Emily
Estábamos alrededor del Doctor escuchando sus duras y certeras palabras, todo dependía de una noche. Una noche cualquiera infinita, que llena de estrellas o no sería la que diera la última palabra—como si eso fuera cierto—. Todo mi cuerpo temblaba al pensar perderlo. Si él no sobrevivía, era mi culpa, si no le hubiese mentido de esa forma, en este momento estaríamos en la universidad, en mi primer día de clases, compartiendo nuestras experiencias… Pero eso era algo que se escapaba de mis manos.
Aquella tarde sentía que mis pies me fallaban, las palabras que había dicho el Doctor no dejaban de repetirse dentro de mí, — no había esperanza—, sentí que iba a colapsar, cuando una mano poco conocida me sostuvo por la espalda, voltee para ver de quien se trataba y vi el rostro afligido de la mamá de Sebastián, la observe con miedo unos segundos, —seguro odiaba por esto—, sin embargo, su cara estaba devastada, sus ojos transmitían una súplica de perdón. Conmovida antes aquellos ojos azules suplicantes tan parecidos a los de Sebastián, sonreí de medio lado para hacerle entender que no había rencor. E incline mi cuello para reposar mi cabeza en su Hombro. Ella me sostuvo fuerte por la cintura e hizo lo mismo.
Sé que es extraño, pero ellos no tenían la culpa de querer tanto a su hijo, ellos solo querían protegerlo de mí con toda la razón del mundo —si mi propio padre nunca me quiso y me abandono era porque en mí había algo malo—. Su mano calidad acariciaba mi brazo y el Doctor se retiró asegurándonos que en cuanto Sebastián despierte volvería con nosotros.
Paulina me guio hasta las sillas de espera donde nos sentamos en silencio. El Sr. Páez se mantenía distante sin dirigir la mirada hacia nosotras. Y así estuvimos durante unas horas, no había nada que hacer, solo esperar. Y eso era una tortura demoledora.
Dos horas más tarde, Janet y Carlos habían traído Café para todos. Paulina había ido a hablar con su esposo, mientras yo estaba recostada en la pared fría del pasillo. Linda estaba sentada junto a sus padres esta vez, sosteniendo los vasos de Café en sus manos. La culpa me comía por dentro —Sebastián iba a morir, por la secuela de una mentira. Por mi culpa—. Cerré los ojos y comencé a implorar al cielo por su vida —Si los milagros realmente existían, iba a ser capaz de dar mi vida para que Sebastián conservara la suya—. Extrañaba todo de él. El azul de sus ojos, su sonrisa torcida, su voz, que últimamente era el arma que más me hería… —Lo quería. ¡Dios! ¡Aún lo quería!
—Familiares del paciente Sebastián Páez
Anuncio otro Doctor interrumpiendo mis plegarias…
Janet corrió a mí y me tomo de la mano para dirigirme hacia el Doctor, quien parecía tener noticias.
—El paciente ha despertado, pero... El golpe que recibió en la cabeza ha ocasionado otros problemas, hemos hecho todo lo humanamente posible.
Esperemos un milagro…— añadió el Doctor mientras Paulina sollozaba en los Brazos de su esposo.
Me negaba a creer lo que estaba escuchando. Sebastián no podía depender de un milagro. Me lleve las manos a mi rostro para así evitar que el dolor me embargara. Janet me rodeo con sus brazos mientras me decía que fuera fuerte… No quería perderle, yo lo quería… Quisiera que él me escuchara decírselo. Yo también me había enamorado de él. Después de todo el amor era amor sin importar la edad que este se presentase…
Sin darme cuenta estaba paralizada, a punto de entrar en una crisis nerviosa, hasta que los padres de Sebastián se acercaron a mí. Janet los fulmino con la mirada. —Ya está lo suficientemente mal por su culpa, así que aléjense—. Les advirtió como una leona cuidando a su cría. Interponiéndose entre nosotros llena de ira.
—Solo queremos disculparnos—. Dijo Diego. Levante la mirada hacia él, por primera vez desde que estábamos en la sala había hablado y eso no era de esperarse. Mucho menos que se dirigiera hacia mí para disculparse.
—¿No piensan que ya es muy tarde? —agrego Carlos llegando al sitio para apoyar a Janet.
—Solo queríamos disculparnos con ella Carlos…
—Diego, será mejor que te mantengas alejado por la amistad que alguna vez tuvimos. Dejala en paz.
Volví a pisar tierra al escuchar aquella confrontación. Ellos tenían una amistad de hace varios años y ahora estaba a punto de romperse por mi culpa. Todo aquello era mi culpa… Rompí a llorar…
—No, Emily no llores—. Me suplicaba Paulina con voz ahogada. Mientras que Janet me abrazaba fuertemente. —No es tu culpa, es nuestra. Cometimos un error y este es el precio, pero no es tu culpa, no es tu culpa—. Me repetía una y otra vez.
—Pueden entrar a verlo—, dijo el Doctor ante aquella escena —Solo familiares—, añadió matando mis esperanzas…
Tuve que controlarme en aquel preciso momento para evitar colapsar nuevamente en otra crisis. Y no sé de donde saqué el valor para decir lo que dije.