Lunes 14 de noviembre 2016
Adam.
Exponerme como frágil no es lo mío, no obstante, ahora es algo que amerito.
Lo quisiera o no.
De niño era poco sentimental, pero a la vez muy sensible cuando se trataba de mi madre. Eran un poco ausentes, pero siempre que lloraba era con ella.
Todo ello cambió cuando tenía once.
Descubrí una nueva manera de lidiar con la ira y la impotencia.
Actuar.
Descubrí que llorar no era ni la mitad de satisfactorio que enfrentar mis problemas.
Y en el presente, quería actuar.
Actuar era el paso dos, llorar el paso uno y aunque me había saltado la parte uno desde que descubrí esta secuencia… en este momento no puedo.
Me estanqué.
Me estanqué en ella. Y no lo entiendo. Mientras más vueltas le doy, más me encerraba en que es un callejón sin salida.
Está atardeciendo; ver la entrada de mi casa me da cierta calidez en el pecho, sin embargo, mis manos se enfrían por saber que me tragaré mi orgullo con cada paso que doy para acercarme.
Que irónico, el hijo pródigo regresa a casa… pero no antes de terminar de perder la cordura por el pecado y la bruja.
Sí, ninguno de mis padres es religioso, así que ni idea de dónde sale esa inclinación en mí.
Extraño lo simple que era mi vida cuando sembré las flores del sendero en que transito ahora, estaba con mi primer amor y con mamá.
—¿Mamá? —abro la gran puerta, entro y miro a mi alrededor— ¿Papá? ¿Mamá?
La casa está de la misma manera en que la dejé.
—¿Señorito Henderson?
Miro a quien fue mi nana, está en el umbral de madera antigua que lleva al salón.
—¿Dónde están mis padres, Laila?
El tic en mi piernas sigue, porque los nervios me recuerdan que estoy de camino a destrozar toda la autonomía que construí estos años.
—En la biblioteca, señorito —asiento.
Cuando camino por las escaleras recuerdo a la Clover llorona que dejé sola en el almacen.
Es una tortura descubrirme pensando en ella, en sus ojos cuando le he dicho esas cosas, en las palabras que salieron de mi boca, en los pensamientos que me llenaban, la preocupación que emané por ella, la manera en que sus labios temblaban, el calor en mi pecho al sentirla cuidándose, escudándose en mí… y me confirmo lo que ya sabía; me perdí en ella.
Me estanqué por ella.
Abro la puerta de caoba esperando ver a mis padres.
—¿Adam? ¿Qué haces aquí? —oigo la voz de papá— ¿Tú? ¿viniendo sin que te lo pidamos? ¿Cuándo despierto, niño? ¿Qué debe haber pasado para que vengas?
—¡Tony! ¡No le reproches por contar con nosotros! —susurra mamá.
Conozco a papá lo suficiente como para saber que está intentando saber qué me pasa. Solo que su manera de expresarse es un poco… diferente a la de mamá.
—No lo hice —susurra papá—, solo… quiero… quería…
—Te quejabas de que no te incluía en su vida… Por esto es, Tony.
Bajo la iluminación cálida del lugar, ellos toman algo caliente.
—¿Hijo? —mamá me mira desde su sillón grande, papá está en otro sillón de cuero marrón leyendo.
No había llorado aún, primero porque no es lo mío, segundo, la cosa es el shock de haberme confirmado lo que temía.
Sus ojos me contemplan justo de la misma forma que alguna vez lo hicieron cuando tenía once.
Esa mirada me hace sentir un niño otra vez.
—¿Adam? Adam, ¿Cariño?
En un par de segundos ya está frente a mí, acunando mi cara en sus palmas.
—Mamá…
Con necesidad y sintiendo la vergüenza en mi cara, me lanzo a ella. Meto mi cara entre su cuello y su hombro izquierdo, la acaparo con mis brazos porque siento que mientras más cerca de ella esté, más lejos de lo que me atormentaba estaría.
Siento como un poco de dolor se fue… pero con lágrimas.
Dios, no había llorado así desde los once, y no había estado abrazando a mi madre de una manera tan necesitada desde los quince.
¡Cómo ha pasado el tiempo!
No…
¿Cómo había dejado que pasara así el tiempo?
—Vamos, cariño —hay tantos, pero tantos recuerdos que poseo en este lugar que con cada paso la nostalgia me golpeaba más fuerte—. Cuéntale todo a mamá.
Termino no sé cómo sentado en el sillón, al lado de mamá.
—¿Puedo pensar que viniste a aceptar mi oferta de la empresa? —me mira con picardía sobre sus lentes.
Descanso mi cabeza en el regazo de mi madre, en su falda de satén negra, solo miro a mi padre y río.
—De ese susto no mueres, viejo.
Niega divertido.
—Bah, un viejo puede soñar.
—Silencio, Tony —mamá interviene divertida— ¿Adam? ¿Hijo? ¿Algo ha pasado?
—¿Recuerdas el día del partido de soccer de la escuela, el último al que fui? —aguardo unos minutos antes de seguir —Mamá, ¿Recuerdas cuando esos chicos nos molestaron a Bastian y a mí? Volvimos a casa y lloré contigo en el jardín. Me dijiste que llorar no me preocupara, porque no me hacía débil el hacerlo —miro a papá—. Luego de que te fuiste fui a la oficina de papá. Papá, por otro lado, me dijo que llorar no me hacía débil, pero lo que hacía después sí y que no debía acostumbrarme a solo llorar.
Mamá mira a papá casi fulminándolo.
—Tony…
—Gert, no iba a dejar que mi hijo se sintiera indefenso, así que le enseñé un par de golpes. No me mires así, querida. No siempre íbamos a poder defenderlo, le enseñé a hacerlo por sí mismo.
Sigo con la cabeza en el regazo de mamá.
—Al día siguiente, fui donde ese chico, y le rompí la nariz.
—Adam —me advierte mamá.
—Y se sintió tan bien poder defenderme, que tomé la decisión de saltarme el paso de llorar e ir directo al paso de actuar.
—No me culpes —se defiende mi padre—, yo solo le enseñé el paso dos, no le dije que se saltara el uno.
—Ahora… no puedo tomar el paso dos, y estoy estancado en el paso uno. Quiero actuar, pero no puedo —respondo en contra parte.
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Editado: 30.09.2023