Mi mundo completo se desmorona como un gran castillo de naipes que acaba de perder la batalla contra el huracán. Los latidos de mi corazón desaparecen junto a la cordura y el raciocinio. No soy capaz de articular palabra ni de realizar un solo movimiento sin tener la sensación de estar al borde del precipicio. Mis manos tiemblan sin control mientras las palabras del moreno que tengo delante tratan de llegar a mí. No sé qué sale de su boca, no sé qué sucede a mi alrededor, ni siquiera comprendo cómo me he puesto en pie sin caer.
Un infinito laberinto de malos escenarios convierte mi mente en una prisión de cristal de la que no puedo salir. Cientos de imágenes en las que mi padre está al borde de la muerte se presentan ante mí.
Un hilo de sangre brotando de su boca mientras el escaso brillo de sus ojos desaparece.
Una sonrisa con manchas carmesí.
Los latidos de su corazón retumban en mi mente cada vez más lejanos.
El pitido del monitor cardíaco silenciando el barullo de gente arremolinada junto a su cadáver.
La calidez de su brazo alrededor de mi cintura no reconforta ni tranquiliza; mis nervios siguen incontrolables.
—¿Qué te ha dicho?
Mis ojos vagan sin rumbo por la estancia, en busca de las dos esmeraldas oscuras que tratan de captar mi atención sin lograrlo. Tardo unos segundos que parecen pequeñas eternidades en volver en mí. Cuando lo hago, me encuentro a un calmado pero ansioso moreno de ojos verdes esperando una respuesta clara que disipe todas sus dudas.
—Tengo que ir al hospital, mi padre ha tenido un accidente.
No espero su respuesta ni examino su expresión, emprendo camino, decidida a llegar a mi padre cuanto antes.
La música vuelve a ser intensamente notoria cuando abandono la tranquilidad del despacho. Escucho sus pasos a mi espalda, pero no dice nada. Mientras descendemos por las escaleras, observo la gran marea de cuerpos que se mueven al son del ritmo de los altavoces, ajenos al drama que me asfixia. El alcohol corre por sus venas, solo hay que ver las mejillas rosadas y sonrisas despreocupadas que cuelgan de sus labios. Una vez en la planta inferior, me dirijo a la barra.
—Jordan.
El joven de ojos oscuros da media vuelta con una sonrisa en la cara que desaparece en cuanto ve mis ojos hinchados. Su expresión cambia por completo. Apoya ambos brazos sobre la barra y acerca su cara a la mía todo lo que puede, intentando escuchar mi voz por encima de la música.
—¿Sabes dónde está Isan? Necesito...
—En la terraza.
Asiento agradecida por haberme cortado, no quería terminar esa frase, y también por la ausencia de preguntas, es lo último que necesito ahora mismo.
—Espera —Su mano sobre la mía desprende una calidez que por raro que parezca, logra tranquilizarme mínimamente. Saca un papel y escribe algo en él para luego dejarlo sobre la mano que está tocando—. Por si necesitas algo.
—Gracias.
No soy capaz de mirarlo, no tengo cabeza para nada más, así que lo meto en el bolsillo de la chaqueta y pongo rumbo a la terraza.
Me gano algunas miradas asesinas mientras me abro paso entre los jóvenes borrachos que gritan, cantan y viven a todo pulmón. Atravieso la doble puerta que separa el interior de la terraza con el corazón en la boca y un nudo en la garganta cada vez más grande.
Mis ojos localizan su cabellera rubia entre la multitud. Habla animadamente con un par de chicos más que no conozco, pero sé que son parte del gran equipo de seguridad que tienen contratado. Mis pasos son rápidos y seguros, necesito irme ya y no puedo hacerlo sin antes avisarlo de lo que está sucediendo.
Sus ojos achinados y sonrisa deslumbrante desaparecen cuando lleva el móvil a su oído y responde a la llamada entrante que ha perturbado su distendida charla. No necesito demasiado para saber quién le ha llamado. Sin colgar, da un par de instrucciones a los chicos con los que hablaba y emprende camino hacia la salida. Está tan inmerso en la llamada, pronunciando pequeñas palabras de consuelo a nuestra madre, que se choca con una chica
Busca a alguien entre la multitud, no tengo muy claro a quién exactamente, pero en cuanto me ve, su expresión se relaja considerablemente. Cuelga y con lentitud se acerca a mí. Nos miramos en busca del apoyo que tanto necesitamos. Sabe que un abrazo es lo único que necesito para volver a romper en llanto por la ansiedad y miedo que han conquistado mi cuerpo. Por ello, no se acerca a mí de esa forma.
—Vamos.
Asiento siguiendo sus pasos, dejándome guiar por su mano que tira de mi cuerpo.
Tardamos una media hora en llegar al hospital. Treinta minutos en los que lo único que he podido hacer ha sido consolarme con los bonitos recuerdos que aún guardo de mi padre sonriendo; mil ochocientos segundos en los que solo me he permitido soltar una lágrima cargada de ansiedad y anticipación.
Durante el trayecto, Isan y yo nos mirábamos cada cierto sin pronunciar palabra, pero diciéndonoslo todo. Hardy nos seguía desde su Evoque negro y a este lo seguía otro coche con dos hombres de seguridad que habría pasado desapercibido para cualquiera que no supiera que siempre tiene dos sombras cuidando su espalda.
#4860 en Joven Adulto
#24067 en Novela romántica
#4052 en Chick lit
superacion decepcion empezar de nuevo, amor y desamor decepcion, primer amor y primer corazon roto
Editado: 28.03.2022