Anástasi: El precio de la libertad

Capítulo IX

Jefferson Warren, con un rostro malicioso, pasaba de arriba a abajo la punta del cañón de un arma plateada en el rostro triste de Elizabeth.
Al igual que anteriores alucinaciones, esta también se sentía demasiado real. La habitación donde estábamos los tres estaba muy bien iluminada; un entorno completamente blanquecino que deslumbraba a cualquier vista acostumbrada a la oscuridad.

Elizabeth estaba postrada en una cama y conectada a un electrocardiograma. Su única prenda de vestir: una bata azul marino, misma que confirmaban su pésimo estado de salud. En su antebrazo, había una aguja que llevaba suero y otros líquidos vía intravenosa en un intento de mejorar su salud.
Se le miraba demacrada, débil, con la mirada apagada y sin voluntad de nada. Sus ojos brillaban a causa de las lágrimas que, por muy poco, eran contenidas en sus parpados; suplicantes por piedad y ayuda.
Cada sonido monótono del electrocardiograma marcaba el final de sus días. Cada vez que respiraba con dificultad, se podía percibir esa sensación de la desesperación absoluta. Todos sus gestos la delataban, que aunque sonreía débilmente, sabía que la muerte rondaba cerca, pisoteando cualquier esperanza de vida.

— Elizabeth. —Susurré y comencé a llorar al mirar ese escenario tan triste.

Di un paso hacia ellos, luego otro y otro más. Primero iba a quitarle el arma a Jefferson y matarlo a sangre fría. Después, sin más dudas ni miedo, haría lo que debí hacer en su momento: Llevarme a Elizabeth lejos de allí.
Caminé a pasos largos, apresurados y desesperados, pero parecía que cada vez me alejaba más de ellos. En un punto, mis piernas se volvieron pesadas... hasta que me quedé inmóvil. En ese estado, sólo que me quedó escuchar y mirar tan atroz y deprimente cuadro.

— Por favor, busca a Michael para que me saque de aquí. Ya no lo soporto más. Quiero ser libre por lo menos una vez más. Quiero morir rodeada de aire fresco en medio de un inmenso campo de flores. Quiero estar con él. Solamente con él. —Elizabeth suplicaba con tristeza.

— No hables. —Ordenó Jefferson mientras negaba con su cabeza— Ya no tienes a donde ir, mi dulce niña. Los médicos te han desahuciado. Tus amigos te han abandonado. Michael se ha ido para siempre. No puedes ser libre a menos que mueras. Y para eso estoy aquí. —Dicho eso, le quitó el seguro a su arma y la cargó en un despiadado movimiento— Yo terminaré tu sufrimiento. Yo te haré libre.

— ¡Detente! —Grité desesperado, pero parecieron no escucharme.

— Te equivocas papá, Michael está conmigo. Él no me va a abandonar. —Elizabeth replicó segura de sus palabras y frunciendo el ceño en forma de protesta.

— ¿A sí? ¿Y dónde está entonces? ¿Por qué tienes días que no te visita?

— Solo está confundido y asustado, y mucho es gracias a ustedes. ¡A todos ustedes y sus infamias! —Elizabeth comenzó a llorar con resentimiento, reclamando no su mala fortuna, sino la falta de apoyo familiar.

— ¿Ustedes? ¿Dónde están tus modales, hija? ¿Ese vago te convenció de hablar salvajemente como él? Somos tu familia, y tenemos nombres. Además tus acusaciones están fuera de lugar.

— Pues no parecen mi familia. Parece que solo les preocupa su estatus social. ¿Acaso preguntan cómo me siento? No. Sólo vienen a preguntar si ya me decidí por abandonar a Michael. ¿Acaso les preocupa mi salud? Les preocupa más la seguridad de mi dinero y el proceso de mi testamento. ¿Acaso me han dado ánimos para salir de aquí? Solo vienen y atacan a Michael, como si fuera la peste y me estuviera contaminando. ¿A eso le llamas familia? Solo son opresores que no me dejan ser feliz.
Debería de insultarlos a todos, eso y más se merecen. Pero yo no soy así. Por favor, no me pidas que te llame padre nunca más. Solo vete y déjame en paz. —Cada palabra de Elizabeth estaba cargada de dolor, tristeza y resentimiento. Sus lágrimas no se detenían. Su corazón estaba quebrantado y, por cada gimoteo y expresión desgarradora que provenían desde lo más profundo de su ser, se aferraba a la vida. A ser libre y pelear por lo que en realidad alguna vez la hizo feliz.

— Elizabeth, mi pequeña Elizabeth. No sabes lo que dices. Solo te estamos protegiendo. Además, Michael no es lo que tú crees. Es cobarde y falto de convicción. Siempre fue un maldito y tratamos de hacértelo ver.

— ¡Silencio! —Elizabeth detuvo su triste llanto y lo cambio por rabia apenas contenida— No voy a permitir una sola palabra más en contra de Michael. El me ama, mucho más que todos ustedes, los que se hacen llamar mi familia. Por primera vez en toda mi vida me siento importante para alguien. Así que no lo hostiguen más. Déjenlo entrar para que me saque de aquí.



#12625 en Thriller
#7126 en Misterio
#5159 en Suspenso

En el texto hay: accion, suspenso, venganza

Editado: 24.06.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.