"Desear la inmortalidad es desear la perpetuación de un gran error"
˜Arthur Schopenhauer.
(Memorias de un pobre inmortal)
Si hablamos de la existencia misma, hay mucho que decir y a la vez nada. Los misterios han aumentado a medida que la tierra se hace más vieja y los secretos se van escapando entre aquellas grietas que comienzan a crecer con el paso de los siglos. El universo envejece y cambia para luego volver a restaurarse a sí mismo, es una existencia tan distinta a la de los humanos.
Muchos le llaman debilidad a la muerte e incluso anhelan ser inmortales, aunque lo cierto es que nosotros los envidiamos, mortales.
Denominan débil el hecho de poder encontrar un final, pero no entienden que el alma y el espíritu se agota de estar encerrado en esos cascarones tan problemáticos. La mente necesita dejar de moverse al ritmo de tus preocupaciones y deberes, aumenta la necesidad de terminar con las responsabilidades y crece la añoranza de encontrar un final que no condene el alma al eterno afán de seguir existiendo.
No digo que vivir en mundo lleno de posibilidades y retos sea malo, es solo que puede llegar a ser realmente agotador vivir y luchar; nunca se puede descansar.
Siempre pelear, intentando sobrevivir en esta eterna batalla sin fin.
Una vez que obtenemos algo por lo que vivir, luchamos por mantener ese algo.
Intentamos proteger a los que amamos; enfrentamos las dificultades para evitar que lo hagan ellos y se dañen en el proceso, pero no siempre podemos salvarlos. Y cuando los perdemos, una parte nuestra se va con ellos. Luego debemos levantarnos y seguir luchando... enfrentar a nuestros demonios y arrepentimientos, luchar por controlar nuestras emociones y sentimientos, haciendo lo imposible por no enloquecer en el proceso.
La vida no es más que una lucha constante, un campo de batalla que solo tiene un final. La muerte.
Sin embargo, vivir siempre en ese campo de batalla es doloroso, ver como otros se van y tú siempre resultas ser el que se queda atrás es algo sofocante e injusto; como si tú siguieras en la base por años mientras que otros salen y dan todo de sí, salir y morir para encontrar paz y tú sigues ahí sentado frente al tablero de operaciones mirando como las piezas van y vienen hasta no quedar ninguna. Solo tú, frente al tablero dirigiendo la batalla y cargando con todos los pecados de vivos y muertos, por el simple hecho de continuar con vida.
No soy un peón, soy el que lleva los peones a su muerte. Escoria y guerra son palabras que encajan con una existencia como la mía. Soy lo peor que puede existir y el único ser que no puede dejar de existir. No puedo compartir lo que veo y tampoco puedo decir nada de lo que creo, mi silencio es equilibrio para que esto funcione; aunque también se volvió el origen de mi locura.
«Locura, es a lo que he llegado».
«Amor, eso que no puedo tener».
«Corazón, lo que poseo y no puedo arrancar de mi pecho».
Es fácil decir que quieres vivir para siempre, pero créeme, es más complicado de lo que parece.
No puedo amar porque es un pecado tener esa clase de egoísmo, si amara estaría rompiendo la primera regla que asegura mi existencia inmortal, matando mi pobre alma lentamente. Para mí, el amar es como clavar un cuchillo muy en el fondo del corazón y después sacarlo con lentitud hasta dejar una profunda herida imposible de sanar en su totalidad. No debo aferrarme a nada ni a nadie, los lazos del destino no fueron creados para esta clase de existencia. Todo vínculo acaba en un determinado tiempo y yo no nací para poder mantener alguno.
Esa es la verdad de mi eterna soledad y mi pecado más grande, existir.
C.
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Editado: 10.06.2020