El día había amanecido nublado y gris, como se sentía Jorge en ese momento. La resaca no era tanta como sí lo era el dolor en su alma.
Todavía no podía creer como había caído su hermana, un ser tan puro e inocente, en las manos de quien él había considerado más que señor, un amigo.
Y si, también le dolía la puñalada de Elías.
“¿Cómo puede ser posible que sea un ser tan vil? ¡Sapo rastrero! ¿Cómo pudo ver a sus hijos a la cara todos estos años y negarle a mi sobrino su derecho?” pensaba mientras, aprovechando que nadie en la casa se había levantado todavía, se dirigía al despacho del señor, con el papel gastado (prueba de su inmoralidad) en la mano, que formaba un puño.
Siempre le pasaba que cuando bebía, luego dormía poco, así que no le costó esfuerzo levantarse, mas con la rabia que le corría por el cuerpo.
Aunque tampoco quería arruinarle el día a la familia de ese hombre (que también era familia de su sobrino), ya que ese día esperaban visitas.
Se frenó ante ese pensamiento. Gastón era un Arévalo-Uribe.
Eso lo llenó todavía más de rabia, sentimiento con el cual empujó las puertas y se sentó en el sillón detrás del escritorio.
Para cuando Elías entró a su despacho, Jorge ya estaba más sereno y miraba, de pie y con las manos sujetas por detrás de la espalda, por la ventana.‒creí que solo yo me levantaba con el canto del gallo, señor–. No pudo evitar decir con desprecio en la voz, algo que Elías notó.
‒no podía dormir–. Dijo, sentándose en su sillón–. Pero dime ¿Qué se te ofrece?
Jorge sacó el papel arrugado en su mano de su bolsillo y se lo lanzó en la cara a Elías.
‒yo tampoco podría dormir con la conciencia como debe de tenerla usted, mi señor˗˗. Dijo el hombre con burla y desprecio.
‒espera, te lo puedo explicar˗˗. Respondió Elías justo antes de recibir la trompada.
Justo en ese momento, por la puerta del despacho, pasaban Augusto y Gastón quienes, al oír el revuelo, decidieron intervenir.
‒ ¡para, tío, para! ¡¿Quieres que te echen!?˗˗ Gastón intentaba hacerlo entrar en razón, mientras, con Augusto, los separaban.
‒ ¡me importa un comino si esta lacra me despide! ¡Yo estoy vengando a mi hermana y sobrino!
‒ ¡no lo hagas!˗˗dijo de pronto Elías˗˗ ¡no puede enterarse así!
‒ ¡si fuera por ti, nunca lo hubiésemos sabido, basura!
Los muchachos ahí presentes no entendían nada.
‒ ¡yo te hice empezar a averiguar, idiota!
‒ ¡¿de qué diablos están hablando!?˗˗dijo Augusto
‒ ¡hablo de que tu padre privó a mi sobrino de la verdad de su origen! ¡Le negó ser un Arévalo-Uribe!
Ambos jóvenes soltaron de pronto a los hombres, los cuales cayeron por el impulso.
‒ ¿Qué?‒exclamaron al unísono
‒perdón. No supe que hacer cuando Gaia, la mujer que yo de verdad amaba, murió. ¿Qué hubieses hecho en mi lugar?˗˗le preguntó a Jorge, pero el que le respondió fue Gastón.
‒ ¡tener lo que hay que tener, enfrentar a mi mujer y su familia y criar al hijo que hice con la mujer que amé! ¡Cobarde! ¡Tú no eres mi padre!
Dicho esto, salió del despacho seguido de Augusto.
*
‒ ¡debes entender!‒decía Augusto a su hermano‒ ¡actuó por desesperación!
‒ ¡no! ¡No voy a entenderlo! ¡Si tanto amó a mi madre, se tendría que haber quedado conmigo!
‒ ¡lo hizo! ¿Sino cómo explicas que estuviéramos toda la infancia juntos?
‒ ¡porque me dio limosna! ¡Al hijo de la mujer que, se supone, amaba!
Gastón estaba paseándose de un lado al otro por la caballeriza, donde lo encontró Augusto. Por suerte para la familia, ningún empleado estaba todavía supervisando los caballos.
Ambos hermanos seguían discutiendo y cada vez más alto cuando entró Ciro, quien recién comenzaba sus tareas, después de levantarse con resaca.
‒ ¡yo tampoco puedo entender como pudo hacernos eso a todos!‒ gritó Augusto luego de recibir una trompada de Gastón.
Ante esto, Ciro corrió a sujetar a su amigo.
‒ ¡claro! ¡Como el señor era el único varón, ahora cree que tiene competencia!
Al escuchar esto, Augusto dejó de estar a la defensiva, y miró a Ciro.
‒tranquilo, señor. Yo me encargo de esto. Es la bronca la que habla‒. Lo tranquilizó el chico.
Augusto asintió y salió derecho hacia la casa, porque diga lo que diga Gastón, el mayor de los Arévalo-Uribe quería saber porque su padre había sido tan cobarde y no les permitió saber la verdad desde chicos a todos sus hijos.
*
‒yo siempre hacia como hacen ustedes. Iba a la parte del lago que pertenece a las tierras de mi padre con mi hermana, pero ese día ella estaba castigada y yo quería salir de la vista de mi padre. Sentí que alguien me seguía, pero pensé que era Gastón, que Augusto le había encargado que me protegiera… pero no era Gastón.