Aisha estaba tumbada en el suelo, tenía el cuerpo cubierto de sangre, Omar estaba a su lado, pero, de repente, la mujer, abrió los ojos y enseguida se puso delante de mí y escuché, por primera vez, su voz: -Mírame, estoy muerta y tú encarcela mi marido y así hace que mi hijo que se quede solo, no somos una familia perfecta, hemos intentado hacer todo de la mejor forma. Sus lágrimas se estaban mezclando con el color rojo de la sangre, me agarró de las manos y me las apretó fuerte, no podía moverme ni decir nada.
-Lo siento- grité levantándome de golpe de la cama; me costaba respirar, fui al baño para mojarme la cara con agua fría e intentar tranquilizarme, sucesivamente fui al salón sentándome en el sofá, miré la hora y el reloj tenía las agujas en el número cuatro.
Aquella pesadilla hizo que en mi interior naciese una sensación nueva sobre aquella investigación, había algo que me empujaba a seguir indagando y no abandonar la operación.
Busqué el número de la prisión en la cual se encontraba Ignacio y llamé.
-Buenas noches - escuché una mujer en la otra parte de la línea.
-Buenas noches, lo siento, quería saber a qué hora abren las visitas.
-Las visitas empiezan a las diez. ¿Qué persona desea ver, usted?
-Rodríguez García, Ignacio.
-Sí, es posible verle mañana, bueno en unas cuantas horas, pero las visitas están restringidas.
-Cierto, soy Vanesa López Álvarez, agente de policía.
-Oh, pues, cierto, usted puede verlo cuando quiera.
-Vendría de forma informal.
-Entiendo, bueno, a partir de las diez estará disponible.
-Genial, muchas gracias.
La mujer saludó y colgó.
Volví a la habitación, pero reconciliar el sueño fue casi imposible, no paraba de pensar en aquella maldita investigación, en aquella fuerte imagen de Omar con su madre muerta en el suelo, de la cara destruida de Ignacio al darse cuenta de que perdió todo; sin quererlo aquella investigación había conseguido entrar en mi cabeza sin querer salir y mi sexto sentido me avisaba que tenía que seguir luchando por la justicia.
-Buenos días, vengo para ver a Ignacio, bueno, el señor Rodríguez García.
-Cierto, tiene que firmar la hoja de visita, ¿eres agente, correcto?
-Sí, pero estoy de forma informal.
-Vale, firme aquí y ahora pasará.
-Muchas gracias.
Pocos minutos después seguí el agente hasta la sala de visitas: había muchas personas que estaban viendo a sus queridos, alguien lloraba, otros discutían, había quien gastaba el tiempo estando callado y solo miraba, quien se agarraba a las manos de su querido, tan fuerte con la esperanza que eso cambiase la situación.
Andaba fijándome en los detalles de las personas que se encontraban en la habitación hasta que me encontré en frente a él.
-Vanesa, ¿verdad?
-Sí, soy yo.
-No tienes uniforme hoy.
-Estoy de visita informal.
-¿Y eso?
-Tu investigación ya no es nuestra.
-Pasó a la FPA, ¿no?
-¿Cómo lo sabes?
-Lo suponía, recé para que no pasase esto.
Lo miré sin decir nada.
-Lo sé, yo cometí este error, con conciencia, pero estábamos perdiendo todo, no sabía cómo hacerlo.
-Entiendo - lo observaba hablar y parecía muy sincero.
-Supongo que sabes mi pasado, pero bueno, mi madre es española, del norte, se enamoró de un hombre de Colombia, que se había mudado aquí para rehacer su vida, se casaron y nací yo; tuve una buena infancia, crecido con los valores tradicionales de la familia, el amor eterno y estas cosas, trabajé en diferentes sectores, pero al final me dediqué a la venta de pisos.
-Agencia inmobiliaria.
-Exacto. Estuve muchos años hasta que mi oficina cerró, de un día para el otro me encontré en la calle. Ya llevaba tiempo casado con Aisha y Omar tenía seis años, no sabía como hacerlo, me sentía un fracasado.
-No lo eras- afirmé.
-Usted se sentiría igual si fuera responsable de una familia entera.
-Supongo, pero no eras un fracasado.
-Nos tiraron de nuestra casa, porque dejamos de pagar la hipoteca, ya sabes, y así acabamos en uno de los barrios más pobres de la provincia.
-Es donde empezaste con el narcotráfico.
-Así es, estuve pensándolo mucho, realmente no quería hacerlo, pero si no era yo era otro, para mí este mercado no acababa, así que decidí aceptar.
-Aisha lo tomó mal, supongo.
-Lo supo desde un principio, no compartía la decisión, pero fue aceptándola.
-¿Cómo?
-Sí, lo aceptó poco a poco.
-¿Nunca tuvo momentos de depresión por esta decisión?
-Claro que no. ¿Por qué me lo preguntas?
-Ignacio, resulta que su mujer se suicidó porque no podía aguantar que usted era un narcotraficante.
-Imposible - vi como sus ojos se llenaban de lágrimas.
-Lo siento.
-Es que no puede ser, no me lo trago.
-¿Tenía algún enemigo?
-Que yo sepa no, aunque en este mercado, nunca se sabe.
-Ya, Aisha dejó una carta.
-No me lo trago.
-Afirma lo que le dije, escribió que no podía soportarlo.
-No me lo trago - repetía cada vez con un tono de voz más alto. -Tienes que hacer algo.- añadió.
-La investigación ya no es nuestra.
-Por favor, no la dejes. Hazlo por Omar, no se merece sufrir por un error mío.
-Hice lo que consideraba mejor.
-Y era lo malo.
-Ya pasó.
-Vanesa, promete que no dejarás la operación, te necesito. - afirmó con las lágrimas que salían de sus ojos verdes.
En aquel momento decidí dejarme llevar por las emociones y le conté mi fuerte pesadilla de aquella noche: -Soñé con Aisha anoche, por esto estoy aquí ahora. Llevo bastante como agente, pero ninguna investigación me había enganchado tanto.