Amor Mentalista

11

Tal como la enfermera me había dicho, pude dejar la enfermería la siguiente mañana. Algo que había descubierto al salir, era que el paquete que había logrado quitarle a Sebastián, había desaparecido “misteriosamente”. Por supuesto no se me hacía difícil averiguar quién había podido robármelo, por fortuna, la clase de Introducción a la programación estaba terminando y de inmediato fui para interceptar a Abigaíl y recuperar mi paquete.

Una amodorrada centena de jóvenes salían de distintas clases y llenaban los pasillos de la escuela, apresuré el paso para llegar al salón de programación, seguramente Abigaíl era de las que se quedaban hasta el final de la clase para adular al profesor o algo igualmente vomitivo. Tuve toda la razón, ahí en un salón semivacío estaban ella y el profesor. Parecía estarse despidiendo ya, así que la esperé fuera del salón, pegado a la puerta.

–Muchas gracias, doctor Joel–escuché que decía–. Nos veremos la siguiente clase.

Hice un enorme esfuerzo para no vomitar. Cuando la vi salir la tomé del brazo, ella se giró molesta, pero su semblante se suavizó, sólo un poco cuando me reconoció.

–Ah, eres tú–señaló–, me preguntaba cuándo aparecerías.

–Sí, ya que después de todo, fue tu culpa que terminara en la enfermería–dije molesto.

–Lo que creo que quieres decir, es “Gracias, Abigaíl, por llevarme a la enfermería y no dejarme en manos de un loco”

–De no haber sido por tus imprudencias, nada de eso habría pasado.

–Mira, Esteban–dijo soltando su brazo–, la verdad es que tus suaves métodos jamás habrían podido sacarle nada a ese tipo, además, este asunto de los paquetes es mío, tú no tienes nada que hacer aquí. Anda, ve a pasearte en el Ferrari de tu papi, o lo que sea que hagas en tu tiempo libre.

No me creía que existieran personas como Abigaíl en el mundo ¿cuál era su problema conmigo? Desde el primer día que la vi, sólo se había comportado como una niña tonta y berrinchuda.

– ¿Estás loca? –Le increpé–entrégame ese paquete y aléjate de mí.

–No lo haré y tú aléjate de mí.

Se dio la media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida. Me le quedé mirando, pensando ¿sería tan tonta como para cargar el paquete consigo? Claro que sí, el mentalismo me servía de algo ahora. Rápidamente la volví a alcanzar y le arrebaté la mochila, no le hizo ninguna gracia. Intentó recuperarla jalándola de una correa, pero era más bajita y claro, más débil que yo. Sus intentos no eran un verdadero problema para mí. Abrí la mochila y empecé a sacar libros, libretas, lápices y un montón de cosas más. Todo lo tiraba al piso sin importarme nada, al final encontré el paquete, allá en el fondo de su mochila y envuelto en papel periódico.

– ¡Devuélveme eso! –ordenó.

– ¿O qué? ¿Vas a ir a acusarme con el profesor?

Me miró con profundo odio, supongo que no estaba acostumbrada a que alguien le diera su merecido. Guardé el paquete en mi chaqueta y me fui caminando de ahí.

–Si no me lo devuelves–amenazó a mis espaldas–, no te dejaré en paz nunca.

Me detuve en seco ¿sería capaz de algo así? Medité mi respuesta unos segundos, pero, de nuevo, la respuesta era obvia. Claro que lo haría, me hostigaría hasta conseguir lo que quería.

–Lo juro–continuó–, nunca podrás deshacerte de mí. Piénsalo bien, ¿qué tan lejos crees que llegarás cuando hay alguien que siempre arruinará tus planes?

Puse los ojos en blanco, pero qué chica tan irritante. Me di la vuelta para mirarla.

–No te lo devolveré ni en un millón de años–aseguré.

–Entonces… tienes sólo una opción.

– ¿En serio? ¿Y cuál es? –pregunté en tono socarrón.

–Trabajar junto conmigo.

No pude evitar reírme ante su propuesta, había llegado muy lejos ya. Ella y yo no podríamos, jamás, en ningún mundo ni en ningún tiempo formar un equipo. Sin embargo, ella no se reía, su mirada era decidida, no había ningún rastro de duda en su cara.

–No–respondí.

Volví a darme la vuelta para alejarme de ella.

–Puedo aportar más de lo que crees–aseguró mientras me iba– ¿al menos sabes ya qué es?

–Drogas–dije, aunque todavía no estaba seguro de eso.

Abigaíl se rió muy fuerte, me hizo sentir como un tonto, realmente no estaba seguro de lo que era, pero podría averiguarlo si ella no estuviera estorbándome todo el tiempo.

–Ya, creo que de verdad eres un genio.

Me regresé molesto, estaba harto de que se burlara de mí.

–Si tienes algo que decir, dilo de una vez.

Me miró con una sonrisa chueca, por unos segundos. Disfrutaba saber algo que yo no.

–Ábrelo–dijo sonriendo aún.

Saqué el paquete de mi bolsillo, se sentía pesado. Estaba firmemente amarrado con un listón negro.

–Vamos–me instó– ¿o tienes miedo?

Niña boba, pensé, qué fastidio su existencia.




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