Ángel [vancouver #1]

Capítulo 18. Golpe al corazón.

Gwren.

Janette y Nine son una buena manera de olvidarme del tema de Elena por un rato. A ambas les conté sobre nuestra bronca con lujo de detalle apenas me vieron achicopalada un día después de la tragedia y ellas opinaron lo mismo: «será tu mejor amiga y lo que quieras, pero su pelea fue por algo tan infantil que parece impensable para una jovencita de diecinueve años.»

Yo coincidí con ellas en su momento — misma razón por la que dejé a Elena con el corazón desembocado —, pero después de tantos días de meditarlo caí en cuenta que a pesar de todo, nadie conoce a Elena como yo lo hago. Nadie sabe de su sufrimiento ni de sus razones, nadie sabe que debajo de esa capa de nadie-hace-lo-que-yo-no-quiero se encuentra una persona maravillosa que teme a toda costa que su alrededor se caiga a pedazos por culpa de un corazón roto.

Elena constantemente tiene esa sensación de que es una bomba de tiempo que en cualquier instante puede herir a cualquiera con un solo comentario. Por ello, la rubia jamás se ha caracterizado por su facilidad de hacer amigos o siquiera de coquetear con alguien en serio. En eso es donde las dos parecemos provenir de mundos distintos: mientras yo me siento a gusto con la gente, para ella es como su kriptonita.

Sostengo una cesta llena de pastelillos recién hechos y la coloco en el mostrador. Janette se ha lucido con la decoración que es diferente en cada uno: algunos tienen coco rayados, otros chochitos de colores, chispas de chocolate, frutas cortadas en pequeñas figurillas o purpurina comestible. Llaman mucho la atención, es probable que más que un comensal quiera llevarse uno a casa.

Nine se pasea entre las mesas como si llevase patines, se ve espectacular pese al color horroroso del uniforme. Hoy no tenemos muchos clientes y para mí es una fortuna, puedo dedicarme a los deberes mientras me encuentro en la barra… mira que me han dejado varias tareas pese a que apenas nos encontremos a principios de semestre.

Mis cuadernos se encuentran esparcidos al igual que mis lapiceros. Brooklyn no ha puesto un pie en tierra firme, lo cual me trae una ventaja gigante, él no es muy fanático de que me ponga a hacer mis tareas en horas laborales cuando bien podría estar sonriendo como idiota a uno que otro cliente que te trata con la punta del zapato.

Le concedo ese punto, es terrible no concentrarse por completo en el trabajo, pero de verdad que lo único que me apetece al llegar a casa es recostarme en el sillón junto a mi padre y ver alguna de las películas que tanto le gustan. Me ha mandado un mensaje esta mañana avisándome que ha regresado a Atenas, me alegró más de lo que hubiese imaginado.

— Tal vez podamos cerrar más temprano — comenta Nine. Levanto la cabeza de mis apuntes y le doy lo más acercado a una sonrisa —. No ha venido casi nadie acá y el clima parece que nos va a dar una mala jugada.

Por los cristales veo la ciudad. El cielo está nublado, amenazando con una posible lluvia, y apenas y unos cuántos transeúntes caminan por la avenida.

— Ojalá que sí — respondo —. Tengo muchísimas ganas de meterme a la cama.

— ¿Tuviste un día pesado?

— No realmente.

Y es la verdad.

Después de terminar las clases, me pasé un rato muy agradable con Ian en mi auto. Hablamos sobre lo acontecido en los últimos días, incluso me atreví a contarle sobre mi bronca con Elena — excluyendo cualquier contexto que tuviese que ver con Ángel, o sea, casi todo —. Me gustó que me presase atención y no me saliese con el discurso barato de que todo iba a estar bien.

El problema fue cuando apareció la rubiecilla en mi radar. Estaba sola y con su bolso gigante colgando del brazo mientras revisaba el celular como una excusa para ahuyentar a cualquiera que quisiese acercársele, no se veía destrozada ni nada por el estilo, pero sin duda aquella arruga que tenía sobre la frente delataba que lo último que quería hacer era permanecer en la universidad.

Ian se aferró a mi cadera cuando Elena fue acercándose a nosotros. Yo estaba con los vellos de punta y prácticamente queriendo comerme las uñas. Ansiaba hablar con ella, pero a la vez quería que fuera ella quien recapacitara en sus acciones y entendiera que ni Ángel ni yo habíamos hecho nada malo y que nunca, pero nunca, haríamos nada para lastimarla.

Como si sintiera nuestra presencia, levantó la cabeza lentamente. Su cuerpo entero se tensó cuando nuestras miradas se encontraron, esmeraldas brillantes contra aburridas axinitas, pero no se movió. Quedó estancada al suelo como un poste con patas.

— Yo… — las palabras quedaron estancadas en mi garganta.

Los dedos de Ian apretaron su agarre como forma de apoyo, pero no fue suficiente. No lo fue porque él no sabía absolutamente nada, no tenía ni la más mínima idea de cuánto amaba a la berrinchuda rubia que parecía un pollito mojado en ese preciso instante.

Di un paso hacia el frente y ella llegó con la cabeza. Me detuve a medio metro de distancia y ella aprovechó para huir de nuestros problemas. Fue como una puñalada por la espalda, pero la entendí completamente… yo la había herido como ella lo había hecho conmigo.

— Yo si lo tuve — parlotea Nine mientras levanta la tabla del mostrador y se une a mí —. Pedí el primer turno para tener el sábado libre, voy a salir con un chico que conocí en una aplicación… suena muy prometedor.

— ¿No te da miedo salir con desconocidos? Podría ser un secuestrador.

— No lo es, ya hemos hecho varias videollamadas — suspira ante el recuerdo —. Es muy encantador y yo le parecí adorable. ¡Nunca antes nadie me había dicho que es muy agradable mi manera de hablar griego! Je pensé que c´est l´amour de ma vie.

Una risita traviesa se me escapa. Nine suena verídicamente entusiasmada con aquel chico y para que ella se entusiasme de esa manera, sin duda alguna él debió de hacer un prodigio.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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