Amores, Guerras y Traiciones. Serie Pasionales #1

Capítulo 17:

Las  calles de la ciudad capital estaban vacías, ya que desde hacía varios días, se había desatado la peor tormenta de la que los habitantes de Abraluona tuvieran memoria. Era como si el cielo estuviera representando lo que sucedía dentro del palacio real, donde desde hacía días que nadie dormía.

 Desde las ventanas de las casas y las vitrinas de los negocios, los habitantes de la ciudad capital, vieron un hombre encapuchado que transitaba a caballo la ciudad, hasta llegar al palacio. 

 Al no haber nadie en las calles, el visitante no fue anunciado, pero los guardias de la residencia de la familia real sí avisaron su llegada. Aunque el hombre fue recibido por el nuevo jefe de la guardia.

 ‒vine en cuanto mi hermana me dio el recado‒. Dijo Augusto, quitándose la capucha y descendiendo de su bestia ‒. Deben alimentar a mi caballo, que está a punto de desfallecer.

‒quédese tranquilo, don Augusto. Y gracias por estar en estos momentos. Nuestras manos están llenas y el rey está más colérico que nunca‒. Respondió el interlocutor.

 El día en que Jankin había despertado a todo el edificio con su grito, al descubrir que la reina y el jefe de la guardia (Iago) habían escapado con Aldara, Guillermo y Victoriano decidieron enviar a las princesas a la casa del gobernador de Cosdiba, con la petición de que le avisaran a Augusto que su príncipe lo llamaba de nuevo a servicio.

 Mariana no había querido decirle (aunque le había asegurado que no era una invasión), pero Augusto se imaginaba que debía de ser algo grave, para que su cuñado lo mandara a llamar.

 Por eso era que estaba ahí, tres días después de haber recibido a su hermana y las otras princesas, para servir a la familia real en lo que ellos necesitaran.

‒mi madre escapó‒. Dijo Guillermo, cuando Augusto llegó al despacho de su cuñado, después de los saludos‒. Y mi padre está colérico.

‒ ¿Por qué haría una cosa así la reina?

‒ya no es más la reina‒. Corrigió Victoriano con un deje de amargura‒. Mi padre se aseguró de que se sepa que ella será tratada como escoria y la destituyó de sus títulos. Incluso puso precio a su cabeza y a la de quien ose ayudarla.

‒ ¿Por qué haría una cosa así Catalina, entonces?

‒porque el rey es golpeador. Cuando llegaron, luego del casamiento de nuestra hermana‒dijo Gastón‒, y por lo que me contó ella, el rey azotó y amarró a la reina (y eso es solo lo que se vio). Por lo que sabemos, casi la mata. Entonces, cuando ella estuvo en pie nuevamente, escaparon.

‒ ¿hay que encontrarla o solo ganar tiempo?

‒encontrarla. Fue un delito el que cometieron. Una mujer no puede dejar a su marido, por más que sea el diablo personificado‒. Dijo Guillermo.

 El príncipe heredero estaba dividido. Su madre había cometido un delito, pero si la encontraban, su padre la mataría. Debía asegurarse de que Jankin no llegara a Catalina.

‒Bien, altezas. Dígannos cómo nos organizaremos y nosotros obedeceremos‒. Augusto se puso en posición de “firmes”. Guillermo sonrió, se había sacado la lotería con la familia de su esposa. Ellos eran leales hasta la médula.

‒señores, ustedes comandarán dos grupos. El de Augusto buscará por las costas y el de Gastón lo hará por el interior, en la zona norte de la isla. Yo me encargaré del tercer grupo buscando en el centro de la isla y el jefe de guardias revisará toda la provincia de Abraluona.

‒ ¿y el príncipe Victoriano?

‒vigilaré a mi padre. Está encerrado en el ala sur, donde solo puede salir al patio de armas, que está desierto de instrumentos en este momento.

 Y es que así tuvieron que hacer, cuando el rey comenzó a destruir todo el día en que se supo que la reina había desaparecido, ya que era un peligro para todos.

‒Bien, entonces. Vamos.

 Augusto estaba acostumbrado a no dormir, debido a los años que había pasado en guerra, a las órdenes del príncipe heredero. 

‒ ¿no vas a dormir?‒preguntó Gastón, quien aún enojado, se preocupaba por sus hermanos.

‒cuando llegue a destino, y haya una guardia para revisar, descansaré‒. Augusto sonrió‒. Tranquilo, hermanito. Todavía aguanto.

 Guillermo llevó a los hermanos Arévalo-Uribe hacia donde ya los esperaban sus divisiones de soldados y todos se dispusieron a salir, incluso a Augusto le dieron su caballo nuevamente.

‒ ¡pobre Abiah! ¡No te dejo descansar!‒dijo éste acariciando su caballo andaluz. Luego se subió y se llevó con él a su división, para buscar a la reina.

 Gastón y Guillermo lo siguieron, cada uno con sus soldados detrás.

*

 Los pobladores de la ciudad capital sabían que algo estaba pasando, y muchos murmuraban en favor de la reina, ya que ella era conocida por su generosidad, mientras que el rey lo era por su derroche y sus impuestos elevados.

 Cada vez, más gente opinaba que Jankin ya debía dejar el trono en favor de su hijo mayor y que, si no lo hacía por las buenas, lo haría por las malas.

 La gota que estaba colmando el vaso era el despliegue militar que se había hecho para buscar a la reina, por lo que muchos comerciantes comenzaron a reunirse a escondidas, a pesar de la lluvia, que no dejaba de caer. 

 Por las noches, los hombres se reunían y discutían todo lo que estaban en contra del rey, si se debía o no hacer lo que estaban planeando.

 Pero la verdad era que la situación, para muchos, ya no daba para más, por lo que la acción era inevitable.

 Ese día, cuando por fin la lluvia cesó, las puertas del palacio fueron derribadas por la turba de gente que ingresó con palos, garrotes y antorchas.

 Los pocos soldados que quedaron en el palacio no pudieron resistir la horda enfurecida.

 Los revolucionarios (porque no se los podía llamar de otra manera), ingresaron casi sin resistencia al grito de “nuevo rey o muerte”.

 Victoriano, al escuchar los gritos, bajó del ala sur del segundo piso del castillo real-espada en mano-para ayudar a frenar a la gente que invadió la residencia de la familia.




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