Un par de soldados nos ayudaron a entrar al helicóptero y cuando estuvimos a bordo, la máquina sobrevoló todo el terreno. Pude observar a los tambaleantes muertos vivientes salpicando todo el paisaje, desde esa altitud comprove el desastre absoluto, las casas de la urbanización ofrecían un aspecto desolador, en algunos lugares habían inmensas hogueras producto de la explosión de las tuberías del servicio de gas domiciliario. En algunas partes no se veía un alma, tal vez un par de cadáveres andantes vagando por la calle.
Dentro la nave nos acomodamos contra el mamparo del fondo. Observé que vestían el uniforme camuflado con el logo ONU bordado en sus brazos. El piloto estaba en la cabina y con nosotros los dos soldados.
—¿Quiénes son y qué hacían en ese infierno? —. Grito uno de ellos por encima del ruido de los rotores.
—Venimos de una estancia al otro lado del río Pirai, nos informaron que en el aeropuerto estaban rescatando personas para transportarlas a un lugar seguro.
Ambos soldados se miraron extrañados.
—¿Ustedes dos solos sobrevivieron ahí abajo?
—¡Si maldita sea! —estalló Donna —¡Llevamos cinco putos días tratando de no ser devorados por los muertos! ¡Cinco putos días que no dormimos ni comemos bien! ¡Entonces no seas tan verga y deja de preguntarme mamadas!
La preción fue demasiado para ella y estalló en sollozos. La apreté contra mi, mientras acomodaba su hermosa cabellera dorada. Mi amor es fuerte pero lo había perdido todo en éste apocalipsis zombie, su familia, su patria.
—¿Vamos al aeropuerto? —. Pregunté.
—Al norte, hacia las montañas, por el momento un lugar seguro—. Respondió uno de ellos.
—¿Perdón, pero y el aeropuerto? —. Cuestiono Donna ya repuesta y alerta.
—Me llamo Edgar y mi compañero Javier —. Intervino Edgar y continuó :
«Les contaré como fue el asalto final. Aquel día nos cayeron de sorpresa, contábamos con tres aviones de pasajeros para evacuar a los asilados y tres helicópteros de guerra, como este Comanche. También teníamos seis tanques armados de pesados morteros de combate. Éramos un regimiento completo para repeler y eliminar al enemigo.
Y así lo hicimos, primero comenzaron a llegar como un goteo, grupos de dos, tres hasta cinco tambaleándose entre los autos siniestrados y abandonados que atascaban la carretera vacía.
Los francotiradores hicieron limpiamente su trabajo y pensamos que seria como los otros días, sin embargo nos comunicaron que se acercaba una verdadera horda de muertos vivientes, una multitud de miles.
Nos preparamos para enfrentarlos, pero utilizamos muy mal nuestros recursos; cuando la primera oleada de engendros llegó no podíamos creer lo espeluznantes que eran, mutilados y desfigurados, con trajes y vestídos, con batas de hospital y camisones, todos manchados de sangre seca y acartonada. Otros con ropa interior y los más completamente desnudos, exponiendo horribles heridas ya secas en su cuerpo.
Entonces llegó una verdadera lluvia de balas, pero no tubo mucho impacto en ellos porque al llegar tan apretados no todos recibían un tiro en la cabeza. Los tanques dispararon hacia la multitud maldita e impactaron en ellos pero también en los autos abandonados que seguramente tenían algo de gasolina en el depósito y estallaron repartiendo una llovizna de fierros. Celebramos porque parecía que los habíamos exterminado. El caso es que no sirvió de mucho porque en medio de la polvareda espesa que generaron las explosiones, aparecieron más muertos tambaleándose y humeando, otros avanzaban con toscos fierros atravesando su cuerpo, otros ardían como antorchas pero seguían avanzando, otros se arrastraban sobre sus vientres y vísceras reventadas pero avanzando hacia nosotros. El ulular de sus gemidos se hizo más fuerte. Llegó la segunda oleada de necrofagos.
Ahí fue cuando nuestras filas se rompieron, había ráfagas de disparos, gruñidos, cada quien salvando su pellejo. Recuerdo que el piloto de uno de nuestros helicópteros utilizó su rotor para destrozar a los muertos malditos que no dejaban de avanzar. La hoja de la hélice abrió una enorme brecha en la masa de engendros hasta que se topó con un auto, estrellándose y estallando como un enorme volcán, fue espantoso, una carnicería, partes de muertos esparcidos por todos lados, una niebla de polvo y aserrin de los cadáveres, cómo una nube de medianoche.
Por suerte los aviones pudieron despegar, pero los que quedamos no nos quedó otro remedio que huir. El aeropuerto fue tomado por los muertos vivientes...»
Trás terminar de relatar se hizo un hondo silencio que de rato en rato se interrumpía por el zumbido de la radio que nos llegaba desde la cabina del piloto.
Observé que abajo de nosotros había terreno escabroso y al fondo se veían las montañas.
¿Estaremos a salvo?
Lo deseo con todas mis fuerzas.
Donna contemplando en silencio el horizonte.
Fin
Así termina la primera parte de “Amor en tiempo de zombies», muchas gracias por acompañarme en esta alocada aventura zombi.
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Donatella1212