El día en que Dios otorgó la paciencia, ¿dónde estuve yo? Jack me secuestra durante las clases o hasta que culminen las suyas. Después hago el intento de consolar a Terry que no deja de llorar ante la mayor humillación de su vida, pero me detesta tanto que sólo tengo que irme al mantener las manos en alto.
Con toda libertad su vida se convierta en una triste y condenada penuria, pero me seduce ver el dolor de otros cuando hay un estúpido motivo.
A la mañana siguiente, me doy cuenta que las clases de teatro se vuelven tediosas, nos hacen repetir una y otra vez la misma escena: mi voz (para nada angelical) resuelve por alterar al estudiantado. Después de clases rehúso ir a casa de Jack, aunque me de igual besar a un renacuajo. Cuando estoy en casa noto que Gabriel se presenta amable conmigo y eso me hace feliz. Evanna y él se conocieron cuando la invité a la casa por el asunto de la computadora portátil. El viaje a México debe esperar hasta que termine el año o esté a mitad del tercer lapso. Evanna se enamora de mi hermano, y en último momento lo ve como alguien llamativo, atractivo y cautivador... ¿Por qué voy a negar el encanto de mi hermano mayor?
Toda chama no se resiste ver a un chico de cabello rojizo, ojos verdes, complexión atlética y naturaleza fraterna.
— ¿Cuándo lo veré de nuevo? —pregunta Evanna al lanzar suspiros de amor.
—Tranquila, chica. Gabriel no tarda en aparecer. ¿Habrá o no corazón? —Contesto comiendo el trozo final de mi sándwich de sardina con mayonesa.
—Todo —responde tímida sin quitar la vista de las cosas que como— ¿Estás segura que todo eso te caerá bien?
—Como todo lo que quiera y si alguien critica..., debo comerlo. Mi estómago resiste todas las adversidades. Comer es como comprender por qué me gustan tanto las cosas y me confundo y me desconcierto detrás de una estrella fugaz, tras correr detrás de otra estrella fugaz tras otra, hasta hundirme.
—Bueno... ¿Un consejo para conquistar mejor a Gabriel? —expresa confusa.
— ¿Me ves cara de consejera? —pregunto.
—Estás con Jack —dice cantarina—. Eres buena como la doctora corazón, así que, ¿un consejo?
— ¿Consejos de amor? Lo único que puedo decirte es que mientras mejor asfixies a tu príncipe, verás que se convierte en azul.
— ¡No te burles! —exclama al hacer pucheros—. Es en serio.
—Hablo en serio —la observo antes de resoplar—. Pero, aquí entre nos, ¿quieres saber un secretico?
— ¡Sí, sí! —se arrima más y no deja de sonreír— ¿Qué me dirás?
—Por el amor de Dios, Evanna, sé tú misma y déjate de pendejadas—digo al dejar de comer, resoplo cuando la miro molesta. Hago una mueca—. De acuerdo, ¿qué te gusta de mi hermano?
Evanna se sonroja. Admite que los chicos de cabello cobrizo no entran en sus gustos, pero no le llama su atención el chamo de cabello castaño rojizo, cuerpo atlético, ojos verdes, buena onda y una infinita cabida para ser sensato ante cualquier situación. Lo que más le gusta de mi hermano es que se presta a escuchar y comprender. La mexicana lo ve como alguien maduro y protector, tal vez no se equivoque mucho: Gabriel tiene más corazón que su morocha y su hermana menor. Y si algo sé de antemano, es que Evanna es enamoradiza, le puede gustar hasta el destornillado que vive en la esquina, pero no soy quién para ver sus efectos.
—Te gusta mucho —respondo con la boca llena—. Ambos quieren lo mismo. Creo que él dio un avance cuando te vio y se acercó. Dejó en manifiesto lo mucho que le gustas...
— ¿Tú crees que esté ocupado?
— ¿Qué crees? Es tuyo y es una pena que no lo veas envuelto con papel de regalo, imagino lo caro que está.
— ¿Antiguamente tuvo novia? —pregunta esperanzada.
—Sí, Evanna, antiguamente tuvo novia. Así que no es virgen, por lógica. Le gusta quedarse con las sobras que Jack deja —bebo leche achocolatada.
—Entonces, ¿no tengo oportunidad?
— ¿De qué?
Es más específica. Quiere saber si actualmente Gabriel tiene novia o alguna pretendiente. Niego con la cabeza porque si algo sé de mi hermano es en lo serio que frecuenta ser, le encanta los licores con alto grados de alcohol y es aguafiestas en las fiestas. Es un buen amigo y gran compañero de clases, es el clásico chico bueno del cual suelen aparecerse en las buenas novelas literarias. Y si alguna vez el chamo dice o hace todo lo contrario es porque su rabia lo conlleva a eso: mi hermanito no es la clase de persona que se deja manipular por nadie, así como Terry cree casi siempre.
—Vaya —enciende su computadora—, nunca conocí a una persona que supiera tantas cosas de su hermano.
—No somos carne y uña, porque entre los dos hay respeto —bebo más leche achocolatada antes de eructar—. Y eso es primordial para nosotros.
—En mi familia no contamos con esa facultad —humedece los labios—. No hallarás cosas buenas estando en mi casa, donde gritos y portazos son las órdenes del día.
—Imagino que estando aquí te sentirás como en el paraíso —echo un vistazo a la pantalla de la computadora.
—Claro, además de eso quiero invitarte a una fiesta —me observa.
— ¡Vaya! Sabía que muy pronto llegaría el día en que debo aparecer en una fiesta por intercesión de una persona que comienza a mortificarse por mi apatía y melindre.
—Tienes que distraerte con otras cosas que no sean estudios o novelas. Te quiero en el mundo real, pisando firme y teniendo la cabeza en alto.
—Hablas como mi madre.
—Te arrastraré a esa pinche fiesta, quieras o no. Y no quiero escuchar tus chillidos.
Me hace saber que tiene en la tarjeta de crédito dinero suficiente para ir de compras, hace que desde ya le diga adiós a mi zona de confort. De mala gana, la acompaño a la calle sin prestar atención a las personas indeseables que se presentan en nuestro camino. Mi humor permanece inalterable mientras estamos en el Pasaje de Barrio Sucre. Vamos en buseta hasta el centro y visitamos tiendas regulares o exclusivas para elegir el vestido ideal. No dejamos de hacer el recorrido acudiendo a salones de belleza, peluquerías, zapaterías, y tiendas de accesorios de diseñadores.