NECESITO
Realmente no sé cuánto tiempo llevo aquí sentada, observando las olas del mar y pensando. Pensando en él, en todo lo que hemos vivido, en todo lo que nos hemos convertido y en todas aquellas situaciones que nos han llevado hasta el día de hoy.
Oigo unos pasos sobre la arena que se van acercando a mí. Giro la cabeza y lo veo ahí, caminando a paso lento en mi dirección. Vuelvo a mirar al frente, deshago mis brazos que abrazaban mis piernas y me levanto. Después sacudo la arena de mi ropa y me quedo plantada, quieta, mirando al horizonte.
—Sabía que te encontraría aquí —habla Marco cuando llega a mi altura.
Intento aguantar la rabia, el enfado, por lo que suspiro con fuerza y permanezco en mi posición. No quiero mirarlo a la cara, ni hablar con él, por lo que opto por moverme, alejarme de él y salir de esta situación lo antes posible. Pero una mano me lo impide. Su mano rodea mi brazo y hace que me detenga, provocando que me gire y lo encare.
—Suéltame —pido mirándolo a los ojos y aparto mi brazo de su agarre con brusquedad.
—Por favor, María —me suplica—. Hablemos —me pide.
—No tengo nada de qué hablar contigo, Marco —digo algo borde para después caminar hacia la salida.
Solo doy unos pasos cuando me lo encuentro delante de mí, impidiéndome el paso. Intento esquivarlo pero coloca sus manos en mi cintura para frenarme.
—No hagas esto María, por favor —me habla demasiado cerca para lo que puedo soportar—. No hagas esto de nuevo, no huyas más de mí —habla en tono suave y grave. Ese tono de voz que siempre me provoca un cosquilleo en mi interior.
—Suéltame —vuelvo a repetir intentando tranquilizarme, ya que su presencia, tenerle tan cerca, me pone muy nerviosa—. No quiero hablar contigo, ¿es qué no lo entiendes? Creo que ya nos hemos dicho todo lo que teníamos que decir —sigo hablando, pero esta vez lo miro a los ojos para que vea que lo estoy diciendo en serio.
Marco quita las manos de mi cintura pero no se aleja. Su mirada está llena de arrepentimiento y baja la cabeza en un gesto de derrota. No me gusta verlo así, pero él se lo ha ganado. Todo esto se lo ha ganado a pulso.
—Por favor… —vuelve a hablar en un intento de convencerme.
—No, Marco, no —le corto—. No tengo nada que hablar contigo —lo miro a los ojos—, porque no hay nada que arreglar —intento sonar segura, que la voz no me tiemble, pero es muy difícil si lo tengo enfrente mirándome de esa forma.
—Pero… —quiere rebatirme e intenta acariciar mi mejilla con su mano.
—No me hagas más esto Marco —ruego aunque él intenta volver a acercarse a mí tras dar un paso atrás para alejarme—. Para, por favor. Se acabó. Yo ya no soy esa niña tonta e ingenua Marco —sigo hablando—. Tú te encargaste de que dejara de existir y no te voy a perdonar por todo lo que me hiciste pasar.
—Lo siento, ¿vale? —me dice desesperado—. Fui un completo gilipollas, lo sé. Pero tú tampoco me ayudabas, no hacías más que estar encima de mí. ¡Parecías mi novia! —exclama exasperado.
—Ni se te ocurra mencionármela Marco —digo con furia—, todo esto que nos pasó fue por su culpa —digo la pura verdad.
—Ella no tiene la culpa —suelta rápidamente poniéndose a la defensiva.
—¿A no? —pregunto incrédula al saber que sigue igual de ciego—. Por su culpa no pude ir al funeral de tu madre —sigo hablando ahora ya al borde las lágrimas por la impotencia que siento.
—Mentira —dice convencido—. Tú decidiste no ir —sigue hablando mientras la excusa de todo lo que hizo.
—Fuiste tú quien me dijo que no fuese, ¿recuerdas? —le digo entrecortadamente y con rabia—. Fuiste tú porque tu novia no quería verme ni en pintura. Fue tu culpa, su culpa, y por ello me perdí su funeral —medio grito ya llorando porque no puedo creerme que piense eso—. No voy a perdonártelo nunca Marco, nunca, ¿me oyes? —le doy un par de empujones en su pecho y después me doy la vuelta para alejarme, pero finalmente me doy la vuelta para seguir soltando todo lo que llevo dentro—. Yo solo quería apoyarte, estar ahí para ti en ese momento como había estado haciendo durante todo ese tiempo y tú… —la voz se me quiebra, trago con fuerza e intento recomponerme para seguir hablando—. Tú me echaste de allí de la forma más cruel —aprieto mis manos formando puños al recordar cómo me sentí—. ¿Sabes? —sigo hablando—. No eras el único que habías perdido a alguien, no eras el único que sufría todos los días. Ni siquiera eras el único que lloraba cada noche —lo miro a los ojos—. Yo estuve ahí para ti incondicionalmente, pero para mí… ¿Quién estuvo para mí? —digo con rabia mientras las lágrimas siguen surcando por mi cara—. Nadie, Marco, no estuvo nadie. Ella era mi madrina, mi hermana, mi amiga… ¡Joder, Marco! Para mí era como una segunda madre. Y cuando más te necesité, tú no estabas ahí —suelto todo lo que siento, de golpe, como una jarra de agua fría.
Lo miro a la cara, a los ojos y veo como unos gruesos lagrimones surcan su cara. Sé que todo esto que está oyendo, le está doliendo. Pero la verdad es que a mí me duele mucho más, porque llevo mucho tiempo callándomelo.