—Wow, tranquilo chico —dije preocupado mientras intentaba controlar a mi nueva mascota.
—Deja de luchar con él, debes dejarlo explorar tranquilo, pero sostenerlo con firmeza para que sepa que tú eres quien manda.
—Señora Liz, ya le dije que eso no tiene sentido.
—Ahh, qué joven tan testarudo.
—Yo creía que los animales de servicio eran más tranquilos.
—Pues te equivocaste, y Pato todavía no es un animal de servicio, aún debe pasar por el entrenamiento adecuado… ¡Cuidado con el poste!
—Ya lo sé —respondí, rodeé el objeto y seguimos nuestra marcha.
—¿Y cuál es el punto de dármelo si todavía no estaba listo? —retomé tratando de atraer al animal más cerca mío.
—Creo que sabes la respuesta a eso…
—Lo del puente —musité deteniéndome un momento.
—Exacto, Pato no solo tiene la función de ayudarte con tu ceguera, también es un pilar emocional para que no cometas otra tontería como la de hace unos días.
Permanecí en silencio unos instantes, yo sabía bien que todos estaban preocupados por mi salud, y ya no se trataba solo de mi ceguera; lo que había hecho era algo grave y aunque no tenía intención de repetirlo, no estaba completamente seguro de cómo reaccionaría ante una situación similar. El corazón parecía detenerse en mi pecho de solo recordar ese día.
El pelaje de Pato se sintió en mi mano y piernas, el animal estaba frotándose con mi cuerpo de manera amable, como si sintiera el malestar que tenía. Me di cuenta y agachándome comencé a acariciarlo. El pelaje de este era suave al tacto y cada cierto tiempo el animal trataba de lamer mis mejillas. Ciertamente, afecto le sobraba al canino.
—Gracias muchacho, estoy bien —dije notando su preocupación por mí.
—Te lo dije —comentó con satisfacción la señora Liz.
Ambos reanudamos nuestro camino. La señora Liz parecía bastante tranquila, pero mis nervios crecían con cada paso que daba. Ese día tenía que ir a mi consulta de rutina con el doctor Marcus, pero esa sería la primera vez que lo haría después de mi intento de suicidio. «Suicidio» pensé con terror, nunca me había detenido a pensar en la palabra como tal, ahora que era consciente de esta, y lo que conllevaba, miedo era todo lo que sentía por ella.
Sin contar a mis amigos y a la señora Liz, nadie más sabía de lo sucedido en el día de mi cumpleaños, y siendo sincero lo prefería así, después de todo no era un tema muy agradable para andar difundiendo. Mientras menos gente lo supiera era mejor para mí. Por otro lado, la señora Liz creía firmemente que yo debía informar al doctor lo sucedido, por lo general ante esas situaciones la persona debía ser llevada al hospital de inmediato, pero entre la conmoción de lo sucedido y la inexperiencia de mis amigos, acabamos por no hacerlo.
Cuando se enteró de que iría al hospital, ella se decidió por acompañarme casi de inmediato, yo le había dicho que no hablaría de mi problema con los del hospital, pero aun así insistió en ir por si necesitaba su ayuda. Realmente no creía que la señora Liz le revelara a Marcus, u a otro doctor, mi problema, pero era raro que decidiera venir igualmente.
—Llegamos —declaró ella.
Me detuve durante unos segundos frente a la entrada, el miedo me invadió junto con las ganas de salir corriendo de allí.
—Tranquilo Alex, hagas lo que hagas yo estaré aquí.
—Gracias —dije más confiado.
En la sala de espera pude sentir las miradas de los demás pacientes sobre mí, aunque lo más probable era que esas estuvieran dirigidas a Pato. Cosa que pude confirmar cuando una niña se acercó a acariciarlo.
—Alex Bandel —llamó el doctor.
Al entrar al consultorio sentí los nervios por todo mi cuerpo, tanteé en busca de la silla y me senté de manera muy poco natural, como si estuviera a punto de ser reprendido por algo que había hecho. «Pues no es del todo erróneo» pensé.
—Buenos días Alex… y señora Mercedes, ¿qué la trae por aquí?
—Oh, vengo a acompañarlo.
—Ya veo, ¿y quién es este muchachito de aquí? —dijo el hombre en dirección a mi peludo compañero.
—Es Pato, mi nueva mascota.
—Eso es genial, —exclamó con cierta felicidad —tener un compañero animal te ayudará a afrontar tu condición de manera más positiva.
Inconscientemente tosí con nerviosismo por las palabras del doctor Marcus, «ay doc, si supiera la verdadera razón por la que tengo a Pato…» pensé con cierto arrepentimiento por la farsa que intentaba mostrar, luego le presté toda mi atención a él.
—Bueno, ¿y qué hay de nuevo?, ¿ha ocurrido algo interesante?
«¿De todas las cosas tenía que preguntar eso?» me dije a mí mismo mientras sentía unas terribles ganas de escapar del consultorio. Pensé un poco y procedí a dar una respuesta muy simple y monótona al doctor, que pareció sospechar un poco de mi relato.
Cuando el profesional volvió a preguntar, esta vez con un tono más serio y que hacían notar que ya sabía que algo le ocultaba, comencé a plantearme el darle la misma respuesta; pero en cuanto quise hablar, todos los acontecimientos y las palabras de mis amigos vinieron a mi cabeza, sumados a las caricias y lloriqueos de Pato al lado mío, hicieron que dijera la que es, probablemente la frase más dura en mi vida.
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Editado: 12.04.2024