"El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad."
Víctor Hugo
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Cambios.
Las clases transcurrieron con una normalidad y una velocidad sobrehumanamente desenfrenada, que a decir verdad, fue sorprendente la manera en la que me fui acostumbrando a los nuevos cambios que se avecinaron de manera tan radical en mi vida con la intención de intimidarme; nadie está totalmente preparado para ellos, a veces, salir de tu zona de confort puede ser un reto radical, pero para eso somos adolescentes, para correr riesgos, para llorar, caer, reír y nuevamente sanar; o como una vez alguien me dijo: «El dolor es una revelación, no hay que tenerle miedo», sanarás, pero no hasta que hayas aprendido, no hasta que hayas sentido en lo más profundo de tu pecho un mar de preocupaciones, no hasta que caigas en huecos existenciales y desees escapar de las espinas que la vida nos pone en los zapatos pero es ahí donde te sientes humano, real, perfectamente imperfecto; donde sabes que estás viviendo realmente, y comprendes en carne propia que la existencia es para el cobarde y la vida para los valientes.
Para eso vivimos, para sufrir, estamos obligados a vivir este mártir para poder sentir.
¿Quién quiere una vida de deseos sin amor? Solo un verdadero cobarde, que no aprecia el arte y pierde su tiempo tratando de entenderla.
¿Saben por qué los africanos celebran sus muertes? Ellos dicen que a la vida se viene a sufrir, y cuando uno muere, va a descansar. Y tienen razón, para eso vinimos.
Si tuviera que describir la vida en tres palabras sin duda diría: sensibilidad, arte y sufrimiento.
Para eso estamos, para sentir; para sentir miedo y desesperación, para sentir nuestro cuerpo atrofiarse gracias al frío que nos produce experimentar la soledad existencial y acostumbrarnos a ella, para sentir el corazón acelerado, para enamorarse de la manera más profunda posible, para llorar la perdida de seres queridos y de personas que pensamos que estarían siempre con nosotros.
Para crecer, para llorar por miedo, para llorar por dolor, para encontrar el sosiego de nuestra ansiedad, para superar los insomnios despertando espiritualmente, para darse un respiro circunstancial después de cada caída y levantarse con aún más firmeza.
Para eso se crece y se vive, para aprender a sentir, para experimentar emociones, para ampliar nuestros horizontes y ser lo que deseamos, ser lo que amamos, ser lo que en realidad somos y por fin poder drenar toda esa personalidad que tanto hemos estado reprimiendo por miedo a ser juzgados, para entender que si una mujer lleva una falda corta no tiene la culpa de ser violada, para pensar antes de cometer el error de darle una existencia indigna a un ser que merece tener una vida, con todos sus derechos, para no discriminar a personas que padezcan de enfermedades, para no aborrecer a alguien por tener una orientación sexual diferente a la tuya, para evitar hacer comentarios negativos acerca del físico de otra.
Aun así, tendríamos que pasar por mucho para entender que la magia no está en los objetos, está en lo que tú sientes al verlos.
¿Recuerdan a Brida? Pues, el mago le enseñó que antes de ser maga, debía aprender que ella también era magia.
Con esto quiero destacar que hay personas que antes de hacer que te enamores de ellos, hacen que te enamores de ti misma.
Así como también hay personas que hacer que poco a poco de vayas dejando de querer.
Para sufrir hemos nacido, para llorar lágrimas de sangre, recitar poesías de amor, y para escribir verdades que cambien al mundo, para cantarle al universo las más hermosas letras y las más profundas rimas, para ser voz, para ser vida.
Para creer.
Para despertar.
Para soñar.
Para creer que necesitas despertar, pero no dejar de soñar; y así proyectar tus sueños.
Y es cierto, lloramos, sufrimos, algunos pasamos por circunstancias que nos marcan a vida de tiempo completo, que nos hieren tan fuerte, que cuando creemos que sanamos, el dolor vuelve, de manera gradual y existencial, trayendo consigo espinas nuevas, demonios nuevos, inseguridades nuevas; pero siempre nos encontraremos a nosotros mismos dentro de los problemas; nuestras decisiones nos hacen darnos cuenta de quienes somos, de que estamos hechos y de que somos capaces; descubrimos que tanto dolor somos capaces de aguantar solos, y cuanto podemos aprender de él.
Y del dolor de los demás, claro.
Cada vez que algo nos sale mal, buscamos la manera de hacernos sentir mejor, de darnos ese golpe en el hombro en señal de «No te preocupes» o «De los errores se aprende», buscamos dentro de nuestra amargura una insolencia que se empeña en justificar nuestros errores y mostrárnoslo de una manera normal, que no parezca que nos equivocamos y nuestra consciencia se sienta pura, sin peso que la haga removerse y sentirse insegura, o tal vez ansiosa.
Pero, ¿Acaso nos alcanzará la vida para cometer todos los errores? ¿Moriremos sin culminar nuestra búsqueda espiritual?
¿O nos encontraremos?
¿Conoceremos nuestros demonios y los abrazaremos a nuestro pecho?
También tenemos que aprender de los errores de otros, ¿No lloramos lo suficiente con los nuestros?
Si nos detenemos también a pensar, esto tiene sentido; seríamos más sensibles hacia la sociedad, más humanos, seríamos mejores personas cuando seamos capaces de sentir el dolor de los demás, y en lugar de sentir envidia, nos alegremos cuando alcancen un logro, cuando logren estar en lo más alto de sus sueños, sosteniendo sus galardones y mostrándolos al viento.
Entonces, solo ahí conoceremos las diferencias entre admirar y envidiar.
Vivimos repitiéndonos «Cada quien que resuelva sus problemas», pero ¿No manchas a alguien de mala persona cuando no puede ayudarte?