Siempre, a cualquier lugar que vaya, veo alguna pareja paseando, cada vez en personas de distintas edades. La mayoría de mis amigas, de mi edad, tienen o han tenido. En libros, en poemas, en la tele, en la calle, en canciones, todo indica que el amor es el sentimiento más grande de este mundo. Recuerdo cuando me enamoré, como si fuera la primera vez, de un chico de mi curso. Era raro, y hasta una sensación indefinible para mí. Siempre leía algún que otro libro del tema, pero, realmente no sabía si se sentía cómo yo lo pensaba, quizás fuera solo una confusión, ¿o no? O a los libros les faltaba darme una clase más. De cualquier forma, estaba totalmente segura de que lo que sentía era algo diferente a lo de siempre, una simple admiración, un gusto o deseo, pues mis sentimientos iban mucho más allá de lo esperable para mí. Conforme los meses pasaban, la persona me atraía más y más, aunque reconociera que tenía sus defectos, lo apreciaba más con todos y cada uno de ellos. Lo que sí era seguro era de que jamás pero jamás le revelaría lo que le ocultaba, ni había medios por los cuales él llegara a enterarse. Traté de convencerme de que era algo muy absurdo, pero lo era aún más negar que, aunque no le hablara nunca, lo quería más que a nadie. Ante mis ojos era el ser más divino del planeta. Pensé que lo tenía todo controlado, que nada desbordaría para un lado ni para el otro, siempre a mi favor. O eso creía, hasta que el día llegó.
Los profesores nos hablaron de que iríamos a La Boca, un lugar bellísimo. ¿Qué lugar más perfecto para mi confesión? Lo tenía todo planeado: le diría cuando estuviéramos apartados del resto de nuestros compañeros, si era posible. Se me presentaron demasiadas oportunidades, pero no me envalentonaba lo suficiente para siquiera llamarlo por su nombre. ¿Y si no me quería, si yo no era nada para él… o si lo era todo? Finalmente, me decidí, a la expectativa porque todo pendía de dos sílabas suyas, más en ninguna me escuchó. Tal vez era que lo hice bajito, o me estaba ignorando, que sonaba como la mejor opción en mi mente.
Me pasé todo el camino de regreso a la secundaria llorando. Mi preceptora, al verme así, me calmó, pero nadie hizo mucho más. La excursión, mi linda experiencia, se vio arruinada por el nombre de una sola persona.
Cada que pensaba o leía algo que me recordaba a él, era razón suficiente para llorar y maldecirme. No entendía del todo que, si él lo sabía todo desde el principio, no podía obligarlo a nada. Los siguientes meses la pasé igual. Para peores, el chico estaba en mi salón. Una clase, no aguanté más y mis amigas tuvieron que consolarme, con palabras que para mí sonaban como mentiras, pero que eran verdades mortales, como el clásico: él no vale la pena ni que le llores. Todo era culpa mía, de haber idealizado mi primer amor de la peor manera, autodañándome, engañando a mi cabeza con que mi crush era la persona más noble del mundo, pero ni él ni yo éramos perfectos. ¿De qué tenía la culpa el chico, sí probablemente ni sabía cómo me sentía a unos centímetros de distancia de él?
Como toda historia de amor, entendí que, si mi compañero no me había oído cuando lo llamé tres veces, era yo la que estaba mal, él no tenía por qué cambiar por alguien que ni siquiera era su amiga.
Tiempo después, le dije a mi crush que sentía algo, y aunque no le correspondí y no me dijo si era mutuo o no el sentimiento, no dudo de que fue lo más acertado, ignorando la forma en que me expresé.
Es claro que todos sabemos lo que es el amor, pero tal vez no que hay distintas formas de amar a las personas, como el amor eros (el que experimenté yo), ágape (amor caritativo en ayuda de los demás, sin esperar nada a cambio), el philia (cariño hacia amigos cercanos o una comunidad) o el storge (que sentimos hacia nuestra familia o mascotas). Cabe recordar que estos son solo algunos, porque hay una amplia diversidad de amores, gran parte de ellos descubiertos y nombrados por los griegos.
Aún así, entre tanto revoloteo y agonizar de amor, no creo que, porque nos rompan el corazón, tenemos que cerrarlo a otras personas, sino todo lo contrario. Después de todo, si hubo un primer amor, ¿no hay espacio para un segundo o, quién sabe, quizás un tercero? Porque el amor no solo nos hace sentir bien y que estamos en otro planeta, sino que sirve para reconocer nuestros errores, para la próxima vez, procurar ser más sanos y saber reconocer cuando se siente o no, y cuando la respuesta sea un sí dudoso, saber cuándo se acaba. El amor no solo daña y corrompe, también nos repara, de lo que pocos nos damos cuenta. Claro, en el buen sentido de la palabra.
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Editado: 15.09.2024