La condesa no respondió ante Milena que acompañaba a su Alex.
—Pasen, podremos degustar algo antes del almuerzo —los invitó dándole una última mirada a la mujer trigueña que acompañaba a su pálido hijo.
—La época en que existía la esclavitud fue abolida, madre. —Caminó Henry a su lado.
—Sí parece la empleada doméstica del primer ministro. Qué ha hecho este hijo mío —masculló.
—Siento los ojos de tu madre clavados en mi nuca. Creo que he fallado en la primera impresión —murmuró Milena tratando de recuperar la calma.
—Lo hiciste bien. Esperemos no intente nada más después de esto, aunque lo dudo.
—Gracias, Alexander, me siento animada —habló sarcástica.
Se sentaron en los sillones y Milena intentaba imitar la postura más elegante que tenía en su mente, Diana y Kate eran un modelo a seguir.
—¿Le agradan los mariscos, señora Milena? —preguntó la condesa.
—En mi país no se consumen mariscos, salvo que se sea bastante rico —respondió ante la intimidante madre de Alexander.
—Si no es rica, ¿cómo llegó aquí? —indagó.
—Literalmente me gané la lotería. —Sonrió—. Recuerdo que unos días antes le dije a Alexander que no creía en la suerte, pero me sonrió.
—Oh —sopesó poco animada—. Entonces conoció a mi hijo antes de venir aquí. No sabría con qué tiempo pudo hacerlo, porque se pasaba trabajando.
—Lo conocí por amigos.com y me invitó a venir.
—Recuerdo que fui un tonto al decírtelo. No tenías dinero —se carcajeó.
Su madre no podía evitar ver lo desenvuelto que era su hijo alrededor de esa mujer extraña. Él le sonreía y ella le correspondía con un sonrojo y una sonrisa trémula.
—¿No es mejor que la llame señorita Milena? —cuestionó la condesa.
—Soy viuda, pero creo que sigo siendo una señora. Soy muy reservada en ese sentido —alegó con sinceridad.
—¿Viuda? ¿Cuántos años tiene para serlo?
—Estoy muy cerca de cumplir veintiocho —respondió.
Alexander estaba incómodo por el interrogatorio que su madre hacía. Trataba a Milena como si fuera una terrorista con esas preguntas. Henry prefería ignorar lo que ocurría, por más que le pidiera a su madre que bajara un cambio, ella lo subiría.
—Es viuda —murmuró aún disconforme la condesa. De ninguna manera permitiría que su hijo se casara con una viuda.
—Es mejor que sea viuda, antes que divorciada, madre —opinó Alexander para que su madre cambiara ese pálido rostro.
—Por supuesto. ¿Tiene hijos? —interrogó la mujer.
Milena se cohibió por tanto interrogatorio sobre su vida privada.
—Yo...
—Madre, ya es hora de servir el almuerzo —pidió Alexander—. Las tripas están empezando a sonar aquí abajo. —Señaló su estómago.
—Está bien, veré si todo está listo.
—Yo la acompaño, madre, no se vaya a perder en la cocina —bromeó al seguirla.
Henry miró a Milena y le sonrió.
—Tengo veintisiete años sobreviviendo a mi madre. Podrás lograrlo en estas horas —la animó.
—No sé cómo pudiste hacerlo —replicó.
—El amor. Bueno, mi amor por ella —confesó, bromista—. Si vuelve a atacarte, deja las cosas en claro, así la colocas en su sitio.
—Es el mismo consejo que me dio tu hermano.
—Y es el mejor de todos, solo muéstrale quién manda.
Alexander chispeaba al caminar detrás de su madre. Quería agarrar aquel cuello y sofocarlo hasta quedar sin aliento.
—Ni creas que dejaré que te cases con una viuda —esclareció—. Es indígena, viuda, sin clase, pobre y con una maldita suerte para haberte conocido por Internet.
—Tengo treinta y cinco años, será difícil que me impidas que yo le pida su mano.
—Puede ocurrir cualquier cosa, pero ya sabes lo que pienso. Y si crees que soy racista, pues lo soy. No la quiero aquí y menos teniendo hijos contigo.
—Y yo anhelo tener hijos con ella. No hagas nada, madre, porque no te lo perdonaría. Si no aceptas a Milena, perderás a tu hijo y eso es una promesa —sentenció Alexander con seriedad.
—Por una simple mujer amenazas a tu madre. Cría cuervos y te comerán los ojos.
—Ser criado por cuervos, fue una buena crianza, madre —replicó—. Una sola grosería a Milena y todo termina aquí. ¿Comprendió?
Su madre alzó la nariz y aceleró el paso para llegar a la cocina. Su hijo estaba en su contra. Aquella mujer le lavó el cerebro con alguna artimaña de índole sexual. Había mujeres que sabían valerse de aquello y ella lo recordaba muy bien por cómo consiguió casarse con el hombre más vengativo de Inglaterra.
Alex volvió junto a Milena que estaba siendo soportada por el bufón de su hermano.
—Milena. —Se le acercó.