La señora Ivora dio dos pasos atrás mientras contemplaba con ojo crítico el vestido que lucia Irina.
— Me gusta como se le ve Condesa — Irina bajó su cabeza para observar la falda de su vestido.
— muy ostentoso para el dia — llevó mi mano hacia mi boca para ocultar mi sonrisa, doña Ivora ya tenia las orejas rojas.
— ¿Qué desea condesa para elaborarlo? Veo que todo lo que he traido no ha sido de su gusto.
— me gustan pero pasó aqui en el campo con los perros, deseo algo más sencillo.
Ella suspira y asiente a lo que Irina le ha pedido.
— esta bien — saca una libretita del bolsillo de su vestido — dibujare algunos bocetos y se los mostraré.
— esta bien señora Ivora, sus creaciones son muy bonitas pero pasó la mayor parte del tiempo en el campo con los nuestros perros.
— ¿Son perros para cazar?
— algo asi — Irina sonrie mientras la señora Ivora toma asiento para empezar sus bocetos — iré a recostarme un rato, están en su casa — la veo salir de la habitación que habian preparado para los arreglos de los vestidos.
— tenemos trabajo Rowena, a la Condesa no le ha gustado ningún vestido.
— tengo uno que aún no lo he terminado, a ella le gustará — ella deja de dibujar.
— ¿Cuál?
— es el amarillo pálido, aún no le he cocido el vuelo. Le dije a Magdalena que era muy bello asi sencillo.
— muestraselo — se encoge de hombros — si le gusta ese vestido tendremos una guia de lo que le gusta a la condesa.
— ella es sencilla señora Ivora, estoy segura le gustará mucho, iré a buscarlo para terminarlo.
Caminó apresurada a la salida, cuando voy cerca de las escaleras la puerta se abre, me detengo y lo veo entrar... mi padre.
Mi corazón late apresurado,él está aqui, con su rostro relajado, la cicatriz en su mejilla, su cabello revuelto por el viento. Está sacudiendo sus botas en la entrada. Quita su pesada capa negra y la coloca en el perchero.
Camina aún sin levantar el rostro, cuando está cerca, mi cuerpo tiembla, debo controlarme, para él soy una total desconocida.
— buenas tardes milord — él levanta su cabeza, su mirada ya no es dura, hay en ella paz, sus ojos brillan.
— señorita — su voz ronca y profunda, cuánto la extrañé — ¿Quién es?
Respiro profundo, ya no soy Olivia Giles, ahora soy Rowena Butler.
— soy ayudante de la señora Ivora, la costurera.
— tu nombre muchacha — papá, siempre tan impaciente, quisiera llenarlo de besos.
— Rowena Butler — él asiente.
— ¿Mi esposa está con la costurera?
— no, ella subió — asiente y pasa junto a mi, no quiero que se vaya, no aún.— felicidades por su hija, milord.
Papá se detiene y me mira sobre su hombro.
— gracias muchacha — él sonríe de orgullo por mi hermana, tal cuál hacia conmigo.
Mi corazón duele por que no puedo abrazarlo ni llamarlo papá, aunque ya no tenemos nada en común, Rowena no tiene ningún rasgo de los Giles, soy rubia.
Lo veo subir y me abrazo a mi misma para detener mis ansias de abrazarlo fuerte.
— veo que aún el conde impresiona a las jovencitas — Ibran está junto a mi, observandome con curiosidad, mientras da un mordisco a una manzana.
— no es lo que piensa milord — desvío la mirada de mi padre para verlo a él.
— ¿No? — niego — por tu bien muchacha, eres joven y el conde está casado.
Enarca una ceja y se gira para subir las escaleras, él tan alto, tan elegante, tan imponente.
— señor Ibran — se detiene — ¿Tiene un libro para leer que me preste?
— ¿Sabes leer?
— si, mi padre se preocupo por educarme como si yo fuera un muchacho — él suelta una carcajada y baja las escaleras para acercarse.
— bonita e inteligente — entreabro los labios ante sus palabras, me ha visto bonita, su mirada baja a mis labios que siento resecos — no te sorprendas muchacha me gustan castañas.
Muerdo mi labio, los guardianes si habian jugado sucio, me enviaron en una rubia, que no era el tipo de Ibran.
— ¿Cómo Olivia? — susurró, sus ojos se han oscurecido.
— ella era una jovencita para mi pero si, Olivia era mi tipo aunque no llegué a conocerla.
— ella era muy bonita — Ibran se encoge de hombros.
— dicen que era alguien dulce y buena gente, eso la hace bella, tengo libros de medicina, puedo buscarte algo en la biblioteca del Conde, estoy ocupado por el momento con un ungüento.
— ¿Puedo ayudar? Mientras usted prepara las plantas, yo puedo ir leyendo e indicándole cuánto necesita de cada planta, de esa forma no se atrasa.
— ¿Tienes conocimiento de medicina? Bueno yo soy un médico extraño, no trabajo con las medicina moderna, uso plantas.
— yo... — ¿cómo explicarle que yo estuve noches y dias junto a él, contemplandolo trabajar, reir con él cuándo sus experimentos salian bien?
— conocí a un señor boticario, tenia mucha pasión en lo que hacia, sus ojos brillaban cuándo trabajaba con las plantas pero creo ahora ya no es así, su mirada es triste.
— bien — se gira y me preguntó ¿Que pasó? ¿Por que esa mirada triste?— hablaré con la condesa, no deseo que descuides el trabajo.
— no lo haré — él no respondió, sólo subió las escaleras, mientras yo lo observaba con amor.
Ibran
— odio la tristeza — tiró el turbante en mi cama, mientras suelto mi cabello largo — y aún no entiendo por qué estoy triste.
Me acerco a la ventana para mirar el cielo tachonado por estrellas, toda la tarde no habia podido concentrarme, trataba de encontrar la razón a mi tristeza, desde hace tres meses exactos, desperté con un vacío en mi corazón, sin ninguna razón.