Miguel, abre el cielo de par a par, Azrael se retira echando a volar, del cielo comienza a emanar una luz cegadora que cada vez se hace más fuerte, hasta que Víctor no logra ver nada por la luz y es forzado a cerrar sus ojos, al volverlo abrir estaba en un lugar diferente, estaba a las afueras de una enorme metrópolis, sus muros eran de diamante puro y se encontraba un puerta enorme que parecía estar decorada con miles de joyas. Al entrar se Víctor se quedó asombrado por la majestuosidad de tal castillo, sus carreteras eran de oro, y por donde el miraba habían jardines de hermosos Arboles y flores, habían de toda clase, desde los frutales hasta los florares, en cielo observado se encontraban seres de todo tipos de jerarquías, Ángeles, Arcángeles, querubines e incluso serafines.
En el suelo habían multitudes de personas, parecían ser todas las almas buenas que ascendieron al cielo en todos los tiempos, en el medio de la metrópolis se encontraba un enorme castillo, cubierta en oro y diamante, al llegar ahí una enorme puerta se abrió de par a par, se encontraba un enorme pasillo, tan enorme que no se veía el final, a los lados de tal pasillo habían Ángeles con armadura y armas, que custodiaban el castillo.
Al llegar al final del pasillo se encontraban los serafines en el suelo, en el aire suspendido se encontraban dos deidades en dos tronos, En el trono del centro se encontraba un señor con apariencia adulta con una gran cabellera y barba blanca, sus ojos azules y cristalinos parecían doblegar a cualquiera, a su derecha se encontraba otra persona, era aparentemente más joven, cabello largo y barba corta negra, en sus manos habían indicio de tortura igual que su rostro y cuerpo. Él ya sabía quién era el, se arrodillo inmediatamente, pero fue un movimiento involuntario, su cuerpo parecía temerles y respetarles, sin siquiera tener que ver con su mente.
Un vos tranquila e impotente se oye en toda la sala.
“Te he estado esperando Víctor”