Gwren.
El fin de semana parece la mejor idea para cualquier persona que se mate las veinticuatro horas del día en el colegio pero para mí es como un puñetazo en la cara en nombre de trabajo. Particularmente yo amo mí puesto de mesera — pese a que al final del día termine con un dolor de pies tremendo y un poco de resentimiento por los malos tratos de unos cuántos clientes — pero el hecho de que el pequeño inconveniente con Ian se cole por la puerta lo vuelve un tanto tedioso aún más el hecho de tener que tomar horas extra por el día libre que me pedí para realizar mi entrevista a Ángel Vancouver.
¡Eso de trabajar seis días a la semana e ir a la escuela en la mayoría de ello es demasiado para un cuerpecillo de ciento sesenta centímetros!
Jeannine me sonríe con euforia en cuanto me ve entrar al local con mi uniforme perfectamente planchado y la corra pendiendo de uno de mis dedos mientras jugueteo con ella en el aire. Es temprano y hace un frío que te hiela los huesos pese a que nos encontremos en época de clima mediterráneo con la sección de veranos calurosos y secos, me arrepiento fervientemente de no haber llevado un abrigo conmigo pero eso me pasa por confiar en los meteorólogos. Aun no hay clientes en el interior y estoy casi segura que el señor Brooklyn no ha llegado.
Los fines de semana siempre nos toca a Jeannine y a mí abrir las puertas del TeaCoffe a turnos por ser las meseras de planta, los cocineros tienen su propio horario que se ajusta un poco más a sus horas de sueño y las personas del servicio de limpieza mayoritariamente son quienes cierran después de ayudarnos a juntar todas las sillas sobre las mesas. La chica francesa se encuentra frente a la caja con un trapito en una mano y su celular en otro mientras suena una canción pegajosa que no reconozco.
— Bonjour, mademoiselle Rowell — comenta divertida desde su sitio, ella lleva una falda del mismo tono mostaza que el mío pero sus piernas lucen mil veces mejor que las mías. Ella tiene un cuerpo atlético y grueso mientras que yo soy lo más acercada a la especificación de menuda —. ¿Qué te acontece esta mañana?
— Hola, Jeannine — suena más como una reprimenda y la rubiecilla de mejillas sonrosadas lo nota.
Camino directo a nuestro diminuto vestidor a dejar mi bolsa donde llevo una muda de ropa en uno de los casilleros. Estoy un tanto enojada con Nine y a la vez recelosa conmigo misma por no saber qué hacer con la situación de Ian, me he tomado los días y sigo sin llegar a una conclusión que me parezca certera, al menos no le he tenido que ver la cara de arrepentimiento como un perrito perdido, eso sí que me rompe de alguna manera y es que… si algo me caracteriza es mi sensiblería tan inmensa que prefiero dañarme a mí a otros, unos lo toman como un don y yo como una completa patada en el culo.
Nine me sigue, ha apagado su lista de reproducción y por lo que parece dibujarse en su rostro, ella no piensa dejarme así sin más. Ella me gusta, es una persona tan amable y extraña que termina siendo una de las mejores compañías que podrías tener en toda tu vida por el simple hecho de que su forma de ver el mundo es muy diferente no solo a la tuya sino a la de la mayoría de las personas.
Apenas abro mi casillero, Nine lo cierra de un portazo y se posa frente a mí al estilo porrista bravucona de Triunfos Robados, solo le hacen falta los pompones para poder dar un salto mortal mientras deja todo el espíritu en el campo. Ella me escruta un segundo para después enaltecer la ceja con una confusión evidente en el rostro, realmente he sido una tonta al pensar que Nine siquiera intuiría el porqué de mi enojo.
— ¿A caso he hecho algo para que me uses ese tono conmigo, cher?
— ¿Qué tono?
— Justamente ese.
Nine se cruza de brazos y esfuma cualquier posibilidad de poder adentrar mis pertenencias en mi taquilla, ella quiere respuestas de mi comportamiento tan despectivo y lastimosamente soy la peor para contestar sus dudas. No entiendo qué pasa por mi cabeza, desde la noche de la noche en que hablé con Ángel Vancouver no he parado de buscarle tres pies al gato y ahogarme poco a poquito en mis malas decisiones al estilo reality show americano donde repiten constantemente tus equivocaciones para que el mundo entero sea testigo de ello y puedan generar una opinión imparcial del porqué mereces ser eliminado.
¿Alguna vez has sentido que entiendes todo y a la vez nada? ¿Qué tienes al toro por los cuernos pero aun así esa sensación de una emboscada no te deja estar? Desde que tengo uso de razón siempre he sido una persona que tiene una solución para la mayoría de sus problemas, que intenta constantemente volverse analítica ante las problemáticas y no envolverse en la bola de sentimientos equívocos. Y ahora parezco un hámster en su rueda, sin llegar a ningún lado y repitiendo el mismo ciclo una y otra vez como si con ello fuese a lograr algo.
Quiero perdonar a Ian a cambio de culpar al alcohol y a la vez tengo un deseo ferviente que gritarle en la cara millones de letanías del infierno que aterrorizarían a la más religiosa de las mujeres. Y Nine… oh dios, un pedacito de mi corazón se siente hundido de solo pensar que ella estuvo en ese preciso instante y no hizo nada para evitarlo, me abandonó a mi suerte en la jaula de los lobos como banderilla con todo y los condimentos.
— ¿Ocurre algo, Gwendolyne? — ella solo me llama por mi nombre cuando está fastidiada, quiero sentir pena por mí pero realmente me comportado como una gilipollas. Me mira como lo haría una mujer despechada, bajo la cabeza llena de vergüenza —. ¿Y bien?
— ¿Recuerdas todo lo que ocurrió en la fiesta? — mis palabras son lo más acercado a un balbuceo.
— Estaba borrachísima — no hay rastro de resaca moral en ella pero sí un cúmulo de diversión genuina —. Te mentiría si te dijera que me acuerdo de toda la noche, todavía tengo lagunas mentales pese a lo que me contaron las chicas que fue bastante — coloca una mano sobre mi hombro, obligándome a mirarla —. En dado caso, ¿qué tiene que ver contigo?