— ¿Desea una copa, señor? —Un joven de la servidumbre se acercó amablemente a ofrecerme una bebida.
¿Dónde estaba? ¿Por qué un joven mesero me estaba ofreciendo vino? ¿Qué era esa agradable fragancia a perfume?
Sobresaltado, di media vuelta y comencé a correr. Algunas personas, al ver mi postura desubicada y entregándose al pánico, comenzaron a alejarse de mí.
Busqué la salida más cercana a mí y corrí a toda velocidad. Estuve a punto lograr salir de ahí, pero unos hombres corpulentos con esmoquin, me detuvieron de manera violenta justo en la entrada.
— ¡Oye tú! —Uno de los que me detuvo me gritó al oído— ¿Que crees que haces? —Dicho eso, colocó un electrochoque en mi cuello con violencia y perdí la conciencia.
Todo se volvió oscuro por un momento. ¿Qué había pasado? ¿Seguía soñando? No lo sabía.
No sabía absolutamente nada.
— ¿Comportarte, quieres? Asustas a los invitados. ¿Acaso jamás estuviste en una fiesta de gala? Aburridas, pero debes de comportarte a la altura. Como si fueras un rico empedernido que brinda por una vida lejos de la peste llamada pobreza.
Era la voz de aquel sujeto susurrándome al oído; el mismo que me estaba atormentado desde nuestro primer encuentro. Lo comprendí todo. Volví a estar consciente de nuevo, y al parecer había regresado a aquel sitio.
Mis ojos se acostumbraron a la luz, y todo volvió al punto de partida, como si hubiera vuelto en el tiempo.
— ¿Desea una copa, señor? —El mismo joven mesero me ofreció una bebida.
Está vez actué como tal, como si fuera parte de aquella fiesta.
— Si... claro, por supuesto. —Contesté sin mucha convicción y sonriendo nerviosamente mientras tomaba la elegante copa de la charola.
— Si desea algo más solo hágamelo saber. Estaré por aquí.
— Gracias. —Contesté y levanté un poco la copa en señal de agradecimiento.
Bebí el vino hasta el fondo en un intento por relajarme un poco. Trataba de conseguir lo que en toda la noche no había logrado: ordenar mis agitados y confusos pensamientos.
No iba a funcionar.
Por cada cuestión que trataba de contestar, surgía una nueva. Mi mente estaba hecho un asco, y aquellas alucinaciones tan vivaces no estaban ayudando en nada.
<< Esto es obra suya. >> Pensé a manera de conclusión mientras levantaba mi mano para atraer la atención del joven de los vinos.
— El vino es bueno. —Le dije al joven en un intento por verme normal y no levantar sospechas. El dolor de haber sido dormido por el electrochoque fue muy real, no quería que se repitiera.
— Es Perrieres Meursault. —Dijo con un toque de elegancia pronunciándolo muy bien en su vocablo francés— Domaine Potinet Ampeau. Francés. Muy caro por lo que he oído. —Sonrió amablemente mientras me servía de la botella con un distinguido y hábil movimiento.
— Debe serlo. —Contesté en un tono de decepción— Es muy suave.
<< Aunque demasiado suave para mi gusto. >> Pensé luego. En esos momentos necesitaba algo fuerte para calmar el nerviosismo que sentía.
Mi aspecto había cambiado notablemente a cuando estaba en aquel callejón. Vestía un elegante traje: Pantalón de poliéster color azul marino, zapatos negros de cuero y muy brillantes, camisa gris y ajustada al contorno de mi cuerpo, y un chaleco negro que combinaba con mi moño gris opaco. Mi cabello y mi barba estaban recortados. Mi piel ya no estaba llagada ni reseca. Ya no apestaba a inmundicia, ahora el olor a recién bañado invadía mis fosas nasales y me daba una mejor presentación.
¿Y el sitio? Pues era un elegante salón de fiesta. Piso de madera. Candelabros de cristal pendiendo del techo. Mesas adornadas por doquier con bocadillos excéntricos. Un grupo de jazz tocando suaves melodías en un extremo.
Era una fiesta de gala, pues cada miembro ahí vestía como tal. Hombres distinguidos con sus esmóquines costosos, y mujeres bellas luciendo sus vestidos de noche, se paseaban por todo el salón: socializando, bebiendo, comiendo y disfrutando de la noche. En medio del salón, una alfombra roja atravesaba todo el recinto; desde la entrada hasta el otro extremo del salón. Esta terminaba en una larga sesión de escalones de madera que conducían al segundo piso, misma donde un micrófono reposaba sobre un pedestal.
— ¿Y quién ofrece la fiesta? — Pregunté después de darle unos tragos apresurados al vino.
— ¿Perdón? —Espetó el joven después de poner un rostro de consternación y reír leve y discretamente por un segundo, pues no creía lo que acaba de preguntar.
Reí nerviosamente luego de su reacción y su respuesta, pues de inmediato me percaté de tal garrafal error.
— Disculpa, extravié mi invitación después de entrar a este lugar, y la verdad nunca he sido bueno memorizando nombres. —Contesté deprisa tratando de disimular el nerviosismo que sentía.
Editado: 24.06.2019