Gwren.
Jamás pensé que sostener la mano de alguien podría sentirse tan natural y reconfortante, como una cálida chispa que no es capaz de incendiar toda una ciudad, pero sí abastecer de calor a unas cuantas personas. Miro por mis pestañas a Ian Trinor, quien parece ajeno a las miraditas curiosas que dejamos a nuestro paso, y sonrío con euforia al encontrarlo tan guapo como siempre.
Lleva puesta por primera vez una camiseta de botones azul marino que se le ciñe al cuerpo y unos vaqueros de mezclilla oscura que moldea sus tonificadas piernas. Me pierdo unos instantes en sus brazos cincelados que me han rodeado más de las veces que podría contar en los últimos días, son como una casa protectora que siempre me vuelve a la calma. Especialmente cuando una rubia de increíbles ojos verdes se hace presente con la apariencia de un fantasma.
Ian tira de mi brazo para acercarme y yo gustosa lo permito. Desde el día que decidimos darnos una nueva oportunidad, las cosas han ido de bien para superbién. Hemos dado vueltas por la ciudad en su preciosa motocicleta que parece sacada de una película de chicos malos, ido a comer helado, a ver películas e incluso, salido por un café con mi mejor amigo que no pudo evitar hacer las mil y un preguntas. Al final a Darren le cayó muy bien mi chico de ojos grises como el mercurio.
Nos detenemos frente a mi casillero, está a nada de sonar la chicharra y yo aún no he sacado mis libros para mi última clase.
— He estado pensando… — inicia con aquel tonito que me hace erizar los vellos de mi nuca. Ian es la persona con la voz más atractiva que he conocido —, que tal vez podríamos ir a cenar este fin de semana.
Permanezco estática en mi sitio. Me vuelvo una estatua.
Aún no he mencionado las palabras «chico» y «citas» con mi padre y de alguna manera, una parte de mí me dice que se volverá loco. Yo no soy particularmente una chica que no haya tenido novios con anterioridad, siendo honesta tengo mucha experiencia en la materia, pero jamás lo ha tomado bien Joseph Rowell alias papá.
Ian no creo que sea la excepción.
Giro sobre mis talones y le lanzo una sonrisilla nerviosa que no podría ni convencer al niño más ingenuo del mundo. Este fin de semana tengo planes de quedarme en casa y disfrutar a mi padre el tiempo que no estemos peleando por cualquier cosa.
— Podríamos salir el viernes — vuelvo al interior de mi taquilla. Hay una fotografía de Elena, Darren y yo en la puerta de ésta y apenas la veo, aparto la mirada —. Saliendo de la universidad está bien, podría pedir el día en el trabajo.
Ian me abraza por la espalda y mi cuerpo se tensa por unos segundos. Pese a que me agrade su cercanía, es inevitable no poderme alerta cada que me sorprende con sus muestras de afecto.
— El día que tú quieras, preciosa — besa mi cabello mientras meto mis libros dentro de mi mochila —. El punto es estar contigo.
No puedo evitar las mariposas en el estómago al oír sus palabras. Tomo su rostro con delicadeza y deposito un casto beso que se convierte muy rápido en una cadena que después de un tiempo son incapaz de contar. Mis piernas se tambalean ligeramente cuando me aprieta a su pecho. Besar a Ian es como ir en caída libre. Cada segundo que pasa, todo se vuelve más incierto y sin frenesí. Me gusta.
Me aparto de él cuando escucho un silbido.
Darren mueve las cejas de arriba abajo con una sonrisa embustera dibujada en sus labios mientras se acerca a nosotros con un libro bajo el brazo y su teléfono en una mano.
Ian choca cinco con él sin soltarme, últimamente lo que menos hace es tener sus manos apartadas de mí. No es como que me quede, si fuera por mí me la pasaría pegada a él como un chicle… al menos con unos cuántos descansos de una hora.
— ¿Cuánto tiempo va a tardar esta etapa de la miel y hojuelas? — pregunta Darren y cierra la puerta de mi casillero —. Comienzo a sentirme incómodo al estar a su alrededor.
— Ese es tu problema — inquiero —. Quieres estar todo el tiempo con nosotros, necesitamos privacidad.
Frunce el ceño, seductor.
Ni se le ocurra decir…
— Para eso existen los hoteles, Gwendy, o la parte trasera de un coche — toca su barbilla con el pulgar y el índice —. Aunque no lo recomiendo, el espacio es muy reducido si quieres hacer una mam…
— ¡Darren!
Ian y Darren se largan a reírse de mí al verme más roja que un tomate. Les lanzo una mirada de muerte, pero no es suficiente para callar sus estúpidas carcajadas que comienzan a volverse más intensas. Creo verles una lagrimita.
— ¡Ya cállense! — chillo con el rastro de una sonrisa haciendo bailar las comisuras de mis labios. De arriba abajo.
— Perdón, nena — murmura Ian cerca de mi oído. Tiemblo un poquito —. Es que te ves adorable cuando te avergüenzas… pareces una muñequita de aparador.
— Yo más bien creo que a una loca que se ha escapado del manicomio — Darren recae en mi escrutinio —. Pero si tú quieres considerarla una muñequita está perfecto.
Ian gira los ojos con diversión y nos acompaña a nuestra próxima clase. Es una lástima que tengan que pasar tres días más para que compartamos mesa en Química… que la instruye su padre. Pensar en el señor Trinor me produce torticolis, después de lo del incidente de mis mensajes reveladores con Elena, no estoy muy segura de si eso me deja en la lista de sus favoritos. O siquiera en la de los que puede ver sin sentir pena ajena.
En nuestro camino me topo a Elena de lejos, va corriendo a toda velocidad como si fuese la última vuelta olímpica de un maratón. Seguramente le toca clase con la profesora Thalassinos, Elena se quejó de ella una vez y de su manía de citar a sus alumnos diez minutos antes de la hora acordada por la Academia.
Sus tirabuzones rubios se agitan con cada pisada, volviéndose más rizados, y sus mejillas están encendidas como un árbol de Navidad. Reparo en sus pantalones de cuadros negros y su camisa blanca de cuello redondo perfectamente fajada que tiene impresa en el frente la imagen de un gato con lentes. Se ve increíble como siempre.