-Omar, date prisa, ya son las siete- le dije, mientras preparaba el bolso para salir de casa.
-Ya voy- murmuró bostezando.
Verle en pijama, recién despierto me hacía sonreír el alma; ojalá poder ver esa carita tan dulce y buena todas las mañana.
-Gracias- afirmó, mientras cerraba la puerta a mi espalda. -Espero volver pronto aquí- explicó.
-Igual un día, lo deseo yo también- confesé dándole un beso en la frente.
-Omar, ya estamos- dije, dándome la vuelta y viendo que se había dormido en el asiento trasero.
Sin hacer mucho ruido, cerré la puerta del conductor y abrí la suya. -Corazón, tienes que ir a casa.
-No me apetece- estaba susurrando.
-Nos veremos pronto, de verdad- afirmé, cogiéndolo en los brazos.
“Y ahora cómo va a su habitación sin que nadie se dé cuenta?”, pregunté, mirando la casa de izquierda a derecha y de arriba a abajo.
-Omar, tengo un plan, pero necesito que te despiertes - afirmé con dulzura.
-¿Qué pasa?- preguntó abriendo los ojos.
-Voy a tocar el timbre, saco tu padre, o tu madre de la entrada, y tú entras, ¿vale?
-Un poco difícil, pero vale.
-Genial. Escóndete.
“Espero que salga bien”, pensé, tocando la puerta.
-Buenos días- dijo, abriendo un hombre sobre los cuarenta años, alto, con un espeso pelo negro y un par de gafas blancas.
-Buenos días- dije, mientras mis neuronas conectaban entre ellas y elaboraban una mentira buena y real.
-Lo siento la hora, pero hoy hay unas obras por esta calle y es necesario que mueva su coche.
-Mi coche está en mi garaje.
-¿Cómo?- pregunté sorprendida.
“Mierda”, reflexioné.
-Pero, ¿mire, no es aquel?- pregunté cogiéndole del brazo y así alejarlo de la entrada.
-No, no tengo ese coche.
-¡Qué extraño, porque en la base de datos me resulta su nombre!
-Nunca lo tuve.
Mientras estábamos hablando vi que Omar consiguió entrar en casa y subir las escaleras.
-¡Pues, lo siento mucho la molestia y que pase un buen día!- exclamé sonriendo.
-Igualmente- me saludó y cerró la puerta.
Mi mirada se movió a la ventana que se encontraba en la primera planta, vi que Omar me estaba observando y saludando con la mano.
“Nos veremos pronto, mi pequeño príncipe”, pensé y así me acerqué al coche para volver a casa.
Regresada al piso, decidí ducharme un rato y así despejarme un poco; justo cuando acababa de echar a mi cuerpo el gel de baño, mi móvil empezó a sonar; otra vez era Gonzalo.
-Buenos días.
-A ti, ¿qué tal estás? - me preguntó.
-Todo bien, Omar consiguió volver a su cama antes de las ocho, nadie nos vio.
-Ojalá.
-Te lo juro.
-A ti igual no, pero anoche, Esteban vio a Omar, me preguntó por qué estaba en la comisaría y yo intenté dar largas, pero hace nada Jorge dijo de llamarte y que vayas a su despacho.
-Joder, ¿en serio?
-Sí, espero que no sea por este tema.
-Ojalá, gracias por decirme, en una hora estaré ahí.
-Genial, se lo comento.
Estaba a punto de colgar cuando escuché su voz decir: -Vanesa.
-Dime.
-Cualquier cosa pasará todo irá bien, no estás sola.
-Gracias, de verdad, eres maravilloso- afirmé y después de saludar colgué.
La ducha tenía que ser un momento relajante, pero después de apoyar el móvil en la estantería al lado del lavabo, mi corazón empezó a latir más rápido, moví el grifo hacia el agua fría para relajarme y no obstante notaba como las gotas gélidas penetraban en la piel me ayudó para parar aquellas pulsaciones demasiados veloces.
-Hola cariño- me saludó Gonzalo, mientras me acompañaba al despacho de Jorge.
-¿Recuerdas? Todo está bien- me susurró, antes que abriese la puerta.
-Buenos días, Vanesa- me saludó.
-Buenos días.
-Siéntate.
Me senté y apoyé mis manos en mis piernas, solo entonces me di cuenta cómo de fuerte temblaban.
-He hablado con la psicóloga.
“Empezamos muy bien”, pensé. Lo miré, sin decir nada.
-Hibristofilia, eh- hizo una sonrisa sarcástica. - No me lo esperaba de ti.
-No sufro de hibristofilia.
-La psicóloga hizo su trabajo y lo hace bien.
-No sufro de hibristofilia- volví a repetir.
-¿Y cómo es eso? Te atrae físicamente, ¿correcto?
Ya no podía aguantar mis nervios, suspiré a fondo y lo miré fijamente.
-No sufro de hibristofilia- dije, vocalizando bien cada sílaba de cada palabra.
-¿Te masturbas pensando en él?
Seguía teniendo su sonrisa sarcástica.
Mi cabeza estaba en tilt, mi garganta estaba seca y mis labios parecían estar cosidos: quería hablar, pero no podía decir nada, absolutamente nada.
-No puedo tener en mi equipo un agente que tiene deseos con un prisionero, que no está en la cárcel por evasión o por una pelea de borrachos; está donde está por narcotráfico, ¿te das cuenta? Espero que cuando salga por lo menos tú puedas realizar todos tus fantasías sexuales con él. Tienes que devolver el uniforme, limpia y planchada, mañana la quiero- concluyó.
Después de tres años fiel al cuerpo de policía, un gilipollas como Jorge y una hija de puta como la psicóloga acababan de poner un fin a mi futuro como agente.
Sin darme cuenta empecé a llorar, pero aún estaba en shock y no conseguía abrir la boca; simplemente me levanté y salí.
Gonzalo estaba a unos pasos de la entrada del despacho, esperando, su cara estaba tensa, pero cambió cuando vio la mía.
-No, ¿es una broma?- preguntó.
Yo seguía andando, sin mirarle, ni contestarle.
-Vanesa, ¿qué te dijo para que estés así?
-¡Espero que te vaya bien!- exclamó Jorge detrás de mí.