¡Condenados lunes!
Es en lo que pienso al despertarme todos los días, a veces me da igual un sábado, martes o domingo. Tengo taladrado en la cabeza que hoy es lunes: ¿La razón? No dejo de detestarlos desde mi infancia, mi madre solía despertarme con un grito en la oreja. Además esos lunes eran de panquecas. Amo y odio los lunes con todas mis fuerzas, en especial por la mañana.
Condenados lunes..., pero hoy es viernes. Amados y abominables viernes.
—Jamás dejes para mañana lo que puedes hacer hoy —me digo sin mucho ánimo, trato de convencerme.
Francamente, es difícil vivir con una monotonía que marca mi vida, como si estamparan mi piel con una herradura de caballo. Siento que merezco una medalla por seguir levantándome cada día, ir al liceo y colaborar en algo que no deseo que siga así, sino que deseo aniquilar todo. He dicho muchas, innumerables estrecheces, ahogos y demasías, de las que me he mordido la lengua desde que tengo uso de razón y mi hermano siempre me encuentra tan centrada en lo mío, desentendida, distraída, como siempre. Por el momento, Gabriel me ve siendo la gran viciosa que fuere, muy pronto seré una viciosa más grande; y la rica no liberal será una avara mendiga, que una real poseedora de las eficacias.
Esta mañana me levanto con la dicha de tener agallas y querer gastarlas, y no derrocharlas como quiera, sino el saberlas bien malgastarlas.
Como dice una frase de Víctor Hugo: "Hay muchas personas que han existido, pero que realmente nunca vivieron. Y gastaron cantidades inmensas de energía en mantener ocultos sus asuntos inacabados". Cierro la novela de Les Miserables, salgo del dormitorio tras recoger el morral y sostener el libro, como si fuera un escudo. Bajo para ir a la cocina y desayuno lo que encuentro en la nevera. Arrugo la cara al ver que Gabriel y Terry desayunan juntos, los omito cuando camino en dirección a la nevera. Abro la puerta, agarro una rebanada de pizza y un cuartico de leche achocolatada. Los dejo encima de la repisa sin desear tomar asiento en la mesa.
No va al caso hacer nada más en esta mañana porque al final podemos caer en una discusión, ¿para qué? Destapo el cuartico le leche achocolatada y muerdo la pizza, camino a la puerta, pero escucho mi nombre en boca de Gabriel. Volteo en seguida para ver al chamo desayunando tan placenteramente, mi hermana no muestra su mejor cara, pero no es importante. Me concentro en Gabriel y en su personalidad relajada y franca.
—No tengo por qué hacer esto, nadie tiene por qué hacer esto. No quiero estar molesto —dice mientras Terry me mira con malos ojos.
—Sí, claro —respondo e ignoro a mi hermana.
—Lo estuve pensando y creo que no debería ser tan riguroso contigo, al fin y al cabo eres mi hermana menor —me observa y voltea el torso de la silla—. ¿Podemos hacer las paces? Se supone que debería quererte tal y como eres, creo que puedo comenzar desde ahora, si no estás molesta.
—No estoy molesta, Gabriel. No olvido que eres mi hermano. Como dijiste, aquí no pasa nada. Desde luego, quiero hacer las paces.
—Gabriel, ¿cómo puedes ser tan ridículo? —expresa Terry al dejar su ensalada de frutas—. ¿Tengo que repetirte lo mucho que la mosquita muerta quiere quitarme a mi Jack? Los dos se traen algo más que una simple apuesta, deberías ser más estricto con ella...
—Ya nada tiene importancia —dice al verla—. Somos adolescentes y hacemos muchas cosas locas. Una apuesta... ¿Qué es a la larga? Sabrina puede hacer lo que quiera porque, a la larga, es su vida. No puedo señalar o criticarle nada porque no se mete en nuestras vidas, tiene derecho de hacer amigos de vez en cuando y salir más a menudo de ese mundo que las novelas literarias le traen. Nosotros somos nadie para calificarla... te duela como si no.
—Estás de lado de ella como de Jack —contesta enojada—. Eres una basura.
Lo miro y le sumo importancia. No puedo creer que una persona me defienda tan bien como este chamo de diecisiete años.
Interiormente me siento aliviada, le agradezco por lo hecho. Veo que se levanta de la mesa y se aproxima para dar una gran muestra de cariño, me abraza fuete y me corta la respiración. Cuando estoy sin aliento, siento que mi cuerpo se dobla con facilidad. Por supuesto, Gabriel es el atleta del liceo; alto y vigoroso, así que muestra su fuerza con un fuerte abrazo de oso.
—Siento que me partes en dos —digo adolorida, siento que no puedo mover mis extremidades.
—Te quiero mucho, hermanita. ¿Por qué no eres capaz de abrazarme y llorar en mi hombro? Sabes que siempre estaré contigo.
—Agradezco tu muestra de afecto, pero sabes que el amor duele —contesto desfallecida—. Hermanito, ya puedes soltarme. Tengo que ir a clases.
—Aún es pronto —responde cuando se aparta.
—Sabes de sobra que me gusta llegar antes.
—De acuerdo, mi querida hermanita. Nos vemos en el liceo, ¿bien? —me suelta.
—Bien, gracias por intentar entenderme.
Bajo la mirada al estar de buen humor, hasta siento que me sonrojo. Me despido de mi hermano y dejo la comida de lado mientras tomo el morral. Camino a la puerta trasera, salgo de casa y avanzo tranquila, pero me detengo cuando un destartalado Jeep negro se orilla casi en la acera. Miro a una chama de baja estatura, uniformada, con cientos de accesorios que adornan su cuerpo, cabello castaño oscuro y recogido en una alta cola de caballo: pintarrajeada, brillantes ojos color café, pestañas levantadas por el rímel excesivo y grumoso, hay negras lagañas en los lagrimales de sus ojos. Miro su piel color café con leche y de inmediato sé que se trata de Evanna, frunzo el entrecejo al instante.
— ¿Y eso? —pregunto viendo el vehículo.
—No preguntes —responde sonriente—. Sube, tengo algo que contarte.
Humedezco los labios y camino al Jeep. Subo y ocupo el asiento del acompañante, abrocho el cinturón de seguridad y ella arranca de inmediato. Me agarro del marco de la puerta porque no estoy acostumbrada en este tipo de carro. Escucho lo que habla sin distraerse del camino, de vez en cuando miro su perfil mientras quito algunos mechones de mi boca.