Una masa negra se abalanzó sobre mí, no pude hacer nada para evitar que me tirara al piso. Su rodilla presionó mi estómago sofocándome, Daniel estaba en shock, no se le ocurrió hacer otra cosa más que gritar “¡Oye!”, pero fue un grave error. El tipo me dejó a mí y le lanzó un impresionante puñetazo, se elevó un metro del suelo y fue a aterrizar encima de la cómoda que estaba al lado de su cama, temí que lo hubiera matado. Daniel no movió ni un músculo después de esa paliza. “¿Qué hago?” me preguntaba a mí mismo con desesperación. El tipo ya se había dado cuenta que Daniel estaba fuera, se giró lentamente para ahora acabar conmigo. Me arrastré de espaldas lejos de él, no me sentía capaz de enfrentarlo, emanaba una especie de aura peligrosa, como si fuera un meta humano. Me asustaba, algo que en mucho tiempo no había sucedido. Sus ojos felinos se veían por la abertura de su pasamontañas, daba pasos largos para alcanzarme, pero logré levantarme y correr hacia la puerta, iba a salir huyendo por ella cuando él me adelantó y la bloqueó con su cuerpo.
– ¿Quién eres? –pregunté asustado.
Pero no me respondió. Levantó su mano, me tomó por el cuello y me elevó del suelo. Muy pronto el aire comenzó a faltar en mis pulmones, mis débiles intentos por liberarme no daban resultado, golpee varias veces su brazo pero no lograba nada, él solo apretaba cada vez más mi cuello. Sabía que me quedaban pocos segundos, ya no podía ni levantar mis brazos. Sentí como la canon-pulsera resbalaba de mis manos. La sujeté en el último segundo con las puntas de mis dedos.
–Vara–susurré apenas.
El canon no esperó, en milésimas de segundo se convirtió en una larga vara de, por lo menos, dos metros. Golpeó al tipo en la barbilla y lo derribó.
Aproveché para tomar una inmensa bocanada de aire y toser un poco. Sentía la garganta muy irritada y tuve suerte de conservar mis ojos en sus cuencas. Volví a arrastrarme lejos del tipo, aunque el canon lo había derribado, aún no estaba fuera de combate, de hecho se recuperaba lentamente del golpe que le había dado. Pero esta vez lo tenía en mis manos, me levanté y me apoyé en la pared, todavía estaba un poco mareado. Cuando el tipo quiso arremeter contra mí, apreté el canon con ambas manos y le asesté el que ha sido el mejor batazo de mi vida. Cayó al piso, completamente inconsciente. En ese momento la adrenalina que corría por todo mi cuerpo comenzó a bajar, mis rodillas me fallaron y me dejé caer. Respiraba con dificultad debido a la hinchazón que sentía en la garganta, el canon parecía haberse quedado pegado a mi mano, estaba como paralizada, no podía abrirla.
Pasaron quizá diez, o quince minutos en lo que asimilaba todo. Los dos, Daniel y el intruso seguían inconscientes, no sabía qué hacer. Me levanté y revisé primero a Daniel, aún respiraba.
–Gracias a Dios–dije casi con lágrimas en los ojos.
Me acordé que si pasabas un algodón empapado de alcohol por la nariz de una persona desmayada, podrías hacerla volver en sí. Corrí hacia la maleta de Daniel, seguramente un nerd siempre cargaba consigo un botiquín de primeros auxilios. Así era, había una pequeña bolsa de plástico con vendas, agua oxigenada, algodón, pastillas y sí, alcohol.
Con mis manos temblorosas corté un pedazo de algodón y lo empapé de alcohol, aunque creo que la mitad se me cayó al piso. Me apresuré hacia Daniel y lo pasé repetidas veces por debajo de su nariz, rogando que funcionara.
–Por favor, Daniel–suplicaba–, reacciona.
Un enorme moretón comenzaba a aparecer en su mejilla derecha, posiblemente le hubiera dislocado la mandíbula. Pero eso no me preocupaba, eso se podía arreglar. El algodón no parecía estar dando suficiente resultado así que comencé a sacudirlo y llamarlo por su nombre. Sentí que un gran peso cayó de mi espalda cuando poco a poco comenzó a abrir los ojos. Miró a todos lados desconcertado.
–Ya está, estás bien–le aseguré.
Quiso hablar pero eso le provocó un gran dolor y rápido se sujetó la mejilla.
–Tranquilo, creo que tienes dislocada la mandíbula, si quieres puedo acomodarla pero te va a doler.
Me miró como creyendo imposible poder sentir más dolor, pero luego asintió despacio y resignado.
–Bien.
Lo hice sentarse en el suelo y me coloqué detrás de él. Nunca había arreglado mandíbulas pero sí unos cuantos hombros y rodillas. Con mi mano palpé su mejilla para tratar de descubrir hacia dónde se había movido su hueso, después, con la parte inferior de mi mano presioné rápido y fuerte hacia abajo. Sentí un leve crack y cómo todo quedaba en su lugar. Daniel se retorció unos segundos pero luego sintió algo de alivio y se relajó. Se quedó tendido en el suelo masajeando su mejilla.
– ¿Quién es él? –me preguntó señalando con el dedo al tipo del suelo.
Suspiré, teníamos que averiguarlo y hacer algo con él antes de que recuperara la conciencia.
–No tengo idea–respondí.
Me moví cauteloso hacia él, tenía la intención de quitarle primero el pasamontañas y descubrir quién era.
– ¡Espera! –me detuvo Daniel.
– ¿Qué pasa?
–No quiero que vuelva a despertar, mejor así déjalo.
Sonreí un poco para aliviar la tensión que sentíamos, y también para agarrar valor.