Amor entre rejas

Capítulo 11 - La agente suspendida -

-Omar, date prisa, ya son las siete- le dije, mientras preparaba el bolso para salir de casa.

-Ya voy- murmuró bostezando. 

Verle en pijama, recién despierto me hacía sonreír el alma; ojalá poder ver esa carita tan dulce y buena todas las mañana.

-Gracias- afirmó, mientras cerraba la puerta a mi espalda. -Espero volver pronto aquí- explicó.

-Igual un día, lo deseo yo también- confesé dándole un beso en la frente.

 

-Omar, ya estamos- dije, dándome la vuelta y viendo que se había dormido en el asiento trasero. 

Sin hacer mucho ruido, cerré la puerta del conductor y abrí la suya. -Corazón, tienes que ir a casa.

-No me apetece- estaba susurrando.

-Nos veremos pronto, de verdad- afirmé, cogiéndolo en los brazos.

“Y ahora cómo va a su habitación sin que nadie se dé cuenta?”, pregunté, mirando la casa de izquierda a derecha y de arriba a abajo.

-Omar, tengo un plan, pero necesito que te despiertes - afirmé con dulzura.

-¿Qué pasa?- preguntó abriendo los ojos.

-Voy a tocar el timbre, saco tu padre, o tu madre de la entrada, y tú entras, ¿vale?

-Un poco difícil, pero vale.

-Genial. Escóndete.

“Espero que salga bien”, pensé, tocando la puerta.

-Buenos días- dijo, abriendo un hombre sobre los cuarenta años, alto, con un espeso pelo negro y un par de gafas blancas.

-Buenos días- dije, mientras mis neuronas conectaban entre ellas y elaboraban una mentira buena y real.

-Lo siento la hora, pero hoy hay unas obras por esta calle y es necesario que mueva su coche.

-Mi coche está en mi garaje.

-¿Cómo?- pregunté sorprendida.

“Mierda”, reflexioné.

-Pero, ¿mire, no es aquel?- pregunté cogiéndole del brazo y así alejarlo de la entrada.

-No, no tengo ese coche.

-¡Qué extraño, porque en la base de datos me resulta su nombre!

-Nunca lo tuve.

Mientras estábamos hablando vi que Omar consiguió entrar en casa y subir las escaleras.

-¡Pues, lo siento mucho la molestia y que pase un buen día!- exclamé sonriendo. 

-Igualmente- me saludó y cerró la puerta.

Mi mirada se movió a la ventana que se encontraba en la primera planta, vi que Omar me estaba observando y saludando con la mano.

“Nos veremos pronto, mi pequeño príncipe”, pensé y así me acerqué al coche para volver a casa.
 

Regresada al piso, decidí ducharme un rato y así despejarme un poco; justo cuando acababa de echar a mi cuerpo el gel de baño, mi móvil empezó a sonar; otra vez era Gonzalo.

-Buenos días.

-A ti, ¿qué tal estás? - me preguntó.

-Todo bien, Omar consiguió volver a su cama antes de las ocho, nadie nos vio.

-Ojalá.

-Te lo juro.

-A ti igual no, pero anoche, Esteban vio a Omar, me preguntó por qué estaba en la comisaría y yo intenté dar largas, pero hace nada Jorge dijo de llamarte y que vayas a su despacho.

-Joder, ¿en serio?

-Sí, espero que no sea por este tema.

-Ojalá, gracias por decirme, en una hora estaré ahí.

-Genial, se lo comento.

Estaba a punto de colgar cuando escuché su voz decir: -Vanesa.

-Dime.

-Cualquier cosa pasará todo irá bien, no estás sola.

-Gracias, de verdad, eres maravilloso- afirmé y después de saludar colgué. 

 

La ducha tenía que ser un momento relajante, pero después de apoyar el móvil en la estantería al lado del lavabo, mi corazón empezó a latir más rápido, moví el grifo hacia el agua fría para relajarme y no obstante notaba como las gotas gélidas penetraban en la piel me ayudó para parar aquellas pulsaciones demasiados veloces. 

 

-Hola cariño- me saludó Gonzalo, mientras me acompañaba al despacho de Jorge.

-¿Recuerdas? Todo está bien- me susurró, antes que abriese la puerta.

-Buenos días, Vanesa- me saludó.

-Buenos días.

-Siéntate.

Me senté y apoyé mis manos en mis piernas, solo entonces me di cuenta cómo de fuerte temblaban. 

-He hablado con la psicóloga. 

“Empezamos muy bien”, pensé. Lo miré, sin decir nada.

-Hibristofilia, eh- hizo una sonrisa sarcástica. - No me lo esperaba de ti.

-No sufro de hibristofilia.

-La psicóloga hizo su trabajo y lo hace bien.

-No sufro de hibristofilia- volví a repetir.

-¿Y cómo es eso? Te atrae físicamente, ¿correcto?

Ya no podía aguantar mis nervios, suspiré a fondo y lo miré fijamente.

-No sufro de hibristofilia- dije, vocalizando bien cada sílaba de cada palabra.

-¿Te masturbas pensando en él?

Seguía teniendo su sonrisa sarcástica.

Mi cabeza estaba en tilt, mi garganta estaba seca y mis labios parecían estar cosidos: quería hablar, pero no podía decir nada, absolutamente nada.

-No puedo tener en mi equipo un agente que tiene deseos con un prisionero, que no está en la cárcel por evasión o por una pelea de borrachos; está donde está por narcotráfico, ¿te das cuenta? Espero que cuando salga por lo menos tú puedas realizar todos tus fantasías sexuales con él. Tienes que devolver el uniforme, limpia y planchada, mañana la quiero- concluyó.

Después de tres años fiel al cuerpo de policía, un gilipollas como Jorge y una hija de puta como la psicóloga acababan de poner un fin a mi futuro como agente.

Sin darme cuenta empecé a llorar, pero aún estaba en shock y no conseguía abrir la boca; simplemente me levanté y salí.

Gonzalo estaba a unos pasos de la entrada del despacho, esperando, su cara estaba tensa, pero cambió cuando vio la mía.

-No, ¿es una broma?- preguntó.

Yo seguía andando, sin mirarle, ni contestarle.

-Vanesa, ¿qué te dijo para que estés así?

-¡Espero que te vaya bien!- exclamó Jorge detrás de mí.




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