En el presente.
Paseo por el parque haciendo que el viento sople las hojas y veo a los niños correr tras ellas con sonrisas en sus caras regordetas. Aún recuerdo cuando era así de inocente. Nada de magia, nada de brujas, nada de creencias fuera de lo obvio. Ahora todo cambió, bueno, en realidad, cambió hace seis años. Cuando mis poderes dieron señal de vida.
Ahora sé vivir con ellos. Me hacen la vida más fácil en ocasiones, en otras la complica. Uno de los tantos contras es que ellos cambian dependiendo de mi estado de ánimo. Si estoy enojada o herida, ataco al que lo provoco. Si estoy triste, se apagan. Si estoy feliz, se alborotan. Si estoy calmada, hacen lo que les pido.
Deben creer que es divertido, pero no lo es. Para nada. Debo reprimir y negar muchos sentimientos. Debo soportar cosas, cambios drásticos de humor, sonreír falsamente a muchas personas y hacer cosas que muchas veces no quiero o que mi parte razonable no quiere.
“Lo que el viento se llevó” dice el título del libro que un muy guapo chico lee sentado unas bancas más allá. Hago que el viento pare y la cara de algunos niños se desinfla.
Me levanto de la banca en que estaba sentada y camino tranquilamente hasta el chico. Me siento a su lado, él no levanta la mirada. Soplo un leve viento que mueve su cabello. Mira a los costados y se topa con mi mirada, sonríe amablemente y le devuelvo la sonrisa.
− ¿Has escuchado el dicho “Cuando ves a una persona leyendo, es un libro que te recomienda una persona”?
−De hecho, sí. Lo usaba para coquetear con las chicas−dice y me mira.
− ¿Te invito un café para mantener el calor?
− Lo acepto, pero debo advertirte que tengo novia.
Automáticamente algo en mí se desinfla como la cara de los niños al ver que el viento se fue. Hago que vuelva a soplar el viento y los niños corren con las hojas.
−Está bien−le sonrío y nos levantamos.
Caminamos en silencio hasta la cafetería de enfrente. Es una de mis favoritas. Desde que empecé la universidad vengo a estudiar aquí. Es muy tranquilo, uno de los pocos lugares en que no hay niños corriendo y gritando.
−Hola, Dem−dice Carly, la mesera.
−Hola, lo de siempre para mí y para él…
−Un café grande sin leche. Gracias−le sonríe y nos sentamos al lado de una ventana−. ¿Dem por Demi?
−De por Demetria−me mira con sorpresa−. Lo sé, no es muy común.
−Es interesante.
Asiento con la cabeza y Carly se acerca con nuestros pedidos. “Lo de siempre” es una taza de café con leche y cuatro galletas con chocolate. Le doy dos a Alex, el chico muy guapo y con novia. En los últimos doce minutos descubrí que estudia contaduría, se llama Alexander Maste, es el menor de tres hermanos y tiene un mellizo, hace casi dos años sale con la misma chica y tuvo un perro al que le puso Chispas.
Sus ojos son de un verde intenso, es cinco o seis centímetros más alto que yo, su cabello es castaño claro pero no tanto, su labio inferior es grueso y carnoso, mientras el superior es fino y definido. Tiene una sonrisa espléndida, sus dientes son blancos y rectos se dejan ver a través de sus labios.
Tiene una personalidad simpática. Es de risa fácil. Le gusta la música y nunca fue bueno en matemáticas hasta el primer año de su carrera. Se lleva mejor con su hermano mayor que con su mellizo.
−Háblame sobre ti−pide tomando su tercer café.
Y ahí es cuando todo se desmorona. Cae del cielo al suelo. Debo inventar algo y arreglar la verdad un poco. No es mentir, es omitir ciertas cosas.
−Hija única de hijos únicos. El verde menta es mi color predilecto. Estudio abogacía. Odio matemáticas. Duermo mucho. Me encanta comer. De adolescente llevaba un diario. No tengo muchos amigos. Disfruto de la soledad. Leo mucho. Las brujas llaman mi atención. Soy muy persuasiva.
Me mira con una sonrisa con un deje pícaro. Le mantengo la mirada sin mucho esfuerzo. Frunzo ligeramente los labios y noto un cambio coqueto en mi mirada.
Carly se acerca y dividimos los gastos. Como él tomó más café que yo, él paga más. Salimos del café y el frío otoñal me abraza en su totalidad. Cierro los ojos y sin darme cuenta mi corazón se acelera haciendo que la temperatura suba unos grados. Trato de relajarme y hago que sople viento para que no se note el cambio drástico.
Le sonrío con ligereza. Nos separamos y él va por su lado y yo por el mío. Prometiendo volver a encontrarnos en algún momento de esta semana.
Debo tener a ese chico. De alguna manera, será mío.