Hoy es viernes, cinco de septiembre. Me declaro por completo (y en secreto) enemiga de Cándida Montero. Candy es una de las tantas amigas de Terry. Todos los años planifica una fenomenal fiesta en su casa para dar fin a las vacaciones. Las fiestas de Candy siempre se salen de control: adolescentes ebrios vomitando en el pavimento o en el jardín como si los hubieran envenenado con algo.
Por lógica, anoche Gabriel y Terry estuvieron en esa fiesta. Mi hermano puso indicaciones y pidió que por nada del mundo saliera de la casa, pues soy propensa a tener gripe. Con Terry llego al punto de los encontronazos. Las dos tuvimos una fuerte pelea que terminó en una lucha sangrienta, peleamos como dos tigresas. ¿Lo peor de todo? Le di buenas razones para dejarla con un ojo amoratado, la nariz partida y el labio roto: me dejó sin libros al destrozarlos todos tras un ataque de celos. Con un estilo muy parecido al de Michael Jackson, fue a la casa vecina para ahogar sus penas con todas sus amigas. Y claro, como la odiosa vecina se le antojó hace tan colosal fiesta, simplemente, porque no debe quedar mal ante nadie, no dejó que gozara de tan sagrado momento. Desde la ventana del cuarto vi la situación como si fuese una película de muertos vivientes. Sin duda, tuve ganas descomunales por devorar el periódico de la semana pasada y por eso sentí (al principio) que todo me daba igual, pues sólo deseaba recrearme con alguna crónica, la soledad y yo.
Siendo muy de mañana, me levanté irritable al sentir el calor abrazador, como si estuviera en un baño de sauna. Hice las tareas domésticas de siempre, luego me bañé y me tranqué en el cuarto. Estuve en cama y negué salir de la cueva, no lo sé, sólo no quise salir del cuarto y ver a todos. Mi malísimo humor se dividió en dos partes: uno, estuve nerviosa porque casi estoy a un día del nuevo año escolar, y por eso, permanecí terriblemente desalentada. Dos, me sentí triste por no encontrar un libro que me succionara viva para habitar un mundo utópico o distópico.
En resumen, mi día se fue directo a la cañería: no hallé nada para leer más que revista de modas, recetario de comida y las maneras de defenderme culinariamente. Además, mi hermana peleó conmigo y mi hermano se enojó por haber gastado la botella de ron. Aparte de todo, tuve buenas razones para escribir varios cuentos y estallar mis entelequias, una vez más.
De malhumor, recibo el domingo. Me levanto a primera hora de la mañana para hacer los quehaceres de la casa. Apenas si puedo respiro con más tranquilidad. El calor continúa siendo abrumador pero eso es lo de menos porque el riesgo de morir con los tímpanos explotados pasa a ser algo lejano y extraño. Decido dar una escapada al árbol del frente para estar cómoda y fresca, sin tener que tolerar el calor que se concentra en toda la casa. Abro un viejo y empolvado libro (perteneciente a mi madre), lo hojeo y leo el prólogo, luego leo el primer capítulo.
— ¡Epa!, grandísimo imbécil —grita un histérico chico.
El chamo no deja de gritar al otro, que no deja de correr asustado para esconderse entre los arbustos.
—Aquí arriba —digo en baja voz.
Me muerdo la lengua al ver el alboroto. Dejo de leer. Veo que el chico caga del susto y se detiene en frente de mi casa para orinar.
¡Qué lindo! Se orina al pie del árbol porque piensa que no existen baños. Veo el tamaño de su pene y eso es obstante para que enarque las cejas. Aquel chico sube la cabeza al sentirse observado, sacude su sexo y rápido lo oculta sin dejar de verme. Sus ojos se agrandan en una ligera expresión de sorpresa. Le llamo la atención pero él no comprende, hago una mueca mientras él sonríe, no tengo la misma impresión de él porque no lo conozco. Frunzo el entrecejo cuando vacila entre los arbustos, mira a los demás con algo de temor, y amenaza para que no diga nada. ¿Acaso el chamo es enfermo mental o con déficit de atención o auditivo?
— ¿No sabes que existen los baños? —pregunto en voz baja—. Aun no declaran el día para que los borrachos se orinen frente a las casas.
—Lo mismo podría decir de ti, que trepas el árbol como un mono. ¿Sabes el atractivo de tus piernas? —sonríe— Algo me dice que huelo a problemas...
—Vivo en esta casa, zoquete. Este es mi árbol, sembrado y cultivado por mí —lo señalo—. En tu lugar, habría de buscar un mejor escondite.
— ¡Jack! —chilla una conocida voz, bulliciosa voz de Terry— ¡Jack!
¿Jack? El chico que me observa al pie del árbol debe ser el tal Jack. Jack, es el nombre del mejor amigo de Gabriel y no sé si puede ser la misma persona. En el país existe alrededor de cien chamos que se llaman Jack, por lo mínimo.
Debo salvarle la vida a un inocente, no quiero dejarlo expuesto ante las garras de Terry como dé lugar. Cierro los ojos antes de abrirlos con pesadez, suelto una bocanada de aire cuando lo veo, pues sé que el chico es bastante buscado, apenas sé quién es él. Un extraño que casi cae en las garras del león y una pobretona que puede estar en las fauces del depredador más peligroso del mundo: «Ten mucho cuidado, Sabrina. No conoces a este individuo, ni sabes por qué lo persiguen para lincharlo».
—Rápido, súbete. Hay espacio. Ten un poco de prisa antes que te vean —digo al notar la frondosidad del árbol.
—Por fin alguien tiene piedad de mí —murmura.
Trepa raudo hasta llegar a la rama donde estoy. Me arrimo a un lado para que se acomode. Vuelvo a mi lectura mientras cerciora que sus amigos sabuesos lo busquen y rebusquen por todos lados, levanto las cejas y detecto su aroma a cerveza. Lanzo un resoplido y continúo leyendo. Al parecer la Canción de Susannah ya deja de parecer interesante para mí, pero a él le da curiosidad, pues ojea la carátula con insistensia.
—Suena atrayente —dice— ¿Un libro de Stephen King?
—Así es —levanto la mirada y lo veo— ¿Alguna vez has leído una novela de Stephen King?
—No me gustan las novelas rosas —dice gallardo y con mucho encanto.