Elías no había podido dormir. Tenía la solución para la cuestión sobre Gastón. Aunque seguía sin querer que la familia de Ysabel se enterara, no permitiría que sus hijos lo odiaran por no haberle dado su lugar al menor de los varones.
Además, seguía en deuda con Gaia.
Por eso, llamó a sus hijos varones y a Jorge apenas salió el sol.
Una hora después, estaban los cuatro reunidos en el despacho de Elías
‒tienes que dejar de lado tu rencor por lo que hice por unos minutos y escuchar lo que te propongo ¿puedes?‒le dijo a Gastón.
‒sí, señor.
Augusto puso los ojos en blanco. Gastón seguiría con su frialdad por bastante tiempo.
‒tendrás que dejar de llamarme “señor”, pero eso lo comprenderás cuando te diga mi propuesta‒. El silencio fue su respuesta‒. Esta es mi propuesta: como sabrán, no podemos seguir haciendo como si nada…
‒no le conviene ¿verdad?‒susurró Jorge. Elías lo miró.
‒esto va más allá de si me conviene o no. Tampoco me convenía enamorarme de una dulce señorita que no era mi esposa, pero lo hice. Y cuando ella murió, quise morir también, y tuve miedo de la reacción de la familia de la mujer con la que me casé para que el feudo se haga fuerte. Si ellos se enteraban que no la respeté, iban a declararme la guerra. Tenía tres hijos a los que proteger ¡y eso hice!
‒ocultando a uno y dándole migajas de lo que le pertenecía‒dijo Gastón con odio‒, de lo que también es suyo.
‒ahora es fácil atacarme, pero comprenderás, cuando seas padre, que es más fácil equivocarse, cuando uno piensa que es lo mejor para sus hijos. En ese momento consideré que lo mejor para ti era mantenerte oculto de la familia de Ysabel, pero aun así, me aseguré (o lo intenté) de que tuvieras los mejores tutores. Sí, es cierto, tendría que haberte reconocido antes, una vez pasado el peligro, pero ya está hecho.
‒ ¿Qué es lo que propones, padre? Nunca lo dijiste ‒preguntó Augusto, luego de un largo silencio.
‒bien. No podemos seguir haciendo como si nada. Se lo debo a Gaia. Haremos de ti‒miró a Gastón‒ un digno Arévalo-Uribe. Tendrás que dejar tú puesto en el feudo, y pasarás a ser visto como lo que eres: mi hijo menor. Serás educado por uno de los mejores tutores, vestirás como tus hermanos, tendrás ayuda de cámara, una habitación propia en el castillo y colaborarás con nuestros deberes.
Elías se levantó y se dedicó a mirar por el ventanal de su despacho, además tenía un plan para Gastón que no les diría, pero para el que era esencial que su hijo menor tuviera la educación intensiva que le daría ese tutor.
»Mientras eres “transformado”, no se enojen‒dijo, antes de que lo cortaran Gastón o su tío‒ que no se me ocurre palabra más apropiada. Mientras eso pasa, no podrás salir del castillo y las costureras y el sastre del pueblo te harán ropa adecuada para la nueva educación que recibirás.
‒o sea que no podré ver a Ciro o a mi tío.
Elías se dio vuelta y lo miró.
‒ellos podrán verte. De hecho, tu tutor será el que enseña a Ciro, por lo cual lo verás en clases. ¿Qué dicen?‒Sus tres interlocutores asintieron‒. Muy bien, entonces‒. Se dirigió a la puerta y llamó a Nani.
‒ ¿señor?‒Dijo ella, mirando hacia dentro del despacho con impresionante velocidad y volviendo sus ojos hacia Elías‒ ¿para que soy buena?
‒necesito al señor Banzo y a Frago
‒sí, señor.
Nani desapareció y Elías no había llegado a acomodarse, cuando ya estaban llamando a la puerta.
Augusto se levantó de su lugar y fue a abrir, dejando a la vista a dos hombres, uno joven y el otro de mediana edad. Ambos hicieron una reverencia cuando les dio paso.
‒ ¿llamaba, señor?‒preguntó el señor Banzo, el más grande de los dos.
‒sí, señor Banzo. Los llamaba para hacerlos participes de una situación importante y de la que no deben hacer partícipes a nadie más, a menos que yo lo autorice.
Los dos hombres se miraron.
‒sí, señor‒. Dijeron.
‒Gastón, aquí presente‒el mencionado asintió‒. Él es mi hijo. Tienen que enseñarle todo lo que le falte, señor Banzo, y atenderlo en lo que necesite, señor Frago. Verán que es muy educado y sabe más que el promedio de empleados de este lugar. Además, necesitaré que se contacten con el sastre del pueblo para que le tome las medidas y le haga un guardarropa nuevo y a su gusto y medida.
‒por las dudas‒. Dijo Augusto, cuando los dos hombres se retiraban‒. Esto no debe salir de aquí, el sastre también deberá guardar el secreto.
‒sí, señor.
‒y que las doncellas preparen su habitación cerca de la de Augusto.
Los hombres asintieron y se retiraron, dejando a los tres señores y Jorge sentados.
‒bien. Entonces ¿Cuándo iniciamos?‒preguntó Augusto.
‒yo ahora tengo que ir a supervisar todo y decidir quien reemplaza a mi sobrino en sus tareas. ¿Qué diré?
‒nada. No es problema de los empleados. Salvo Ciro, nadie puede saber que sucede.
Jorge asintió y salió del despacho, dejando a su sobrino con su padre y hermano.
A partir de ese momento, la vida de Gastón se separaría de lo que Jorge siempre soñó para su sobrino.
*
Ya había pasado la hora del desayuno cuando la carroza de la familia Arévalo-Uribe había traspasado las puertas de la muralla principal del castillo y se dirigía al pueblo, el cual volvía a tener la misma vida bulliciosa de siempre.
Las mujeres habían decidido salir y recorrer el pueblo, aunque Mariana había preferido revisar las cuentas del feudo, pero Eliza y la reina la convencieron de acompañarlas.
Ysabel estaba alicaída desde que había discutido con Elías, ya que era la primera vez que su marido se comportaba como si ella no existiera. Lo peor para ella era que su hijo se había dado cuenta y la miraba con lastima. O eso era lo que ella creía.