—Pero..., ¿cómo... —comenzó la pequeña Black, totalmente confundida.
—Lo supe desde el primer momento que llegó Srta. Black, y puede que su secreto ya haya llegado a conocimiento de otros —respondió Dumbledore.
—¿A qué se refiere? —cuestionó la chica con nerviosismo.
—Cualquiera con una capacidad de Legeremancia podría leer fácilmente sus pensamientos —comentó el profesor.
Hubo un momento de silencio donde Calynn tan sólo sujetaba su antebrazo izquierdo fuertemente. Al parecer el director se percató de eso y no pudo evitar sorprenderse.
—¿Puede acercarse un poco más Srta. Black? —pidió amablemente el anciano.
La pequeña que estaba casi bajo el marco de la puerta se acercó cautelosa hasta estar justamente enfrente del escritorio del director.
—¿Me permite? —preguntó el hombre con ademán de tomar el brazo izquierdo de la mortífaga, quien después de dudar un poco accedió a mostrarle lo que tanto ocultaba de la realidad. Dumbledore arremangó con facilidad la túnica y fue cuando se dio cuenta de la gravedad de la situación, observó detenidamente la calavera y serpiente que formaba aquella marca por un momento hasta que apartó la vista, decepcionado, mientras se levantaba y daba la espalda por un momento a la pequeña Black.
—Iré por mi equipaje —comentó la pequeña nostálgica, a partir de ahora su vida sería un eterno infierno.
—¿Equipaje? —cuestionó el anciano un poco confundido.
—Me echarán del colegio, ¿cierto? —Un tono de tristeza se notaba en la voz de la niña.
—No necesariamente —negó el hombre misteriosamente. Al ver que Calynn no comprendía a qué se refería, éste agregó—. Si usted estuviera orgullosa de aquella marca podría ser una posibilidad —explicó Dumbledore—. ¿Lo está?
—No, señor —contestó firmemente mientras pensaba en Bellatrix, pero desvió aquel pensamiento rápidamente.
Por un momento ambos guardaron silencio hasta que el profesor lo rompió.
—Me gustaría que nos encontramos aquí todos los días durante la noche, a las diez para ser exactos, ¿afecta esto de alguna manera su horario? —propuso el director.
—No, no afecta en ningún aspecto —respondió—, pero si se me permite preguntar, ¿con qué objetivo? —curioseó la pelinegra.
—Unas clases que le sirvan para su defensa propia pero primordialmente para que aprenda a cerrar esa mente —explicó exigentemente.
La pequeña asintió con la cabeza mientras caía en la cuenta que se le acabarían las excusas que dar a sus amigos, tendría que inventarse algo pronto.
—¿Cuándo comenzamos profesor? —cuestionó Calynn.
—Mi reloj marca cinco minutos para las diez. ¿Tiene algo mejor que hacer? —dijo el director con una sonrisa en el rostro.
Pensó por un momento en los incompletos deberes de Galatea que tenía en su baúl unos pisos arriba, pero prefirió pasar la velada en el despacho del director, al fin y al cabo, es lo que siempre había querido, un consejo, una ayuda.
—No, señor.
—Entonces podemos comenzar —indicó el hombre indicándole que se sentase en la silla frente al escritorio mientras él se colocaba enfrente. —Durante las vacaciones navideñas, ¿alguien leyó sus pensamientos? —continuó el anciano.
—El mismo Voldemort —confesó la pequeña recordando ese momento tan doloroso y vergonzoso a la vez.
—¿Y lo vio todo? —Un tono de preocupación sonó entre sus palabras.
—Tan sólo observó algunos recuerdos sin importancia, ya que no duró mucho el hechizo —recordó Calynn.
—¿Me permitiría? —solicitó el profesor tomando su varita.
La niña asintió lentamente con la cabeza, cerró los ojos y se aferró a la silla para no caerse. El anciano apuntó a la alumna y mencionó:
—¡Legeremens!
Y pasaron, una vez más, pero esta vez la pequeña no haría ni un pequeño esfuerzo por evitarlo, terminaría en el suelo y no lograría nada. Las clases, el viaje de vacaciones navideñas, algunos momentos con Frank e incluso algunos fragmentos de su iniciación pudieron ser vistos; pasaron las discusiones con Bellatrix cuando de la nada volvieron al presente.
Editado: 18.01.2019