ANDÉN
Intento seguir con el discurso que tengo preparado, pero las lágrimas me lo impiden. Su recuerdo aun es muy doloroso para mí. El no poder tenerla cerca, el que se haya ido de mi vida… Hace que en estos momentos tan importantes de mi vida, la recuerde con mucho más dolor. ¿Es normal que me sienta así cuando la persona que te dio la vida ya no está? Cualquiera que diga que no, no sabe lo que es perder a una madre.
—Y a mi madre —consigo pronunciar esas cuatro palabras como puedo. Mientras la gente me aplaude en señal de apoyo y cariño.
Veo a mi padre y a mi hermano, que se encuentran sentados en la primera fila, como se limpian las lágrimas que han salido traviesas por sus mejillas. Están igual de emocionados que yo. Es un momento importante para los tres y a la vez nos resulta tan difícil…
Mi mirada se vuelve al frente e intento tranquilizarme para poder seguir hablando, pero no puedo. No puedo por el simple hecho de que mi mirada se ha cruzado con otra, una que llevo mucho tiempo sin contemplar. Una mirada emocionada y llena de lágrimas por el dolor.
No, no es imposible, no puede ser ella. ¿Pero cómo…? La miro confundido y veo en sus ojos que sabe que la he visto. Se revuelve inquieta en su asiento y por la forma de sus movimientos, estoy seguro al cien por cien de que es ella.
—Y a mi madre —vuelvo a repetir volviendo a la realidad para seguir con el discurso. Aún así no aparto mi mirada ni un segundo de ella, viendo como poco a poco sus lágrimas caen de sus ojos tristes—, que sé que desde arriba, siempre me está apoyando —termino de decir y me doy la vuelta para que nadie me vea llorar.
Me limpio las lágrimas con mi mano rápidamente y me preparo mentalmente para las fotos con la camiseta. Primero poso con el presidente y después con mi familia. Cuando acaban me quedo solo y dejo que los fotógrafos me hagan todas las fotos que quieran pero mi atención, mis ojos, solo centran en una única persona, en ella.
Sigo sin poder creerme que esté aquí, que sea ella de verdad. No quiero quitarla la mirada de encima, temo que si lo hago desaparezca y al final resulte ser solo un sueño. Y no puedo. La he echado tanto de menos… Y está tan guapa…
Veo a mi padre acercándose a ella y hablan un rato, aunque desde mi posición no puedo escuchar nada. Intento acercarme a ellos, pero me es imposible, todo el mundo me para, todo el mundo quiere hablar conmigo y ahora mismo, lo único que quiero es poder acercarme a ella y hablar.
María me mira, sabe que me estoy acercando y veo que se pone nerviosa. ¿Por qué? Veo como le entrega algo a mi padre, me parece ver un sobre, después le da un beso en la mejilla y se da la vuelta para irse, justo cuando estoy a unos pasos de ella.
¿A dónde va? ¿Por qué quiere irse sin hablar conmigo? No puedo resistirlo y la agarro de la mano, queriendo que se detenga. Al final lo consigo, por la inercia de mi agarre, ella se gira. Mi mirada viaja a nuestras manos, que vuelve a tocarse después de tantos años, cinco para ser exactos. Un cosquilleo me invade y alzo la mirada para mirarla a los ojos. Aun recuerdo como si fuera ayer la última vez que la vi, la última vez que sentí su piel contra la mía.
Abro la boca para decirla algo pero una trabajadora del Real Madrid me interrumpe para decirme que tengo que irme al campo para la acogida con la afición. Sin darme cuenta aflojo mi agarre de su mano y ella aprovecha para soltarse y alejarse de mí. Cuando quiero darme cuenta está saliendo de la sala y puede que ya no vuelva a verla otra vez.
No logro comprenderlo, ¿por qué se va así sin más? No tiene sentido. Me quedo un rato quieto, pensando, mirando fijamente el lugar por el que se ha ido hasta que mi hermano me da un codazo y vuelvo a la realidad. Me mira con un gesto comprensivo y ambos nos encaminamos al vestuario.
Al llegar me dirijo a mi taquilla y comienzo a desvestirme para ponerme la equipación, bajo la atenta mirada de mi padre y de mi hermano, que no me quitan el ojo de encima.
—¿Era María verdad? —pregunto a mi padre mirándolo a los ojos.
—Sí —me contesta con voz suave y tranquila.
—¿Cómo ha entrado? —pregunto intrigado por saber cómo ha entrado, aunque es probable que lo supiera por las noticias.
—Por mí —responde mi padre y yo lo miro confuso—. Hace un mes le envié una invitación para que pudiera asistir hoy —me sigue explicando—. No recibí ninguna respuesta por su padre, aunque sus padres me dijeron que no quería venir, que no quería verte. Pero supongo que lo debió de pensar mejor porque al final ha venido —termina y me sonríe.
Como si con aquella sonrisa fuera a olvidarme lo que acaba de decir. Ella no quería venir, no quería verme y eso me ha dolido bastante. Aunque en el fondo la entiendo perfectamente. Fui un autentico capullo con ella y tengo grabado a fuego en mi piel lo que ocurrió ese día.
—¿Qué… qué te dijo? —pregunto con la voz entrecortada por lo que me ha contado.