Amor fuera de foco

Sabrina

Estoy en casa, sentada en uno de los viejos sofás y leo un nuevo libro: Demian, de Hermann Hesse. Oigo una canción de Supertramp, The logical song. Me encuentro sola. Mis tíos (maravillosamente) están de viaje y en cuanto a mis hermanos ni idea. Me avispo cuando se oye un fuerte portazo: mis momentos de lectura juiciosa y de calma se terminan.

Teresa (autoproclamada Terry, mi hermana mayor) entra sin parar de llorar, con el perfecto maquillaje corrido y el peinado desecho. No para de maldecir y golpea la pared con sus frágiles puños. Adrede apaga el reproductor de música y se dispone hacer una algarabía sólo para llamar la atención.

Alzo las cejas, mi día soleado pasa a ser uno lúgubre, como suelo saber tan bien; comprendo bien que todo desde ahora es agrio, ácido, mortificado, que no siempre se puede desenredar. Y por supuesto, opino que Terry es una persona convulsa, confusa y complicada, bastante especial por no decir que es imbécil.

— ¡Qué! —exclama furiosa, causando que me sobresalte.

— ¿Um?

— ¿No preguntarás por qué lloro? —grita afónica mientras la veo con indiferencia.

Teresa del Rosario, mi dulce hermanita mayor es lo que la sociedad llama 'encantadora', por no decir que es una narcisista en busca algún reajuste cerebral. Así es. Mi linda hermanita es el arquetipo perfecto de lo que puede considerarse trivial e intrascendental.

Su color de cabello es teñido de rubio platino, conserva su proporcionado bronceado, sus pequeñas tetas resaltan porque tallan una copa extra ya que usa sostenes con rellenos de silicón. Su trasero es trabajado a mucha 'honra', en secreto se operó la nariz y se inyectó colágeno en los labios. Su gran sueño es operarse las tetas.

Acostumbra a ponerse lentes de contacto color azul celeste para simular que es una gringa. Se cree Cindy Crawford o Claudia Schiffer. Nunca comprendo el motivo por la que siente tanta fascinación por la transculturación americana, pues anhela casarse con un magnate gringo —director de porno, presidente de alguna marca reconocida, potentado de cuna, actor de cine, cantante de música pop, cabecilla de alguna mafia, fundador y administrador de alguna plataforma de Internet—, que sea cien por ciento bello y planifique cómo anidar una magistral vida.

Quiere tener dos hijos rubios, blancos como una rana platanera y ojos azules (como máximo). Algún día quiere formar el estereotipo de la perfecta, ejemplar y excelsa familia porque (para ella) la raza blanca predomina... ¿Y aun así la gente dice que no existe el racismo en Venezuela?

Pero no quiero desviar mi punto. Terry es la niña de la casa, como si realmente no existiera otra persona. Se cree una real diva.

Verdaderamente, se apasiona por el drama. Actúa desde adentro. Su nivel de inmadurez sobrepasa toda expectativa, pero no tiene nada de tonta porque sabe manejar muy bien el arte de la manipulación y el engaño. Mis tíos la estiman tanto que no dejan de reverenciar sus buenas acciones cargadas de malas intenciones, suben demasiado ese ego que tanto la hace soberbia. Ellos la tratan con amabilidad, mientras a mí me tratan como una patada en el culo y en realidad soy una chica muy sensible, poseedora de un buen criterio.

Suspiro y aunque no me guste, aterrizo en la realidad y ojeo a mi frívola hermanita.

— ¿Tengo que rogar para que preguntes? —pregunta Terry en voz alta y logra que me sobresalte. Camina a la sala y causa que le mire por encima de la novela.

—Querida hermanita, ve a llorar al valle...

— ¡Cómo puedes hablarme así! —arrebata la novela y yo brinco del sofá para quitar mi libro— ¿Acaso no sabes que debo ser tu asunto importante? Vivo en esta casa y estoy contigo, ¡por supuesto que debes preguntar sobre mi dicha y mi suerte!

—Bien, asunto importante. Déjame adivinarlo mejor —bromeo al cerrar los ojos, masajeo las sienes y consigo emitir un sonido gutural—. Creo que tengo una revelación sobre el motivo de tu lloriqueo. Un chico... Tu novio se negó a tener otra noche de sexo seguro y romántico contigo.

—No soporto tus ridiculeces —camina a la escalera—. Entiende que nadie me puede rechazar de esa forma, ¡nadie!

—Con propiedad, no quisiera averiguar por qué tu ex no quiere tocarte —abro los ojos para volverme a enfocar en mi lectura.

—No es mi ex, estúpida. ¿Por qué no te callas de una vez y dejas tu actitud de perra insensible y fría para otra cosa? —sube la escalera—. A ver adónde pararás cuando te encuentres sola y amargada.

—Eso es nuevo. ¿Sabes que hieres mis sentimientos? Me haces sufrir, chica. Me matas lentamente. Lo voy a escribir en mi diario —respondo burlona. Mejor me ocupo de la novela literaria.

— ¡Vete al diablo! —exclama cuando chilla como un tapón. Molesta, sube al segundo piso.

—A veces, pienso que debes auto-examinarte y averiguar lo que atraviesa por tu loca cabecita —viro los ojos antes de continuar con mi lectura.

— ¡Cállate! —brama a lo lejos.

—También te quiero mucho, mi querida hermanita del alma.

Los insultos siguen y aunque odio admitirlo, me duele un poquitín. Después de la tormenta al fin llega la calma. Continúo siendo de piedra y con un alma de metal, hago caso omiso de los indicios del rencor. Permanezco en el cómodo sofá, retomo mi lectura esperanzada de encontrar silencio y algo de dicha, porque es lo único que me merezco en la vida.

Al minuto, escucho que la puerta de la casa se abre y se cierra con suavidad. El olor a pacholín indica que mi hermano está en casa.

—Escuché gritos, ¿todo está bien? —pregunta Gabriel— ¿Por qué Terry actúa como una cabra loca? Cuando será que haya un poco de paz en esta casa.

Suspiro fastidiada, abandono por segunda vez la placentera lectura sólo para mirar al chamo. Levanto las cejas y propongo a sostener la mirada sin el hecho de negar todos los atributos de un típico chico apuesto y normal: cabello castaño cobrizo y ojos verde jade, un chico de casi dieciocho años, alto y fornido, liceísta, mi hermano mayor y mellizo de Teresa. Gabriel es la única persona que no me trata como un ser invisible e inservible, una cachifa, un cero a la izquierda, una tarada, una pendeja...




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