Aluminio
Tras dos largos años de incertidumbre, finalmente llegó el momento de volver a la presencialidad en el colegio. Durante todo ese tiempo, me había preguntado qué habría sido de Argón, si seguiría en el mismo colegio o si habría decidido cambiar de aires. Mis pensamientos se agolparon al imaginar el posible encuentro con él.
La ansiedad me invadió cuando lo vi entre la multitud. Aunque parte de mí deseaba que hubiera desaparecido de mi vida, ahí estaba, desafiando mis expectativas. La sola visión de él provocó un nudo en mi estómago, y un torbellino de preguntas cruzó mi mente. ¿Habría encontrado otra novia? ¿Seguiría con sus molestias y burlas?
No tenía respuestas claras. Me dirigí a mi nuevo lugar en la clase, notando de reojo que Argón me miraba. Los nervios se apoderaron de mí, y decidí ignorarlo, sumergiéndome en mis propios pensamientos. Al menos, esta vez, no pronunció su clásico "Ahí está mi hija", una frase que solía lanzarme cada vez que llegaba al colegio y que, de alguna manera, lograba irritarme profundamente, aunque no supiera el significado.
El momento fue extraño y tenso para mí. Después de esa primera clase, traté de comprobar si Argón me seguiría, pero, para mi sorpresa, no lo hizo. Un suspiro de alivio escapó de mi pecho. Parecía que esa etapa de su constante molestia había llegado a su fin, al menos por el momento.
No tenía motivos para preocuparme; no me volvería a molestar. Esta pequeña tregua fue un respiro para mí, un indicio de que tal vez, solo tal vez, no tendría que volver a esconderme ni enfrentarme a sus provocaciones. La incertidumbre del futuro escolar se disipó, dejando espacio para la esperanza de días más tranquilos y libres de la sombra de Argón.