Amor o codicia

Capítulo 24.

La semana siguiente fue la graduación de Flavio. En la mañana, el chico les dijo que él quería manejar y llevarlos hasta el auditorio, pero Valeria dijo que si su hermano conducía, ella no iría.

—¡Me niego a subirme a un auto donde Flavio conduzca, madre!

—Ay, Valeria, hoy es mi día especial, no seas mala.

—No quiero morir tan joven. —Se cruzó de brazos—. Tengo una vida por delante.

—No conduzco tan rápido, miedosa.

—¡Claro que sí!

—No es mi culpa que no conduzca como anciana, igual que tú.

—Flavio —se entrometió Juliana—, sí manejas rápido. Te he ordenado que no lo hagas.

—No voy a manejar rápido si van ustedes, en serio.

—No lo hagas nunca —decretó—. Y disfruta tu mañana, debes estar tranquilo para no tropezar en el escenario. Además va a manejar Vicente.

La ceremonia se organizó en el auditorio de la escuela, y todo fue muy formal y elegante. El chico obtuvo el reconocimiento de primer lugar de aprovechamiento y la muchacha que le caía mal, su rival de toda la vida —la niña simio, como él le puso de apodo—, fue la que dijo el discurso de la generación, que estuvo un poco aburrido y Flavio hasta tuvo que morderse la lengua para no abuchearla.

Vicente después los llevó a comer.

—Felicidades, Flavio —dijo cuando se subieron al auto para llevarlos al restaurante.

—Gracias, Vicente.

—Sí, tontito, lo lograste. —Valeria le sonrió.

—Lo sé, bobita. —Le devolvió el gesto.

Su madre también lo felicitó y, si bien el tono que usó no fue muy enternecedor, se notaba el orgullo que sentía por él. En el camino Vicente casi no habló con nadie. No estaba muy emocionado de que Juliana se sentara en el asiento del copiloto, pero ella se colocó allí y no la quitaría, aunque para él hasta hubiera sido mejor que Flavio fuera a su lado, total, él era el festejado. Tampoco podía conversar con Valeria como normalmente lo hacía y con los otros dos no tenía nada de qué hablar.

Por su parte, los hermanos seguían comentando acerca de la ceremonia.

—¿Qué pensaste del discurso de la cara de chango?

—Estuvo… Pues no tan mal.

—¿Bromeas? Yo me moría por tirarle tomates —rio—. Por cierto —le dijo en un susurro—, te ves muy guapa. —La miró de arriba abajo. Llevaba puesto el vestido negro que Vicente le regaló la primera vez que fueron al centro comercial—. De seguro Vicente está luchando contra sus instintos para no tirarse encima de ti —dijo acercándose a su oído.

—Cállate, baboso, te van a oír. —Lo empujó con suavidad.

Ahí terminó su conversación pero, para su suerte, ni Juliana ni Vicente escucharon sus murmullos, se oía mucho más la canción tranquila que se reproducía en las bocinas del auto. Una vez que llegaron a su destino, Vicente tuvo que abrirle la puerta a Juliana para que bajara.

—Gracias —dijo con su tono hipócrita muy bien conocido por él. «Idiota» agregó con el pensamiento.

—De nada —respondió con sequedad. «Falsa».

Entraron al restaurante y mientras esperaban a que el mesero les sirviera la comida, un silencio sepulcral reinaba en torno a ellos. Vicente, que comenzó a sentirse incómodo, decidió iniciar una conversación.

—Juliana, tu hijo es muy inteligente, muchas felicidades.

La joven señora, al oír ese comentario, se sintió como pavo real; empezó a hablar de su hijo pequeño, de lo inteligente que  había sido desde chiquito, que siempre sacaba los primeros lugares, que aprendía muy rápido, etcétera., e incluso siguió hablando de lo mismo cuando el mesero llegó y les sirvió la comida. Vicente se arrepintió de haber iniciado la conversación pero se tuvo que aguantar. Flavio, por su parte, no sabía si sentirse alagado o avergonzado de que su madre hablara de esa manera acerca de él frente a Vicente.

—Ah, y una vez ganó un concurso de oratoria, y estaba chiquito…

Valeria se recargó, aburrida, en la mesa. No es que ella no sintiera orgullo de su hermano, por supuesto que sí, pero había veces en las que sentía celos porque su madre nunca hablaba de ella de esa manera. Siempre era: “Flavio es tan inteligente” o “¿ya viste el diez que sacó en matemáticas?, aprende”… Si no era su culpa no ser tan buena con los números. «¿Qué es lo que yo tengo de bueno…? Ah, sí, que soy bonita» pensó de mala gana.

—Valeria, siéntate bien —le ordenó su madre.

La chica puso una expresión de fastidio y se puso en una pose derecha llena de exageración.

—Valeria.

—Ya. —Se sentó de forma correcta. Frunció el entrecejo con molestia, ¿por qué la avergonzaba de esa manera frente a Vicente?

El hombre, por su parte, dejó de escuchar a Juliana. Miró con discreción a Valeria, que parecía igual de aburrida que él. Lo bueno era que la chica estaba sentada a su lado, así que aprovechó, tomó su mano con la suya debajo de la mesa y le dio un ligero apretón; en seguida la apartó para que los otros dos no se dieran cuenta. Valeria volteó a verlo y le sonrió con ternura.




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