Esa noche, el padre Domenico junto a Venicio y su esposa organizaron un gran banquete en la casa que siempre perteneció a los Vanderhoeven y por tantos años permaneció vacía. Pero ahora no; se encontraba llena de gente, los habitantes del pueblo iban y venían. E incluso muchos que jamás conocieron a Franco ni a su familia se acercaban con comida en busca de ser invitados al gran festejo.
El sacerdote descorchó una botella del mejor vino que encontró en la abandonada bodega de la casa. Quitó el polvo del envase y luego sirvió un poco en cada copa de quienes estaban a su alrededor: a la derecha se encontraban Franco, su hija Teby y el prometido de ésta; mientras que a la izquierda, frente a frente podía verse a Georgi y sus padres.
—¿Piensan volverse pronto a la Ciudad?—quiso saber Margaret, la madre de Georgi.
Teby se encogió de hombros: su respuesta claramente quiso ser “no lo sabemos” pero Lázaro la detuvo levantando su copa.
—Es una lástima, pero si señora—dijo sin lugar a que la muchacha responda—. Nuestras familias nos esperan con ansias para celebrar la boda.
Margaret ignoró que toda la familia de Teby no era más que su propio padre, Franco.
—Ah, ¿se casarán?
—Efectivamente. Sólo hemos venido a Antwerpen para dejar la invitación de nuestra boda—acotó Lázaro y Georgi levantó la mirada directo a Teby en búsqueda de que ella corrobore esto pero no dijo nada.
Margaret siguió preguntando:
—Entonces, ¿cuánto tiempo se quedarán?
—Una semana probablemente—dijo Lázaro.
Pero Teby interrumpió:
—O dos.
Claro estaba que al prometido de la hermosa Teby no le agradaba el pueblo ni su gente; principalmente Georgi, con quien había encontrado a su novia tomándole de las manos.
El ambiente durante la cena fue tenso. De no haber sido por las risotadas de los hombres del pueblo, el banquete aquel no hubiere durado poco más de un cuarto de hora.
Una vez que terminaron con la comida, Domenico tomó de un brazo al joven Lázaro y le señaló una junta que habían hecho los hombres del pueblo junto al fuego de la chimenea.
Venicio apoyó una mano en el hombro de Georgi.
—Ven hijo. Diviértete un poco.
Pero el muchacho se negó.
—Debo irme papá—justificó mientras veía que Lázaro se había reunido junto al grupo de señores mientras Teby había quedado sola entre el grupo de mujeres del pueblo—. Quizá en otra ocasión.
Se soltó de la mano de su padre y luego caminó hasta los percheros donde Georgi tenía colgado su abrigo. Cuando se dio la vuelta mientras se incorporaba dentro de su saco, se encontró con Teby.
—¿Te irás tan temprano?—preguntó ella.
Él asintió.
—Es una lástima, tenía pensado hablar contigo Georgi. Después de hace tanto que no nos vemos…
—A ti no te importaba verme.
La respuesta del joven fue como una cuchilla que cortó el aire viciado del lugar. «Verme», la palabra no hacía referencia a todo el pueblo en general, sino a él solo. Casi como dejando notar que sentía un fuerte abandono por parte de la muchacha Vanderhoeven.
Ambos compartieron unos segundos en silencio.
—¿Qué?—reaccionó Teby.
—Solo has vuelto para restregarle a todo Antwerpen que te casarás con uno de los hombres más ricos de la Ciudad; y ahí lo tienes a todo el pueblo: peleando por una invitación a tu boda. Pero ¿sabes qué? Puedes guardarte mi invitación por donde te quepa, no cuentes conmigo en tu boda.
Teby se quedó helada. Georgi la sobrepasó y se dirigió a la puerta pero ella seguía mirando fijo donde anteriormente él había estado de pie. Parecía una broma de mal gusto para la muchacha de rizos dorados lo que le había dicho su «amigo». ¿Era ese el verdadero concepto que él tenía de ella? ¿Qué había pasado por la cabeza de Georgi durante todo ese tiempo que transcurrió sin haberse visto?
No cabía lugar para más dudas.
—Georgi, espera—trató de retenerlo ella pero él ya estaba a punto de salir.
Teby tomó su abrigo y salió de la casa tras el muchacho, con el fuerte deseo de que Lázaro no la haya visto.
La brisa fresca del exterior le golpeó las mejillas de repente y su color rosado pasó a teñirse de blanco pálido a causa del frío. Las corrientes de viento removían la copa de los árboles y todo Antwerpen era bañado por las hojas secas del otoño.
—¡Georgi por favor!
Pero él siguió su paso embravecido.
—¡Déjame que te explique!
No había respuesta, sin embargo, ella siguió insistiendo hasta lograr su cometido.
Georgi se detuvo. A continuación se dio la vuelta y por un instante lo único que se oía eran las ráfagas de viento lamiendo la hierba seca. Él se quedó mirando a Teby con indignación hasta que decidió decirte a gritos y con lágrimas en los ojos lo que realmente pasaba por su mente:
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Editado: 29.09.2021