Max dejó a su madre en el jardín, sentada en su silla favorita, y se fue a prepararle el almuerzo. Pensó, mientras tanto, en los buenos ratos que había pasado esos días con Raine y en el amor maternal que demostraba con Abby. No estaba dispuesto a dejar que su relación se enfriase, pero sabía que los dos necesitaban darse un tiempo para reflexionar. No quería desaprovechar la oportunidad de hacer una película con Bronson Dane, pero tampoco quería alejarse de Raine de nuevo. Tenía que haber una manera de compaginar ambas cosas. El destino no podía ser tan cruel con ellos como para haber propiciado su encuentro para luego separarlos de nuevo. Ahora que estaba de nuevo en casa, pensó que su madre podría darle las respuestas a todas esas preguntas que Raine no había querido darle. Su madre le dirigió una sonrisa cuando volvió con una bandeja de sándwiches y frutas.–Gracias, cariño. ¿Qué tal están Abby y Raine?–Muy bien –respondió él, sentándose a su lado en un sillón orejero–, pero no te andes por las ramas y pregunta directamente lo que quieras saber. Elise se echó a reír y probó un par de uvas.–Soy tu madre, Max, y la obligación de toda madre es interesarse por su hijo.–Llamé al técnico que me recomendaste. Irá a instalarle una caldera nueva.–¿Y te dejó ella que hicieras todo eso?–No, pero lo hice de todos modos.–Bien hecho, Max. Raine necesita a alguien que le ayude. Dios sabe que no puede contar con la presuntuosa de su madre… Por no hablar del padre.–Ya. ¿Cuándo le nombraron alcalde de Lenox?–Poco después de que tu padre y yo nos trasladáramos a Boston –respondió Elise, y luego añadió, mirando a su hijo a los ojos para ver su reacción–: Raine es una chica encantadora. Lamento no haberme dado cuenta antes.–Raine sigue siendo la misma de siempre. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?–Nunca tuve ningún problema con ella, pero quería que hubiera paz en casa. Tu padre y tú os llevabais a matar y no quería que una chica fuera otro motivo más de discordia en la familia. No podía permitir que la familia se desmembrara por las hormonas de unos adolescentes.–Yo la amaba, mamá, y me habría casado con ella si se hubiera ido conmigo a Los Ángeles.–Ahora lo sé, hijo, pero entonces pensé que no estabais preparados para vivir juntos. Erais demasiados jóvenes. Tenías demasiadas fantasías. Igual que tu padre. Max miró a su madre. Había bajado los ojos y le había desaparecido la sonrisa. Él odiaba a su padre. Había sacrificado su familia y su vida personal por triunfar en los negocios. ¿Se daría cuenta de todo lo que se estaba perdiendo en la vida? ¿Acaso su cadena de restaurantes era más importante para él que su esposa, que se estaba recuperando de una operación de cáncer de mama? Él nunca sería como su padre.–¿Cuándo crees que va a venir por aquí? –preguntó Max, imaginándose la respuesta. –Está muy ocupado. Ya sabes cómo es…–Sí, pero supongo que podría tomarse algún día libre. Max no trató de insistir. No quería herir a su madre hablando de ello. Se quedó pensativo, mientras su madre comía un poco de fruta. Había un par de preguntas que le roían por dentro. ¿Estaría su madre al tanto del proceso de adopción de Abby? Seguramente sí. Si Raine hubiera estado embarazada, ella lo habría sabido. No solo su madre, sino todo el pueblo. ¿Por qué entonces no quería decirle la verdad? Aún había muchos obstáculos y temores que se interponían entre Raine y ella. Había que derribarlos. El problema era cómo.
Raine estaba esa mañana en el cuarto de trabajo, preparando la última cesta de pedidos, cuando sonó el timbre de la puerta. Echó un vistazo a Abby. Estaba muy entretenida en el corralito con sus muñecos. Bajó las escaleras para ver quién era el inesperado visitante. Se asomó a la ventana que había junto a la puerta y frunció el ceño al ver a un hombre con un mono de trabajo azul en la entrada. Abrió la puerta con precaución.–¿Sí? El hombre le tendió un papel sujeto con un clip a una tablilla.–Buenos días, señora. He venido a instalar la nueva caldera.–¿Perdón? ¿Una nueva caldera dice? El hombre puso cara de sorpresa y entonces ella lo comprendió todo: Max. A la mayoría de las mujeres se les llenaban los ojos de lágrimas cuando recibían flores. Ella, en cambio, estaba a punto de llorar por haber recibido una caldera.–¡Ah, sí…! Pase, por favor. Está en ese cuarto. El hombre echó un vistazo a la caldera vieja, regresó a la camioneta y volvió con un ayudante. Raine comprendió que no pintaba nada allí, mirando cómo los dos hombres trabajaban, y subió al cuarto de trabajo. Agarró el teléfono móvil y tomó a Abby en brazos. Marcó el número de la casa de Elise.–¿Me has comprado tú una caldera? –preguntó sin más preámbulos.–Sí –respondió él con una sonrisa–. ¿Has tratado ya de echar de casa a los operarios?–Lo pensé, pero luego comprendí que sería absurdo no aceptar un regalo tan útil.–¡Vaya! Estás desconocida. La vieja Raine se habría peleado conmigo con uñas y dientes. Ella sonrió para sus adentros y bajó de nuevo las escaleras.–Ya no soy tan tonta como antes.–Me dejas impresionado. ¿Querría la nueva Raine salir conmigo el día de San Valentín?–Lo siento, Max. La nueva Raine tiene un bebé pero no tiene niñera.–Eso no es problema. Me gustaría salir con las dos. Ya habrás oído lo mujeriego que soy.–¿Y qué pasa con tu madre? ¿Se quedará una enfermera con ella esa noche?–No hará falta. Al parecer, mi padre va a venir a casa a pasar el día con ella. Raine entró en el cuarto de estar y dejó a Abby en la sillita.–No lo dices muy convencido.–Creo que él quiere venir. Lo que no está claro es si su trabajo se lo permitirá. Raine miró a Abby. La niña seguía muy tranquila, a pesar del ruido que los operarios estaban armando. Aún no se podía creer lo de la cita con Max. ¿A dónde les llevaría eso? ¿A la cama?–No estoy segura, Max.–No quiero presionarte, Raine, pero sé que lo pasaríamos bien juntos. ¿Qué me dices?–¿Me dejas pensarlo?–Tienes todo el día para ello –respondió él, sonriendo entre dientes.–¿Qué haríamos si aceptase?–Te lo diré cuando me digas que sí. Raine sintió un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Cómo podía negarse a salir con él? Para qué engañarse, necesitaba esa cita más que el aire para respirar.–Si estás seguro de poder estar con Abby y conmigo a la vez…–Perfecto. Me pasaré por tu casa mañana a las cinco. ¿Te parece bien?–¿Adónde vamos a ir?–No te preocupes por eso. No hace falta que te pongas de tiros largos. Deseo salir con la chica sencilla con la que he pasado tres días en su casa por culpa de la nieve.–¿Hablas en serio? No sé si esa chica estará presentable para ir a un lugar público.–Lo estarás, ya lo verás. Cuando Raine colgó, se sintió intrigada de cuál podría ser el plan de Max. Parecía otro desde que había vuelto a la ciudad, pero por mucho que le agradase esa cita, sabía que tenían que proceder con cautela. Ninguno de los dos podía permitirse otro fracaso sentimental.