Amor sin medida

Capítulo 12 Los pies sobre la tierra

Una discusión me saca de la cocina y me lleva directo a la sala. Me detengo súbitamente al ver lo que está sucediendo. Estoy tan impresionada que me niego a creer en lo que mis ojos están viendo. Dos de los hermanos Jackson, Wilson y Rhys, se están rompiendo el alma a puñetazos. ¿Qué está pasando entre ellos? Mis piernas tiemblan tanto que me cuesta sostenerme en pie. Quiero moverme, hacer algo para evitar que se golpeen, pero estoy tan nerviosa que me cuesta hacerlo. Suelto un jadeo y me llevo la mano a la boca cuando Wilson le propina un golpe en la cara a su hermano que lo envía directo al suelo. Quedo en estado de shock, pero tan pronto como logro reaccionar me dirijo hacia ellos para evitar que se maten. Sin embargo, James me hace una señal para que no lo haga.

―Tu vida amorosa me importa un pito, Rhys. Puedes meter tu polla en el hueco que se te antoje, pero te sugiero que lo medites mejor cuando hagas tus elecciones ―el rubor escala por mi garganta y se asienta en mis mejillas al escucharle decir aquellas palabras tan vergonzosas a un hombre tan culto y refinado como él―. Esa pobretona sabe muy bien lo que está haciendo, solo se está aprovechando de la oportunidad que le diste, porque sin darte cuenta se la pusiste en bandeja de plata ―¿a quién se está refiriendo?―. Cualquiera es capaz de darse cuenta de que todavía sigues perdidamente enamorado de tu exprometida ―no es sino hasta que pronuncia aquellas palabras que me doy cuenta de lo que está sucediendo. Observo la fotografía que aún conservo dentro de la mano y vuelvo a prestar atención a la discusión―, y eso te convierte en presa fácil para las arribistas y las cazafortunas ―un mal presentimiento me comienza a poner inquieta―. En el estado tan vulnerable en el que te encuentras, basta con darte un empujoncito para que caigas directo en la trampa. La chica está jugando sus cartas como toda una profesional, ya midió el tamaño de tu bolsillo, también el de tu desesperación ―de repente, señala con su dedo hacia la cocina y es cuando me doy cuenta de que está hablando de mí―. Su próximo paso la llevará directo a la iglesia y hacia tu fortuna.

Retrocedo un par de pasos, aturdida e impactada por sus acusaciones. El alma cae a mis pies y mi corazón se hace pedazos. ¿Yo, una arribista? ¿Por qué opina así de mí? ¡Ni siquiera me conoce! Las lágrimas comienzan a rodar sobre mi rostro. Sus palabras me han hecho tanto daño que dejo de escuchar lo demás. Mientras todos están distraídos con la pelea, me acerco al mueble y, con manos temblorosas, tomo mi cartera. Debí irme cuando estaba decidida a hacerlo, pero me dejé convencer por Roxana. De haber sabido lo que iba a pasar, no lo hubiera permitido. Tengo que apoyar una mano en la pared, porque mis piernas siguen fallando y, esta vez, no es a causa de los nervios. Me toma algunos segundos antes de recuperarme, así que emprendo mi huida de este lugar. Atravieso el corredor, tambaleante, mareada y distraída. Visualizo las puertas del elevador, pero estas parecen alejarse a medida que me acerco. Una vez que las alcanzo, doy gracias a Dios de que, cuando llegué a este apartamento, pude ver la clave que introdujo Rhys para hacerlo funcionar. No sé cómo hice para recordarla estando en el estado en el que estoy. Ingreso al interior, acerco la mano al tablero de control e ingreso la contraseña. Me equivoco al primer intento, lo que me hace desesperar. Apoyo la frente contra el metal frío e inhalo profundo.

―¡Vamos Andrea, tienes que salir de aquí antes de que se den cuenta de que estás escapando!

Me doy ánimos a mí misma. Vuelvo a intentarlo una vez más y en esta ocasión lo consigo. Retrocedo y recuesto mi espalda contra la pared, justo en el mismo instante en el que escucho a Roxy gritar mi nombre.

―¡Andrea!

Elevo la mirada y encuentro a Rhys en mi campo de visión. Nuestras miradas se fusionan hasta que las puertas del elevador se cierran y cortan el contacto. Me tapo la boca cuando un sollozo intenta escaparse de ella. ¿Por qué su hermano me tiene tanta aversión? Es algo absurdo que alguien que ni siquiera te conoce, que no sabe nada sobre tu vida, se atreva a juzgar a otra tan a la ligera. ¿Cree que estoy con Rhys por su dinero? ¡No tiene ni idea!

Cruzo los brazos sobre mi pecho, en señal de protección. Me siento herida, humillada y menospreciada. Limpio mis lágrimas, pero estás siguen brotando inconteniblemente. En cuanto llego a la planta baja y las puertas se abren, salgo corriendo de allí. Atravieso el vestíbulo como alma en pena, ignorando la mirada de los pocos residentes que deambulan por el vestíbulo.

―¡Señorita McGillis!

Escucho a alguien gritar mi nombre, pero lo ignoro y sigo corriendo. Empujo la puerta de vidrio y salgo al exterior. Le doy las gracias a la llovizna providencial que me da la bienvenida salpicando mi rostro y confundiendo mis lágrimas. Sigo abrazándome a mí misma, moviéndome entre los transeúntes que intentan resguardarse de la tormenta que está por llegar, mientras camino a la deriva y sin rumbo por las calles de Nueva York. De un momento a otro, las aguas torrenciales comienzan a empaparme de pies a cabeza y el frío a calar hasta la médula de mis huesos. No le presto la menor importancia, lo único que me interesa es alejarme de aquí cuanto antes.

De un momento a otro, me siento agotada y sin fuerzas. Decido resguardarme en un pequeño restaurante que me encuentro a mi paso, mientras espero a que la tormenta pase. Al entrar, las gotas de agua se escurren por mi cuerpo y mojan el piso de madera.

―Lo siento.

Me disculpo con la chica que me ve entrar. Ella sonríe y niega con la cabeza.



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En el texto hay: sacrificio, amor, embarazo

Editado: 12.09.2024

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