Analise

|26| Hasta los huesos

El mechón rebelde que siempre le cae por la frente, batalla por mantenerse en su sitio, sus ojos expresivos ahora son un agujero negro y una sonrisa de incredulidad —y sorprendente lucidez transitoria— viste sus labios. 

Mi corazón comienza a encogerse, tratando de implosionar. Buscando la forma de desaparecer para evitar el conflicto que no está preparado para enfrentar. Sin embargo, la sangre que hierve en las venas consigue mantenerme en pie. El calor abrasador que solía despertarme ha sido reemplazado por el frío polar que me mantiene cuerda —o lo intenta.

Río por no llorar. Contestarle sería malgastar tiempo que no tengo con una persona que no lo merece, porque alguien que nunca me quiso ni respetó no tiene cabida en mi vida de ninguna forma. Así que, cojo mi bolso y busco desesperada la mirada de Hardy, para que entienda que no debe entrar en su juego.

Cuando sus ojos verdes conectan con los míos, un haz de entendimiento los cruza, pero la furia que aún empaña su cristalino no lo deja llegar a su destino.

—Por favor —pido en un susurro inaudible, abriendo brechas en el furioso bosque infinito. 

Veo cómo sus pensamientos se pasean entre el rubio que espera una respuesta lógica a una pregunta sin sentido y yo. Supongo que está barajando las posibilidades, entre las que, estoy segura, está partirle la cara por haberme roto el corazón. Finalmente, la tensión de sus músculos disminuye ligeramente. Asiente cogiendo su chaqueta del respaldo de la silla y emprende camino a mi lado. 

Mi respiración ha perdido el ritmo. El corazón me arde en llamas mientras un muro glaciar intenta mantenerlas aisladas, con el único fin de protegerme de los demonios que buscan destrozar hasta el último ápice de sensatez que me queda. No sé cómo es capaz de dirigirme la palabra después de lo que ha hecho. No sé por qué se cree con el derecho de reclamarme cualquier cosa. No lo entiendo. No comprendo cómo sus redes neuronales han llegado a la conclusión sináptica de que esto es correcto. 

Unas irreprimibles ganas de llorar me atacan, pero cuando la mano de Hardy abraza la fragilidad de la mía, me recuerda que no es el momento de romper las barreras cristalinas. Siento que en cualquier momento explotaré es como si la falsa calma tras la que me escondía se hubiera desvanecido con el peso de sus palabras. Las puertas de la cafetería se abren al pisar la alfombra oscura, logrando que el azote del frescor diurno sonrose mis mejillas. 

—¿Por qué dejaste que te amara si nunca me amaste? —susurra cuando pasamos a su lado.

Me paro en seco sin saber muy bien cómo tomarme sus palabras. Siento que una daga afilada me ha atravesado el pecho. Sé que intentar sacarla sería inútil, porque el goteo carmesí terminaría por destruir lo que acaba de romper. 

La mano del moreno aprieta la mía con fuerza. Mis ojos se llenan de lágrimas, de nuevo, pero esta vez es la rabia quien llama. Hace mucho que dejé de llorar porque lo echaba de menos. Más que a él, extraño a la persona que pensaba que era y la manera en que me hacía sentir. 

 —Tú no sabes lo que es amar.

Continúo mi camino, pero sus pasos me persiguen como el fantasma de su recuerdo. 

—Tú me enseñaste a hacerlo —Alza la voz para que pueda escucharlo.

Volteo con brusquedad y rapidez, deshaciéndome de la sujeción de mano que me mantenía unida a mi pilar. 

 —¡Para! ¿Qué quieres? ¿Qué buscas? Me has hecho tanto daño que no me reconozco. Jugaste conmigo durante... ¡quién sabe! —río histérica — y ahora vienes en busca de explicaciones que no mereces. ¿Para qué? 

—¡Para entenderte! ¡Para entender por qué nunca llegaste a amarme con la misma intensidad que a él! 

Los ojos de Hardy me penetran en busca de respuestas cuando escucha sus palabras. Si quiere comprender algo que ni yo soy capaz de descifrar, no podré darle nunca la respuesta que necesita.

—¡Lo hice! —grito ganándome la mirada de algunos transeúntes que continuaron su camino tras comprobar que todo iba aparentemente bien—. Lo hice, joder... 

Las lágrimas comienzan a bañar mis mejillas y siento que ya no puedo más con esta situación. 

 —Pero...

 —¡Pero nada, Levi! Me has engañado, has jugado conmigo. Me has roto. Si amar es esto, no quiero tu amor. ¡No quiero nada de ti! 

La desgarradora sinceridad con la que sale impregnada mi confesión logra que alguna que otra llama escape de su cautiverio helado. La humareda colapsa mis pulmones y empaña mi visión durante unos segundos que parecen efímeras eternidades. 

—¡Te vi, An! —Mi cuerpo se congela por completo. No puede ser—. Vi cómo llorabas mientras mirabas su foto noche tras noche durante más tiempo del que me gustaría recordar —dice con pesar y rabia señalando al susodicho—. Siempre supe que te habías aferrado a mí para sacarlo de tu cabeza, pero nunca pudiste sacarlo de tu corazón. 

—Yo... yo no... 

Las palabras no encuentran un camino a la superficie porque tampoco sé cómo gestionar la situación. Mi pulso es tan débil que parece inexistente y siento que las rodillas me fallarán en cualquier momento. La sequedad de mis labios se extiende hasta la garganta mientras la mirada de Hardy se vuelve más y más inquisitoria.




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