Domingo 01 de noviembre 2016
No logro entender qué sucedió en Canadá.
Esa noche Adam y yo nos besamos, sus manos me apretaron tanto a su cuerpo que sentí que llegamos a un tipo de fusión, amalgama o no sé… Luego cuando estábamos en el avión ni siquiera me dirigió la palabra, es más, ni me miró. Intenté acercarme, intenté preguntarle. Pero al demonio, ¿Tengo yo que andar tras de él?
Por favor, Ogro viene, Ogro váyase.Yo no soy La Bella, para andar transformando Bestias. En dado caso, la maldita Bestia soy yo.
—¿Aquí hay algo que tomar?
—Si hice una fiesta y los invité ¿A que demonios crees que fue? ¿A ver las puntas abiertas de tu cabello? —le señalo la mesa con las bebidas.
Salgo caminando y me alejo de Shiloh, si fuera alguien mínimamente agradable por lo menos querría tenerla al lado, pero ahora mismo todos me parecen pedazos de mierdas andantes.
Honestamente en menos de dos horas ya había logrado tener esta fiesta completamente dirigida a cómo tenía que ser, así que sé que es buena, la hice yo, ¿Que fiesta de Clover Bloom no se volvió la mejor de la temporada? Pero estoy tan fuera de entonación.
Para ser post Halloween está bien, solo que… yo no.
Los cuerpos bailan, la música suena, las bebidas hacen su efecto, pero yo no hago lo primero, disfruto lo segundo o siento el efecto de lo tercero.
—¿Estás bien? —comienza a gritarme Petra sobre la música cuando se acerca —¿Por qué no te estás destrozando la espalda allá?
—No tengo ganas.
Cecile me iba a preguntar, pero solo hace una mueca y se lleva a su hermana a bailar otra vez.
¿¡Cómo quieren que baile si por un demonio Adam parece borrar mi existencia con mierda de burra con sida y gonorrea?!
No puedo dejar de atacar mis pobres uñas, pero no con ansiedad, sino con enojo. ¡¿Cómo demonios quiere que simplemente deje las cosas como estaban… si me llamó Bruja?! Si me dijo… así. si me besó así, si me abrazó así… ¿Cómo?
¡¿Cómo, mierda?!
El enojo me llega hasta las piernas, quienes deciden que es momento de decirle las cosas que tengo qué.
Adam Henderson
—Sí —digo ya cansado—, entendí el punto, pero no pasará. No volveré a casa.
Mi madre, Alias, La señora Henderson, comienza a hablarme, y a decir verdad, mi corazón se ablanda. Pero no lo suficiente.
—No, no es que queramos obligarte…
—De hecho, sí queremos, y podemos. Adam. No es una petición —interrumpe papá —. Eres mi único hijo, eres el heredero. Si no tomas la empresa, al morir será entregada al accionista mayoritario. ¡No dejaré que uno de esos tontos tenga mi empresa! Así que ponte las bolas derechas y encárgate de la herencia familiar.
Doy un largo trago de whisky antes de hablar —No. ¿Entonces quiere que tome la empresa, no que vuelva a casa?
—Sí, mierda. Quédese en su departamento con más ratas que trastes, la empresa sí es algo que me importe.
—No —repito, sé que las respuestas cortas lo molestan más y por eso amo responder con monosílabos.
—A ver sí entendí —se masajea la sien—, estás dejando de lado heredar la maldita empresa que yo trabajé con la intención de dejarla a mi hijo, ¡Por ser un profesor! ¡Por un sueldo así! ¡¿Eres natural o te esfuerzas mucho?!
Con total calma me levanto del sillón, no me quedaré a escuchar como me irrespeta.
—Tony, cálmate —dice mamá, papá obedece, porque hay jerarquías—, hijo, ¿En serio amas el magisterio?
—No —respondo sin interés—, lo odio. Lo detesto.
Papá se para de su silla —¿Y por qué ¡No tomas la empresa del carajo?!
—Porque también odio los negocios —me río—, pero al menos estoy haciendo algo que odio porque quiero y no porque tú lo quieres.
Sonreír con cinismo es mi manera de representar la herencia de mi padre favorita.
—Hijo —papá empieza calmado—, a nuestra familia le costó salir de Venezuela cuando eras pequeño, lidiamos con la deficiencia, el prejuicio, contra todo para estar donde estamos… tú… ¿Cómo puedes dejar que todo nuestro legado caiga? ¿Qué todo caiga? ¿Qué el legado del abuelo caiga?
—No uses al abuelo para manipularme… —eso sí me enoja.
—El abuelo no creo la empresa de publicidad, pero el primer paso lo cimentó él. La empresa es él —señala toda la casa alrededor—, la familia es esto, y siempre terminas alejándote.
—No uses al abuelo, nuestro país y a la familia para manipularme —repito yéndome.
—Hijo…
—No pasará —respondo entrando las manos en mis bolsillos, me paro frente de la puerta—, te amo, mamá —digo en despedida.
—Te amo, Señor Henderson —me responde ella con la sonrisa abarcando su cara.
El ambiente era tenso.
—Aún no he muerto —masculla papá.
Siempre lo era, pero a mí ya ni me importa, tengo toda una vida fuera de la farándula, fuera de la empresa, hasta fuera de la familia. El apellido Henderson no es un halago, no para mi persona.
Y si algo me enseñó el abuelo era a ser fiel a lo creído y yo creo en mí fuera de lo que papá me ofrece. En eso y solo en eso creo.
—Niño ingrato.
—Ya no es un niño, cariño —escucho que responde mi madre.
Eso, mamá.
—Se comporta como un pequeño.
—Es idéntico a ti y tú ya tienes cincuenta y tres años, querido.
Una sonrisa se posa en mi cara y sigo mi camino. Mamá sabe cómo mantener a papá a raya, ellos son demasiado diferentes. No sé cómo ella puede estar casada con él.
Camino por el pasillo de la casa en la que crecí. Un poco de nostalgia me golpea, pero me mantuve firme; ya tengo seis años fuera, tenía solo dieciocho cuando me independicé, y me siento mucho mejor.
—¿El tío Tony me odia?
—Ni te mencionó, Bastian, no eres el centro del mundo —subo al auto. El castaño se carcajea—. Lo mismo de siempre. Papá quiere que tome la empresa. Mamá me ha defendido. Yo me he largado.
—Tía Gertrude siempre ha sido lo mejor que hay.
—Cuando mamá quiere algo, nada le da miedo, ni papá.
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Editado: 30.09.2023