Amor entre rejas

Capítulo 8 - Un problema importante: yo

Mi alarma sonó y yo llevaba ya quince minutos viendo el techo de mi habitación, eran las ocho de la mañana, el sol entraba por la ventana e iluminaba gran parte de mi cuerpo. Aquella noche había conseguido dormir cinco horas seguidas y al despertar no tenía ataque de ansiedad ni me había levantado por una enorme pesadilla; todo estaba bien, mi cabeza seguía teniendo un único pensamiento, pero, finalmente, había conseguido apagar mi cerebro por unas pocas horas.

-Buenas noches, ¿mañana, quieres comer conmigo y Andrés? -leí el mensaje de Gonzalo que me había dejado la noche anterior en la mensajería.

-Buenos días, hoy cita con la psicóloga para volver a ser un agente normal, no estaría mal, dime dónde y a qué hora. - le contesté.

Sucesivamente, me vestí con una camisa primaveral blanca y un par de vaqueros negros, fui directa a la cocina, preparándome una tostada de tomate y jamón con mi zumo de naranja natural y me senté a lado del sofá en el salón; Gonzalo tenía razón, aquella habitación parecía más a la comisaría que al salón-comedor de un normal piso.

Suspiré pensando en que tenía que explicar mis emociones a una psicóloga, la cual habría elegido mi futuro. 

Me daba miedo porque sabía, que con aquellos pensamientos, nunca habría vuelto a mi trabajo.


 

-Buenos días, soy Vanesa López Álvarez.

-Buenos días, la doctora ahora la atenderá - me afirmó la chica que se encontraba sentada en la secretaría.

-Muchas gracias.

El estudio estaba recién reformado, las paredes tenían un color gris claro, transmitían elegancia y tranquilidad al mismo tiempo; las sillas de la sala de espera eran blancas y parecían más a sillones; había revistas en una pequeña y baja mesita negra: la psicología en los niños, la importancia de la psicología, la evolución de la psicología, total, los típicos periódicos que se encontraban en un estudio de una psicóloga.

 

-Vanesa, pasa - dijo una señora que aparentaba tener cincuenta años, igual algunos menos.

-Siéntate - afirmó sonriéndome. Su sonrisa era acogedora y muy sincera, en una primera impresión parecía saber hacer bien su trabajo.

-Cuéntame un poco de ti, sin prisa, tengo todo el tiempo. 

-Pues - empecé a contar, aunque por mi tono de voz se notaba los nervios que tenía.

-Me llamo Vanesa, tengo treinta y tres años, soy, bueno, era, o seré, no lo sé -mis ojos ya se estaban poniendo lúcidos.

-Tranquila - afirmó ella -Relájate, eres agente de policía, ¿correcto?

-Estoy suspendida, mi futuro depende de ti - confesé.

-No, de mí no, depende de ti, estoy segura de que cualquier problema tengas se puede solucionar, se nota que eres una mujer fuerte - afirmó, intentando tranquilizarme.

-Yo estaba investigando sobre unos narcotraficantes bastante importantes de la provincia.

-¿Sola?

-No, con mi compañero y superior Jorge.

-Muy bien. 

-Y nada, un día, hace poco, resulta que hubo una entrega y Jorge estaba emocionado y nervioso.

-¿Y tú, cómo estabas?

-Nerviosa, pero no muy emocionada, realmente aquella mañana una familia se habría estropeado.

-No es muy bonito eso.

-Claro que no, sobre todo saber que podía ser culpa nuestra.

-Vosotros solo estabais haciendo vuestro trabajo de policía.

-Correcto, pero había un niño por medio y una mujer inocente: era difícil.

-Cierto es. Sigue - me comentaba, mientras apuntaba cosas en su libreta.

-Pues, yo y Jorge llegamos a su piso y cuando abrimos la puerta - en mi cabeza estaba reviviendo la horrible escena.

-Aún consigo oler la sangre que estaba cubriendo a Aisha - afirmé.

-Tranquila, va todo bien, ¿vale? - me dijo agarrándome las manos.

-Su hijo estaba allí, cogiéndole de las manos, se preguntaba porque su madre estaba llena de sangre, incluso después me dijo que se sentía culpable; un niño de ocho años se sentía culpable de la muerte de su madre. -afirmé, mientras mi visión se volvía borrosa por culpa de las lágrimas.

-¿Tú qué le dijiste?

-Que no tenía ninguna culpa, al contrario, había hecho todo lo posible.

-¿Sientes un deber hacia al niño, ¿no?

-Sí, pero no es una obligación, siento que quiero apoyar y cuidarle.

-Habéis vivido algo fuerte juntos.

-Así es, nadie parece que lo entienda.

-Es probable, solo vosotros podéis comprenderlo.

No dije nada, ella me pasó unos pañuelos para que me secara las mejillas y me sonara la nariz.

-¿Por qué fuiste a ver a Ignacio?

-Quería conocerle, hablar con él.

-¿Qué piensas de él?

-Que cometió un error, pero no es malo, su voz es muy dulce, estaba destrozado, hizo todo por su familia.

-¿Te parece un buen hombre?

-Sí - afirmé espontáneamente.

-¿Y también atractivo?

-¿Eso qué tiene que ver? - le pregunté sorprendida.

-¿Lo es?

No contesté, la respuesta era un claro , lo era, mucho, pero preferí guardarme este pensamiento, sabía que la respuesta era incorrecta.

-¿Te excita?

-Cómo, perdón? 

-Necesito saberlo, tu cuadro psicológico parece mucho a lo que se denomina hibristofilia.

-O sea, yo sería un agente al cual le excita o se enamora de delincuentes.

-Algo parecido.

-Llevo tres años en este trabajo, ¿casualmente ahora me pasa eso?

-Puede ser.

-No es eso.

-Pero piensas que es buena gente, es atractivo, incluso en tus momentos más íntimos piensas en él.

El tema estaba completamente saliendo de las manos de la doctora, así que cogí mi bolso y antes de salir dije: -En estos años nunca me preocupé si una persona era atractiva o menos, si era un delincuente era eso y punto, pero Ignacio es diferente, no lo sé con seguridad, me lo dice mi sexto sentido, además tiene un hijo increíble, Omar, con el cual nació una relación profunda desde el principio. Que me parezca atractivo o no, es el asunto que menos importancia tiene; estábamos hablando de dos vidas que ya sufrieron bastante y que necesitan comprensión y apoyo, pero la gente ve un narcotraficante de mierda y un niñato que pasará sus próximos años de una familia a otra: esto es lo que ven los demás.




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