Recuerdo aquella noche como si fuera ayer, una noche que parecía destinada a ser una más, compartida entre las conversaciones y risas de los amigos de Axel. Pero en lugar de pasar desapercibida, terminó marcando mi corazón con una angustia que nunca he podido dejar atrás. Habíamos ido a una de esas reuniones donde la élite de la medicina y los poderosos de Roma se mezclaban en un mar de conversaciones llenas de formalidad, donde las apariencias y las sonrisas ensayadas eran la norma. Yo siempre me sentía fuera de lugar en esos ambientes, pero estaba allí por Axel, porque él me amaba y quería que formara parte de su mundo, aunque sabía que en ese mundo, algunos me miraban con recelo.
Me levanté del sofá con una sonrisa discreta y me dirigí a la cocina para buscar un vaso de agua. Necesitaba un respiro, un momento a solas para calmar el nerviosismo que siempre me acompañaba en esos lugares. Mientras me acercaba, escuché las voces apagadas de dos hombres que conversaban en voz baja. No era mi intención escuchar, pero mis pasos se detuvieron al oír el nombre de Axel.
—...Sí, habían considerado a Axel para el puesto de director de urgencias —dijo uno de ellos. Reconocí la voz de Franc, un amigo cercano de Axel. Pero lo que me heló la sangre fue la respuesta del otro hombre, cuyo rostro no alcancé a ver desde mi posición.
—Lo sé, Franc, pero no están convencidos. Tienen dudas por su relación con Isabella, esa modelo que siempre está en el ojo público. No quieren que el hospital se vea envuelto en un escándalo si algo sale mal.
Sentí cómo esas palabras se clavaban en mí como puñales, dejándome sin fuerzas. Me quedé allí, petrificada, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con brotar. Franc trató de defenderlo, y lo aprecié por eso.
—Pero eso no es motivo para no ascenderlo —insistió Franc con convicción—. Axel es brillante, y su vida personal no debería interferir en su carrera.
—Para la Junta, sí lo es —respondió el otro hombre, con una frialdad que me estremeció—. No ven con buenos ojos el trabajo de Isabella y la constante atención de los medios. No quieren ese tipo de distracciones ni riesgos.
Volví al salón con la mente nublada, la angustia estrangulándome por dentro. Busqué a Axel con la mirada, y cuando nuestros ojos se encontraron, noté su preocupación. Se acercó a mí con esa ternura que siempre me desarmaba y me preguntó en voz baja si estaba bien.
—¿Estás bien, Bella? Te ves un poco pálida —dijo, acariciando mi mejilla con suavidad.
Le sonreí, forzando una respuesta que no sentía en lo más profundo de mi ser.
—Sí, amor. Estoy bien, solo un poco cansada.
—Si quieres, podemos irnos —ofreció, siempre atento a cada detalle.
Negué con la cabeza, tratando de fingir normalidad, aunque por dentro el dolor me desgarraba.
—No te preocupes, no pasa nada.
Pero Axel, con su insistencia cuando se trataba de mí, decidió que lo mejor era marcharnos. Fue a buscar los abrigos, y mientras lo hacía, una mujer que había estado observándonos durante la noche se acercó a mí. Su mirada era afilada, y sus palabras estaban teñidas de malicia.
—¿Ya se marchan? —preguntó, con una falsa preocupación.
Asentí, explicando que no me sentía muy bien. Pero no estaba preparada para lo que vino después.
—Qué pena, Isabella. Deberías conocer mejor la profesión de Axel —dijo, con veneno en cada palabra—. Esta fiesta es crucial para que él haga contactos importantes, y no deberías ser tan egoísta, siempre poniéndote a ti primero.
Sentí cómo mi piel se erizaba bajo su mirada. Sabía que sus palabras no eran más que celos disfrazados de consejo, pero aun así, me hirieron profundamente. Me quedé sin palabras, con el corazón pesado, mientras ella sonreía con esa suficiencia cruel que solo alguien lleno de resentimiento puede tener.
Axel regresó con los abrigos, y al verme más pálida que antes, me abrazó con fuerza. Su amor era tan intenso, tan abrumador, que me sentí culpable por no ser la mujer que él necesitaba en ese momento. No le dije nada de lo que había escuchado; no podía cargarlo con eso. Pero desde entonces, el peso de esas palabras me persiguió, plantando la semilla de una decisión que sabía que destrozaría mi corazón, pero que también protegería el suyo.
Y mientras nos alejábamos de esa fiesta, con su brazo rodeándome como un escudo, no podía dejar de pensar que, por más que lo amara, nuestra historia estaba destinada a terminar. Lo haría por él, por su carrera, por su vida. Haría lo que fuera necesario para que Axel pudiera brillar sin la sombra de mi presencia.
Esa decisión, aunque la tomé con la cabeza fría, me destrozó el alma. Porque la verdad es que lo amaba más que a nada en este mundo, y al tomar esa decisión, me di cuenta de que lo que más dolía no era solo la pérdida del amor, sino la historia que nunca llegamos a escribir, el amor en blanco que quedó sin ser contado.
Editado: 12.12.2024