Había pasado ya un mes desde que Gastón llegó para visitar a su hermana, y las cosas en el palacio seguían igual de tensas que cuando había regresado la familia real con la nueva princesa.
Mariana seguía recibiendo clases de la reina, quien ya podía pasar cada vez más tiempo lejos de su cama, y evitaba todo lo posible al rey.
Visitaban el orfanato que estaba en el valle, o la reina la enviaba junto a sus hijas a visitar el convento que estaba a las afueras. Había días que Mariana la descubría más animada, coincidiendo con los momentos en que la doncella de la reina desaparecía-por lo que le contaba Jimena, que se había hecho amiga de ella.
Pero cuando la princesa heredera no estaba con su suegra y cuñadas, pasaba el tiempo con Guillermo, Gastón y Victoriano.
‒no me cierra‒. Exclamó un día Guillermo, revisando los libros de cuentas del reino‒. Reviso, reviso, y vuelvo a revisar y estas cuentas no me cierran.
‒a ver‒pidió Gastón, tomando los libros. Mariana se aproximó y ojeó por sobre el hombro de su hermano‒. Esto está mal, por eso no le cierra, alteza.
Mariana comenzó a hacer cuentas y murmuraba‒: las arcas dan por mes esto‒marcó las cifras que había anotado‒, para el ejército, dice destinar esto, pero llega esto otro‒apuntó otras cifras‒, para los gobernadores, esto. Pero lo que llega es esto otro, que coincide con lo que veíamos en las cuentas de la gobernación de Cosdiba‒destacó otras cifras‒. Lo que hace que desaparezca todo esto.
Victoriano, que la miraba atento, tomó en ese momento las cuentas y revisó.
‒hermano, tu mujer tiene razón. Las cuentas no te cierran porque alguien hizo desaparecer la plata de las arcas del estado.
‒pero ¿Quién? ¿Cómo se le pudo pasar por alto esto al rey?‒preguntó Gastón‒ ¿no es él quien revisa todo esto?
‒justamente, cuñado‒. Dijo Guillermo‒. Es el rey quien está cometiendo malversación de fondos.
‒Esto es motivo de destitución.
‒es peor que eso. Nosotros no podemos hacer nada, ya que eso sería en nuestro favor‒. Acotó Victoriano‒. Esto lo tiene que saber el asesor financiero.
‒ ¿Crees que no lo sabe? ¿Por qué crees que me dio todo esto?
Los cuatro se quedaron pensando. Debían esperar lo peor.
Pero revisar las cuentas del reino, no era lo único que hacían los príncipes con los hermanos Arévalo-Uribe. También supervisaban a los señores de los poblados.
Ellos les enviaban las cuentas, para que Guillermo y los demás revisen y, así ellos se aseguraban de que en el interior de la isla no se sufriera tanto como sabían, por lo que veía Mariana, que sufrían los que estaban en la base de la pirámide social de la capital.
Y es que en la capital, el pueblo pasaba las peores penurias, mientras que el rey organizaba fiestas, como la que se había hecho para darle el título de DON a Gastón.
Cuando Guillermo no pasaba el tiempo con su esposa, hermano y cuñado, participaba de las reuniones del rey con sus asesores, pero en su tiempo libre, entrenaba.
Guillermo siempre había sido un buen jinete, razón por la cual había sido el comandante de caballería en la guerra pero, en esos días de la visita de Gastón, comprobó que su cuñado solo había tenido la desgracia de haber nacido segundo, porque era el mejor jinete que había conocido.
‒te dije que me gustan los caballos‒. Rio Gastón, desestimando el elogio de su cuñado‒. Eliza y yo aprendimos a andar a caballo antes que a caminar.
Pero solo en carreras de caballos era que Guillermo perdía con Gastón.
Cuando el príncipe practicaba esgrima, era Gastón quien perdía. Pero esto era lógico, teniendo en cuenta que Guillermo había participado en una guerra y que se había preparado toda su vida para eso.
‒ ¡Esto es inaudito!‒dijo ese día Jankin, viendo como su primogénito entrenaba con su cuñado, delante de los soldados y de las mujeres‒ ¡es el futuro rey!
‒déjelo, padre‒. Dijo Victoriano, recostado en uno de los sillones, apoyando los pies en el escritorio del padre.
‒ ¡no! ¡Guillermo debía no volver! ¡Por esto!
‒ ¡padre!‒Victoriano se enderezó.
‒ ¡Es la verdad! Tu hermano debía haber muerto y así tú podrías ser rey.
‒ ¡mi hermano será un excelente rey! Además de que debe tener buenos tratos con la familia de su esposa.
‒ ¡otra! ¿Qué debe andar metiéndose en el despacho de tu hermano cuando ustedes están reunidos por asuntos oficiales?
‒es una excelente contadora, y nos ayuda a revisar las cuentas que nos envían los gobernadores.
‒ ¡Es una mujer insolente!
‒ ¿Qué le hizo para que diga eso, padre?
‒ ¡¿Qué que me hizo?! ¡Las mujeres no deben saber de los negocios de los hombres!‒exclamó el rey, levantando cada vez más la voz‒ ¡solo sirven para una cosa! ¡Abrirse de piernas en la cama de su esposo y traer niños al mundo!
‒ ¡cuidado con lo que dice, padre! ¡En su familia hay más mujeres que varones!
‒ ¡Soy el rey y digo lo que me da la gana!
‒ ¡pero son parte de su familia! Pero claro, si le pega hasta casi la muerte a mi madre, ¿Qué puedo esperar que opine?
Victoriano se levantó y se retiró a la puerta pero, antes de abrir, se dio vuelta y comentó, con desprecio:
»Debe entender, padre. Ya debe dejar de aferrarse a la corona. Mi hermano ya está listo para ser rey. Y será el mejor rey que Gyren pudiera tener. Yo no soy quien debe portar la corona, y usted ya debe hacer caso a la ley que le impone ceder el trono. ¿O qué espera? ¿Qué el pueblo se canse y lo destrone?
Salió, dejando a Jankin con más bronca de la que tenía.
Y es que lo que sus hijos suponían como cierto, era verdad. Jankin quería que Victoriano fuera quien recibiera el trono, y no Guillermo.
Era por eso que el rey no entregaba la corona a su primogénito. Porque sabía que Guillermo haría cosas que él creía contrarias a lo que representaba la corona. Jankin creía que la familia real debía ser vista como dioses inalcanzables y a los que había que rendirse pleitesía.