—No dejo de pensar en lo bueno que eres —dice Betty acariciándome el pecho, luego alarga el cuello para besarme.
—Tampoco lo haces mal —respondo.
Me levanto de la cama para atender el celular, al tomarlo alzo una ceja viendo que se trata de Sabrina Gil. Sonríe al entender que una llamada de esa chica basta saber cuan irresistible me ve. Contesto en seguida y noto que Betty abraza mi espalda, no deja de dar besos en los hombros, con sus uñas dibuja líneas abstractas que descienden hasta mi sexo. Agarra mi pene y causa que brinque de la cama.
— ¿Puedo saber quién te llama, guapetón? —gatea hasta el final de la cama para luego levantarse y llegar a mí.
—Un amigo—miento—. Es Jeremías y es urgente hablarle, necesito privacidad.
—Claro, de todos modos se va a enterar —me sigue con la mirada cuando me encamino hasta el baño.
—Calla.
—Procura no tardar mucho —dice desde el otro lado del cuarto.
Cierro la puerta para poder hablar con más tranquilidad sin sentir ese fastidio abrumador. Hablo de nuevo, escucho la fría voz de Sabrina y quiero creer que no se trata de ella, pero cuando menciona apuesta sé que ya no puedo fingir. Explica todo lo que ocurre en esta calurosa tarde de veraniega. Suelto una bocanada de aire y determino citarla en mi casa (siendo muy mala idea).
Digo algunas referencias sobre cómo llegar y cómo pasar desapercibida entre los vecinos. Finalizo la llamada cuando acuerdo una hora exacta para vernos, ya que a fin de cuentas sigo estando solo con mis primos los diablos renacidos. Bajo el brazo apenas culmino la llamada, salgo del baño para contemplar que Betty se viste, camino a su lado para colocarme el pantalón deportivo sin tener ganas de hablar con nadie.
—Antes de irme, ¿una última galopada, vaquero? —llega a mi cuello para besarlo y mordisquear el lóbulo de la oreja.
—La próxima vez —me aparto de ella para observar sus ojos—. Tienes que irte.
—Debería comenzar a cobrarte —añade molesta.
—Todos del barrio saben lo fácil que eres —alzo las cejas—. Todos te ven como el recurso de último minuto, así que no repliques.
—Eres tan idiota como los demás —responde al vestirse.
Abrocha los tres primeros botones de la blusa, pero lo que da es risa al querer tratar de seducirme mostrando sus pezones a los que conozco bastante bien.
—Pero te fascina que un idiota te deje con la electrizante excitación post-eyaculación.
— ¡Vete a la mierda! —grita caminando a la puerta del dormitorio.
Si algo tengo en mente es hacer, para entonces, es hacer que Betty se vaya de la casa hecha una furia. Más resulta no ser así: Betty se queda en la casa comiendo placenteramente un sándwich de jamón de pavo y queso Gouda. Miro la locura de sándwich y me acuerdo que Sabrina eructa al comer, habla con la boca llena y se limpia las manos en la ropa. Definitivamente la pelirroja no se compara con esta morena.
Voy a la cocina para darme cuenta que se encarga de vaciar la nevera. Mis primos se ocupan de rayar las paredes y vestirse como mayores, usan las ropas de papá y mamá. Sobre mi cabeza unos cuantos hilachos y otros confites de colores caen hasta que resbalo en el el suelo. Me olvido del tiempo mientras intento arreglar este semejante desorden. Lo primero en hacer es cerrar la nevera a Betty y gritar irritado, después agarro de las orejas a mis primos para encerrarlos en una alcoba cualquiera.
Pero mis planes se aguan con el sonido del timbre. Mis primos corretean por la sala y brincan encima de los muebles, Betty se bebe el jugo de durazno y camina a la puerta, causa que me dispare a toda velocidad para atender. Al abrir la puerta me encuentro con Sabrina y eso me molesta porque estipulé que ella entraría a la casa por la puerta trasera. Abro la boca para reclamarle pero Betty sale de la casa, siempre mostrándose presumida.
—Nos vemos en otra ocasión, muñeco —da un beso en el aire—. Con mucho gusto estaré dispuesta a repetir lo de hoy, cuando tú quieras.
Camina fuera del domicilio, mira a Sabrina como si fuera poca cosa, como si fuera un insecto que debía ser pisoteado. La visualiza de la cabeza a los pies antes de dar una risita burlona, termina de irse y deja que la observe caminar, contonear sus caderas con insinuación. Después, ojeo que Sabrina pone los ojos en blanco, trata de ocultar sus labios con algunos dedos de la mano siempre manteniendo la mirada abajo. Frunzo el entrecejo recordando que las vírgenes suelen actuar a veces como unas tontas, por lo que la tomo su muñeca mientras cierro la puerta.
— ¿Alguien más te vio? —pregunto, siendo consciente de lo cerca que estoy de besarla.
—Un anciano que suele regar las matas todas las tardes veraniegas —contesta—. Creo que se llama Tomás y es una persona muy amable. Recuerdo que una vez lo ayudé con la compra de sus víveres y me contó toda la historia de su vida. Sus hijos se desentendieron y no deja que conozca a sus nietos.
—Sí, sí, sí. Muy triste —viro los ojos— ¿Puedo saber por qué no fuiste a la parte trasera de la casa tal y como acordamos? Te esperé ahí.
—Claro, ¿tienes edad para hacer ciertas cosas con las chamas que visitan esta casa? Sin mencionar que debes vestirte, genio.
Hago una mueca al apartarme. Subo a la habitación para colocarme una camisa, pero me detengo a media escalera para ver a los diablillos dañar las cortinas que tanto mi madre adora. Les llamo la atención pero no hacen caso, hasta que un grito por parte de Sabrina los hace aquietar, justamente cuando me hace exaltar. Frunzo el entrecejo al ver la extraña escena de la chica y mis primos, niego con la cabeza antes de subir.
Rápido me pongo la camisa, me ojeo en el espejo sin aguardar encontrar algo fuera de lugar: me veo tan apuesto como siempre, así que me regalo un beso por si acaso. Camino a grandes zancadas más desacelero el paso al notar algo raro..., quizás extravagante. El silencio con quien me tropiezo me dice algo que no suena para nada bien. Lento bajo los peldaños para encontrarme con algo muy perturbador: Sabrina está platicando con mis primos mientras comen palomitas de maíz y miran la televisión.