una lámpara de aceite que hizo Arya. Un día de esos en los que salía en búsqueda de comida, pudo robar un poco de aceite para así poder tener luz de noche en su hogar.