ASPEN FINNEGAN.
— ¿Fuiste alguna vez al planetario?—Fue lo primero que dijo ni bien abrí la puerta.
— ¿Planetario? —Pregunte.
— Si, ¿Alguna vez fuiste?
¿Que se trae entre manos?
Ya me entró la intriga.
— La verdad que no, pero siempre quise ir.
Es la verdad, siempre soñé con ir.
— Genial ¿Que te parece ir ahora conmigo?
¿Primero el picnic en el mirador y ahora quiere que vayamos al planetario?
Jamás me llevo a tantos lugar en tan poco tiempo.
Igual lo del mirador fue muy lindo y romántico de su parte.
Y me gustó mucho.
Tal vez esto sea hasta mejor.
No lo sé, para eso voy a tener que aceptar.
— Está bien, vamos. —Acepte.
Salimos de la casa y fuimos caminando hacia allá.
Estoy tan emocionada.
Toda mi vida quise ir a ese lugar, Papá me iba a llevar pero tuvo un ataque al corazón y Mamá entro en quiebra.
Así que no pude ir.
Al menos ahora voy a ir con Rylee, mi amigo.
Mi amigo.
Solo es eso.
Un gran amigo.
(...)
Estamos en el planetario.
Llegamos hace unos minutos, pero aún no entramos a la sala por qué primero Rylee tiene que comprar las entradas.
Eso fue lo que él me dijo antes de decirme que lo espere acá.
Yo estoy a unos pasos de él, esperando.
Veo como habla con la chica que vende las entradas y luego se acerca a mi.
No sé si fue mi imaginación o esa chica le guiñó un ojo.
Y no me gustó para nada.
Él es mío.
Digo de mi hermana.
— ¿Quién es esa chica?
Me mira desorientado.
— ¿Que chica?
— Con la que hablaste hace un segundo, no me trates de idiota. —Señale a la morocha de la caja.
— Es la que vende las entradas. —Formulo despacio como si yo le estuviera haciendo un chiste.
— ¿Y por qué mierda te guiñó el ojo?
Se ríe.
Esperen.
¿Por qué mierda se ríe?
¿Que le causa tanta gracias?
— ¿De que te reís?
Controla su risa y luego me contesta.
— ¿Estas celosa? —Cambia de tema.
Me sonríe.
— ¿Yo? ¿Por qué estaría celosa? Solo somos amigos por qué tendría que estar celosa.
Deja de sonreír.
— Si, tenés razón solo somos amigos.
— No me contestaste.
— ¿El que?
— ¿Por qué te guiñó el ojo?
— ¿En serio?
— Si.
Espero su respuesta.
— Solo te voy a decir que no es por lo que te estás imaginando.
Busco a ver si me está mintiendo, pero no encuentro ni un rastro de mentira en su rostro.
Suspiró.
— De acuerdo.
— ¿Ya está? —Pregunto cambiando de tema.
— Si ya está, ya podemos entrar.
Entrelazó su mano con la mía.
Bajo la mirada hacia ahí.
Tuviera que hacer que me suelte.
Pero no quiero.
No quiero soltarlo ni ahora ni nunca.
Y no quiero que él me suelte.
Aprieto el agarre y voy con él hacia la sala del planetario.
Noto que no le da nada a nadie y que en la entrada tampoco hay nadie.
Que raro.
(...)