Ángel [vancouver #1]

Capítulo 32. El gran toque

Gwren.

Pum…Pum…Pum…

Escucho los latidos de mi corazón mientras sujeto con fuerza parte del telón que cubre la parte trasera del escenario. Miro con astucia hacía las gradas. Un mar de cabezas cubre cada lugar al que mis ojos se dirigen; siento un inevitable mareo que me conduce a tener un poco de nauseas. Trago fuerte, ese horrible pánico escénico me está consumiendo.

Aprieto mis puños al telón, al igual que los labios. Busco con la mirada a Elena, la encuentro sentada en la segunda fila de las gradas, sonrío un poco al hallar a Ángel a lado de ella.

Alejo mi rostro de mi pequeña puerta improvisada y dejo caer el telón escarlata. Rodeo el brazo de mi violín con mi mano izquierda y con la otra, coloco el posición mi arco.

Me distancio del telón y me dirijo a la zona de ensayo.

Esta es la novena vez que venía al Teatro Dionisio, que como ya antes había mencionado fue el mayor coliseo de la antigua Grecia, al cual solo le tenían acceso las personas de alta sociedad con dinero, este teatro se enfocaba más a la tragedia (en las obras destacan Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes). Sin embargo, ahora es uno de los teatros más importantes de Atenas que llevan una historia de gran transcendencia en él, muchas obras se había realizado aquí, al igual que varias presentaciones musicales. Y ahora yo iba a tocar aquí…

De repente me ataca el pavor.

Voy a tocar frente a todas esas personas, de las cuales sólo conozco a cuatro — Vince Samuels también acompaña a los Vancouver, sólo que a diferencia de ellos, él está a una muy buena lejanía del escenario (fue más idea de Elena que mía). De igual forma, Ian ha venido y no es mi culpa, él había insistido, además... está el hecho de que volvimos.

Camino unos pasos hasta llegar a la zona de ensayo donde ya se encuentran algunos músicos que afinan sus instrumentos, visualizo varios violines, violas e instrumentos de cuerda, al igual que flautas, oboes y otros más.

Respiro lentamente hasta que siento que mis pulmones se han llenado de aire y camino hacia la pequeña rubia. Ella luce un estrepitoso vestido negro de escote cuadrado y tirantes.

Sonrío un poco mientras la observo y escucho practicar la obra del “cisne negro”, que no sólo es una muy buena película y un muy buen libro, al igual que una puesta en escena; sino que también es una de las mejores composiciones de Tchaikovski.

El sonido del violonchelo hace una muy buena operación en el sonido y estoy segura que al juntar su armoniosa melodía con mi violín, haríamos un perfecto canon.

Sara deja de tocar por un momento y deja su arco en la base de su atril, para después colocar de una manera muy delicada su chelo en el suelo encima de su funda. Ella me mira y sonríe.

— Tranquila, lo harás bien — me sorprendo un poco ante su comentario. Ella se ha dado cuenta muy bien de mi nerviosismo que me carcome, eso me hace sentir bien, pero a la vez me aterra el que sea tan perceptible.

— Estoy un poco nerviosa, eso es todo — admito mientras me siento en la silla que está a lado de la suya.

— Vamos, estarás bien — de un momento a otro, sonríe picara —. Además, por si te ayuda, Ángel está justo a dos filas del escenario.

Pongo los ojos en blanco inevitablemente.

Desde hace unos días Sara había estado molestándome con Ángel y no era su culpa, o al menos eso había intentado explicarme Elena, ella había dicho que era demasiado obvia, pero estaba segura que la verdadera razón era el hecho de que ella había escuchado a hurtadillas una conversación con su hermana que si no mal recuerdo, el tema principal era Ángel.

Supongo que soy demasiado discreta.

Sonrío un poco y atraigo a mi fiel violín a mis costados.

— Si bueno, supongo que después del toque puedo correr hacía él.

Ella ríe y vuelve a su práctica.

Sara me mire con seriedad y yo asiento. Coloco mi violín en los respectivos lugares correspondientes para después comenzar a armonizar la bella pieza. El sonido me sorprende, no sólo es el exacto, sino que también es el correcto y como dije antes: hace una bella sonata junta al chelo.

Sonrío y me dejo guiar por la música.

***

Alysa Amethyst ha pasado junto con su cuarteto conformado por mujeres. Las cuatro van a interpretar las cuatro estaciones de Vivaldi, de las cuales han elegido “primavera”, yo realmente hubiese preferido “invierno”.

Miro hacía la pantalla que han colocado en nuestra zona de ensayo, afuera ya han encendido las cámaras que proyectan a unas carpas que dejan ver a mayor resolución el concierto a los que se encuentran en gradas lejanas.

A mi alrededor hay varios músicos que escuchan atentos al bello cuarteto que compone de un violín, una flauta, un Chelo y un saxo tenor.

La interpretación es exquisita aunque debo reconocerlo, no es como si disfrutara mucho del sonido del saxo.

Cuando ellas finalizan, todo el mundo en las gradas aplaude y vitorean, también piden el que se toque otra pieza y así, compensan con “el fantasma de la ópera”.

Siento los nervios de punta y el ver como cada nota pasa rápidamente me altera demasiado. Miro a Sara, ella está con el ceño fruncido viendo a la Chelista que le hace competencia, una sonrisilla nace en mi rostro, es la misma mirada que yo le daba a las violinistas que plantaban cara en un concierto.

Suspiro y me alejo de la aglomeración humana que me rodea.

Llego como resultado a mi camerino. Hace unos días, los anfitriones del concierto, dieron la noticia de que tendríamos nuestros propios vestuarios, lo cual no me llenó tanto de gusto, es decir una carpa que apenas y forma una pequeñísima habitación con más de tres ventilas no es demasiado enriquecedor. Eso sí, es suficiente espacio para cambiarme.

Al llegar a mi carpa que tiene pegado un papel de libreta con cinta adhesiva, el cual dice: Núm. 27, entro al interior y me siento en la pequeña silla que apunta a un espejo.



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En el texto hay: amigos, drama, amor

Editado: 11.10.2020

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