Anatema

Querer esta prohibido.

—18—

27 de enero del 2007

c

La puerta del dormitorio fue abierta dejando que la luz del pasillo iluminara la habitación. Llevaba cerca de diez minutos en completo silencio en medio de la oscuridad, había terminado un ensayo sobre dominación de emociones y el cansancio me pedía dormir, pero no podía.

Enzo cerró la puerta con cuidado, pensando que ya estaba dormido.

—Puedes encender la luz —murmuré.

La oscuridad fue tenuemente iluminada por la lampara en su mesa de noche.

—¿Pudieron encontrar algo más?

Escuché como dejó de cepillar sus dientes.

—No, analizamos un poco más sobre el vestigio. Hay una parte que hace referencia a los ángeles en el cielo y las estrellas, tratamos de encontrar más referencias que nos lleven a más… pero no hay mucho.

—¿Ya le respondiste a Hannes?

Mi primo se sentó en su cama mirando hacia mí. Llevé mis ojos al techo con molduras.

—Si, Sienna y yo imprimimos el documento que Rebecca le envió. Eso le enviamos.

Mis muros temblaron, incluso con Enzo presente. Control, solo necesito control.

—Debemos averiguar cómo revelar el diario, a eso me voy a dedicar. Pídele a Brad que trate de averiguar más sobre los derechos de autor del Vestigio de Lilith. Si damos con la editorial que lo público, podemos encontrar algo más.

—Helena piensa que, si no hay documentos de Maia en la bóveda de tu finca, puede que papá los haya guardado en la nuestra.

—Tiene sentido —concedí.

La lampara de Enzo se apagó y el silencio gobernó la habitación por un momento.

—Ella está mejor. Aún tiene dificultad para concentrarse en algunas ocasiones, pero su mente ha regresado a la normalidad.

Mi respiración se hizo pesada y los latidos de mi corazón golpearon mis oídos.

—Quiere pedirle al señor Drew que la deje participar de nuevo, pero la convencimos para que se esperara a tener noticias de los estudios que están haciéndole.

Sus palabras eran claras y el tono de su voz parecía estar respondiendo a una pregunta. No le había preguntado.

—No tienes que pasar el resto del semestre deteniéndola —espeté—. Se ira antes de que la dejen pisar el simulador.

Enzo dijo algo, pero ignoré su voz y me giré hacia la pared. Cerré los ojos queriendo dormir, aunque eso significara tener pesadillas de un cuerpo sin vida.

—¿Vienes? —preguntó mi primo yendo hacia la puerta.

—Los veo en el comedor.

Enzo asintió saliendo con una bolsa de regalo colorida. Terminé de firmar la tarjeta de cumpleaños con una foto de Tara y yo en un festival de primavera hace cinco años. La guardé en la caja de regalo. Tomé la chaqueta del respaldo de mi silla y por la esquina de mi ojo alcancé a ver el recipiente de cristal con flores violetas a lado de mi ventana.

Cerré los ojos asegurando mis muros. No debí dejar la flor en su libro, había sido un acto impulsivo y estúpido. Aún más, siendo que tuve que colarme en medio de la noche cuando Brad había ido al baño mientras cuidaba a Sienna en la enfermería.

Fui el último en dejar el gimnasio el día de su incidente, así lo había querido. Aun puedo sentir el temblor interno y el pánico arrastrándose bajo mi piel cuando vi como la rama del árbol la lanzaba por los aires hasta estrellarla contra una gran roca. La sangre que dejo mientras su cuerpo inconsciente se deslizaba por la superficie hizo que mi corazón saliera de mi cuerpo; Enzo luchaba contra los árboles sin una espada, pero seguía casi ileso, mientras que ella se marchitaba con cada segundo que pasaba.

La reacción de Enzo al encontrarla había desgarrado partes de mí que no conocía, cuando mi primo le gritaba al Meissa que Sienna estaba muerta, fue como si todo se detuviera y un agujero negro se formara debajo de mí y me hiciera caer infinitamente.

¿Querías deshacerte de ella? ¿Querías romperla? Ahí lo tienes. Gritaba mi mente acompañada de todas sus sonrisas, de sus besos y sus ojos del color del café.

Algo hormigueó contra mi espalda mientras cerraba los puños obligándome a permanecer impasible. Observando a mi prima y a mis amigos exigirle al Meissa que los sacara.

—Carajo —masculló Francis—. Félix dice que solo puede detectar a Enzo, Sienna no aparece en el sistema.

—Sáquelos —escupí acercándome al Meissa.

—Eso intento.

Mis ojos no dejaron de ver a Enzo, aun consciente de la rubia contra su regazo; el simulador hizo un sonido eléctrico, disparando ráfagas de luz de cada cilindro que lo conformaba. Félix estaba junto al Meissa, moviendo gráficas y presionando botones.

Por un momento, las ráfagas de luz se conectaron encendiendo el simulador, pero este se apagó segundos después.

—¡Enzo!

Corrí hasta el chico de rodillas que miraba a todos lados desubicado.




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